TRADUCTOR

viernes, 29 de agosto de 2014

IBARRECHEA: CUENTO SIETE "CÚTER"

                                                                               VII
      Llegar hasta la señora Ofelia no me fue tan difícil, parecía esperarme, junto a su marido don Evaristo Fuentes, que antes me había advertido sobre la grave enfermedad de su joven esposa.
- Recuerde que padece de cáncer, hace un año que no sale de esta casa, deje que ella lleve la conversación, sea amable por favor -nos dejó solos. Por una de las ventanas, alcancé a ver cómo don Evaristo se dispuso a cortar los ligustros del jardín con un afilado machete-.
     La señora Ofelia estaba sentada en una vieja poltrona de madera y mimbre abarquillado, en un rincón penumbroso de la sala, que tenía sobre sus muebles raros objetos que me parecieron mágicos, comenzó su relato con cierto desánimo, como si lo hubiese repetido mil veces a mil personas distintas durante estos últimos veinte años.
- Mi nombre es Facundo Arenas y soy periodista –le dije-
- Yo soy Ofelia Olivia Ortigoza, y algo te puedo contar sobre Cúter, puedes sentarte si quieres.
Me senté en la primera silla que encontré, adivinando por el sonido de su voz que estaba a varios metros de mí.
- Cúter era una persona afable –empezó a hablar antes que le pregunte algo-. Él abemolaba su voz, especialmente cuando nos hablaba a nosotras, las mujeres. Tenía esa inconfundible fragancia que tienen los machos, esa altanería propia de los que se sienten seguros. Buen hombre, era un buen hombre. A mí me gustaba seguirlo con la mirada por todo el hotel, esperaba que saliese, esperaba que volviese, me saludaba con una sonrisa encantadora y cerraba la puerta tras de sí. Cuando bajaba a comer, siempre lo atendía yo, le gustaba sopetear el pan en las salsas y el caldo, y comía mucho beicon frito con huevos y café negro en el desayuno, una vez me contó que esa costumbre la había adquirido en un pueblo que ya no está más, que se llamaba Peremerimbé y yo entonces le dije que tenía una foto donde salgo pequeña, muy pequeña, al lado de un cura medio loco que trajeron de no sé dónde sus hermanos, porque decían que se había enfermado picado por los mosquitos tsé tsé, decían. Y que él en su locura  también andaba diciendo que en ese pueblo las mujeres volaban. A mi me asustaba con sus pelos duros y negros y con eso de que se le había dado por tomar la misma agua de los caballos. Entonces él me preguntó si se trataba de Arnulfo Sepúlveda y yo le pregunté a mi madre y mi madre me dijo que le dijera que sí. Entonces Cúter me dijo que el cura no estaba loco, que si hay mujeres que vuelan. Y me pellizcó la cara. Me fui enamorando de él, no sé si de repente, pero tenía un ansia grande de él, de sus cosas, de su cuerpo.
- Cuénteme de la última noche de Cúter en el pueblo.
- Él caminaba entre las mesas dispuestas en la plaza del Pueblo. Parecía despedirse en cada saludo espontáneo y lanzado al azar, entre toda esa gente que apenas lo había visto. Lucía hermoso. Se había puesto un terno de color tabaco, una camisa blanca que yo misma le había planchado la tarde anterior y una fina corbata de seda marrón. Lucía hermoso, de verdad. Eran nuestras fiestas patronales y tocaban  las orquestas de  Los Tico Tico Good Show y la del gran Tito Castañares y los Románticos de la Rumba en el escenario que había –tose despacio, tratando de suavizar el sonido tapándose la boca y sigue-. Te cuento que desde temprano había puestos donde se expendían bebidas, fritangas y carne asada, dulces, globos, serpentinas y estampitas. Era un día maravilloso, sin borrachos ni disputas callejeras, y hasta la policía parecía festejar el acontecimiento que el mismo cura don Aparicio Pietri, bendijo desde el campanario, antes de la suelta de las palomas y del estridente sonar del carillón. Yo lo vi. Lo vi siempre, vestido elegantemente, bebiendo hasta más no poder, saludando efusivamente a los paisanos, manteniendo una postura digna, agradable y creo que yo, ya lo amaba. Lo amaba intensamente, lo necesitaba, lo ansiaba. Y él, estaba allí, a solo unos pocos pasos míos, caminando entre las mesas, con su sonrisa encantadora, con sus manos aplaudiendo al final de cada canción, incitando a todos a pedir otra más, y otra más. Vivaba a Tito Castañares y al gordo Bolo Valladares, el timbalero, sacándose el sombrero.
- Parece que a él le gustaba la música.
- Si, Facundo, a él, la música le gustaba. Pero hubo algo que me llamó la atención. En el momento en que no aguanté más y me levanté para buscarlo y decirle que baile conmigo una canción que estaba de moda, y que escuchábamos por la radio, lo vi perderse entre todos y volver al hotel de mi madre, lo vi cruzar la calle y me quedé mirándolo, sin saber qué hacer, me di vuelta hacia el escenario porque el presentador anunciaba que ahora Tito Castañares y su orquesta interpretarían “No sé porqué “ y volví a buscarlo con la vista, hasta que de repente noté su silueta a trasluz por la ventana, y que apagaba la luz de la habitación donde estaba alojado y me hirvió la sangre, me llené de furia y dejé la plaza. Caminé apresurada entre la gente, casi a los empujones, me fui abriendo paso, crucé la calle y entré decidida por el zaguán, mi madre no estaba en el mostrador ni en la cocina, entonces subí las escaleras que llevan a las habitaciones y mientras lo hacía, iba apagando las luces y desvistiéndome, arrojando mis prendas a cada paso, hasta llegar a la puerta de su habitación totalmente desnuda, totalmente desquiciada, sin razón. Totalmente loca, puramente enamorada, y allí acostado, estaba él, desnudo, dormido y quieto, bajo una nube de mosquitos molestos. Cerré los postigos y las cortinas de tul y me acosté a su lado. Entonces pareció reaccionar y sus manos tomaron mi cuello como una áspid, luego sus dedos tocaron suavemente mi cara, mi pelo, mis pechos, recorrieron todo mi cuerpo sin detenerse, hasta llegar a los tobillos. Yo me retorcía de placer, gemía, y con un simple gesto tomo mi cabeza y la condujo hacia donde él quiso.
- Mi madre tenía los discos de Tito Castañares y recuerdo que a ella le gustaba esa canción, señora Ofelia.
- No me trates tanto de señora, apenas tengo cuarenta años y yo también  tengo todas las canciones de Tito Castañares, ya vamos a escuchar a "No se porqué". Lo recordaremos así.
- ¿Es verdad que la policía la despertó?
- Fue una alcaldada muy grande eso que hizo la policía ciudadana de venir a meter las narices aquí, con las calles y la plaza abarrotadas de gente, que lo andaban buscando, entonces me rebelé y me asomé por la ventana mostrándome totalmente desnuda, hasta hice un minuto de silencio por la muerte de mi virginidad y algo les grité, no recuerdo qué, pero algo les grité y todos rieron. Después mi madre me abofeteó, me dio de cachetadas por la vergüenza que pasaba y me trataba de desquiciada. Me encerró en mi cuarto, a oscuras, a solas con la foto del cura loco –hace una pausa, como para recordar o aclarar algún concepto-. No sé si vos sabes de casualidades, pero ése cura, murió de viejo meses después que asesinaran a Cúter. Justo cuando andaba un circo por aquí mostrando a una mujer que volaba sobre un burro.
- El circo del pequeño Didú.
- Sí, ese mismo enano pervertido que era perseguido por uno árabes asesinos.
- ¿Cómo conoció a la señora Beatriz?
- Ella vino a éste pueblo, con ese aire de grande señora que quería ostentar. Aparentaba no tener ni una pizca de mácula alguna. Pero para mí era una mujer abyecta, qué sabía cómo satisfacer a un hombre, y eso, querido, sólo lo saben las putas expertas, que ponen cara de ovejas que las están esquilando para pasarla bien. Pero yo desobedecí a mi madre al enterarme que ella se había alojado en el hotel, un día después que él se fue. Durante ése tiempo, desde la golpiza por mis calenturas, hasta que salí, me habían tenido a infusiones abortivas. El lunes al mediodía, mi madre entró a mi cuarto y me dijo que habían matado a mi hacedor y que la rubia de su mujer estaba alojada en el mismo cuarto y que la policía ya la vendría a buscar, porque tenían claros indicios para detenerla, dijeron. Fueron unos minutos descabellados y tuve en esos momentos, una serie de pensamientos inapropiados, propios de mi edad. Salí corriendo furiosa, subí los escalones hasta las plantas altas y entré alocadamente a su cuarto, al cuarto de mi amado –hace una pausa en su relato la señora Ofelia, y se sirve té negro en hebras, lo toma pausadamente, en pequeños sorbos. Yo la aguardo en silencio, tratando de entender los objetos mágicos de los muebles-.
- Recuerdo Facundo, que al entrar le puse la traba a las fallebas, y que ella estaba sentada en la cama con la misma valija de Cipriano, o sea, Cúter, cómo empezaron a llamarlo, digo que era la misma valija porque estaba llena de cartas, todas dirigidas hacia ella y que la muy zorra estaba contestando una por una, fecha por fecha. "Estoy esperando a mi marido," me dijo con una cara de susto que ahora me dan ganas de reírme. Pero en ése momento pensé en matarla, en asfixiarla con mis manos, en arrojarla a la cama y quitarle toda la ropa hasta dejarla en su mayor desnudez y saber qué carajo tenía ella que yo no tuviese, y arrancarle a mordiscones cualquier vestigio, de Cúter sobre su piel. Quería poseerla, quería hacerla mía, quería que esa mujer de unos veinte años mayor que yo, me muestre el secreto que tenía entre sus piernas para atrapar a un hombre que no le tenía miedo a la muerte por ella. Zorra de mierda -Hizo ahí otra pausa la señora Ofelia y terminó de tomar el té. Entonces acercó su cara a la lámpara tenue y pude ver el rostro de una mujer hermosa, aún en su flaqueza, aún en su debilidad de mujer que es arrastrada por el cáncer de mamas-.
- ¿Quiere, señora Ofelia, que sigamos en otra oportunidad?
- No sé cuánto tiempo me queda –me dijo desde la languidez de su voz-.
- ¿Recuerda algo que ella le haya dicho?
- Me dijo que, estuvo pasando las manos por todo aquel lugar que ella creía que él había tocado, la mesa, las sillas, los grifos del baño, las cortinas. Me dijo que quería dormir y soñar lo que él había soñado en aquel cuarto, y bueno esas cosas. Ahora ayúdame a levantarme.

Caminé en la penumbra de la sala y la tomé de los brazos. Ella era una mujer delgada, elegante, dispuesta, de cabello oscuro.
Sola, sin necesidad de ayuda, fue hasta el tocadiscos y lo encendió. Los objetos adormecidos sobre los muebles, parecieron recobrar la vida y el brillo que alguna vez tuvieron y las luces tenues, ahora iluminaban todo, desde la poltrona hasta los floreros y los cuadros colgados de las paredes. La observaba cuando ponía un disco y la música me pareció familiar. Y entre las sillas y la mesa de la sala, empezamos a cantar y yo golpeteaba con mis dedos la madera de la mesa como si fuese el Bolo Valladares y luego me tomó de los brazos, solté mis apuntes y mi lapicera timbalera y bailé y canté con ella esta canción.

“Si a mí me gusta el ron Cubano.
Y beber vino Argentino.
Si me gusta fumar un buen cigarro.
Y saborear el pisco Peruano. 
¡Ay! No se porqué…
No sé porqué
Tú sigues a mi lado.
No se porqué

Si a mi me gusta ir a bailar temprano.
Y de los Argentinos el tango.
Danzar un samba Brasileiro.
Y la cumbia de los Colombianos. 
¡Ay! No sé porqué…
No sé porqué
Tú sigues a mi lado
No sé porqué!

Si a mi me gustan todas las mujeres.
Como volver de madrugada.
Si a mi me gusta el café caliente.
Como me gusta verte enojada. 
¡Ay! No sé porqué…
No sé porqué
Tú sigues a mi lado
No sé  porqué e é.”

    Reíamos. Nos reíamos y volvimos a sentarnos. Entonces me di cuenta que había un pequeño mono de alambre que golpeteaba platillos de bronce, que varias muñecas habían recobrado vida a través de las cuerdas, que el reloj, había vuelto a funcionar y que las flores de los floreros renacían en brillo, color y perfume. Y que ella misma parecía rejuvenecer. Hasta que apagó el tocadiscos y todo volvió a la penumbra y al silencio. 
Ella ya estaba nuevamente sentada en la vieja poltrona de madera y mimbre, como esperando, calladita, quieta.
Atiné a respetar su silencio y me levanté lentamente, así recuerdo a la señora Ofelia, despidiéndome con el ritmo de aquella canción en mis oídos. Yo iba llegando a la puerta cuando me habló.
- Hay algo que no te he dicho, Facundo.
 Di la vuelta y nuevamente me senté a su lado.
- Cuénteme -
La señora Ofelia no pudo continuar hablando por su repentino ataque de tos y tuvo que ser asistida por su marido y la empleada doméstica.

     En aquel momento hicimos un derroche de todos los medios que teníamos a disposición para dar con Cúter -me cuenta el oficial de la policía Edmundo Carretero-, hicimos todo lo que estaba a nuestro alcance, en realidad no se qué es lo que salió mal. Al final a todos nosotros nos salió el retiro obligatorio de la fuerza. El primer aviso fue a las siete de la mañana, todavía yo no me había hecho cargo del turno, pues entrábamos a las ocho.
Habían encontrado a Jeremías Arce, ex Peremerimbino en su casa, con un cuchillo atravesado en su garganta. La dotación entera fue para allá, habiéndose conocido esto por una de sus hijas que lo encontró dijo ella, a eso de las seis de la mañana, cuando volvía de la fiesta de la plaza. Cuando llego yo y los otros dos agentes policiales para el relevo, el oficial Florencio Cánepa, estaba llamando a la central, en Manvatará, para informar y cinco minutos después se arma otro revuelo, pues allí nos avisan de otra muerte, la de Ciríaco Juárez, ex Peremerimbino, también con un cuchillo filoso clavado en la garganta acostado en su cama mientras su mujer y sus hijos no estaban en el pueblo pues ellos no estaban de acuerdo con los berrinches propios de las fiestas patronales y porque la religión que ella profesa no estaba de acuerdo con santos y vírgenes y dicen que dormían y que no había forma de despertarlos pues parecían drogados o algo así, en la "Bandera Tricolor" una posada al lado de la ruta y lejos de los bullicios del pueblo.  A eso de las ocho de la mañana, encuentran en el baño del bar "La Amapola" otro cadáver. El de Wilson Da Silva, hermano de Marcela Da Silva, la aviadora, que dicen que se estrelló en la Amazonia cerca de Perú y que fue comida por una tribu indígena, usted sabe las habladurías de la gente, pero a mi me habían contado en una oportunidad, que ella estaba detenida por orden del gobierno por andar reclamando tierras que no eran suyas. Recuerdo que la empleada de la limpieza del bar nos contó que el local estuvo cerrado  desde las dos de la mañana y que ella asegura que no había ya nadie a esa hora y que se dio cuenta porque un hilo de sangre venía desde el fondo del local, por el pasillo, pasaba por debajo de las mesas y las sillas y buscaba la puerta principal, esquivando colillas de cigarrillos, cascaras de maní, tapitas de botellas de cerveza, papeles, corchos y otras inmundicias y que gritó, gritó fuerte y alertó a todos para que se levanten y vean como la sangre seguía avanzando por debajo de las mesas, buscando la puerta, cuando en realidad la caída natural del piso era para el patio.
- Increíble.
- Cosas así nos volvían locos ya éramos casi veinte en total los policiales que estábamos en eso, cuando a las once de la mañana y todo el pueblo alborotado, el ómnibus de la orquesta de Tito Castañares vuelve a entrar al pueblo a buscar al Bolo Valladares que estaba durmiendo en un banco de la plaza y nos avisan que había un hombre muerto a mitad de camino entre la ruta nacional y la entrada al pueblo, mando dos hombres y allí estaban ya los hermanos Sepúlveda, arrodillados y orando por esa alma, a la orilla del camino, entre el malezal alto y perros vagabundos y con un cúter clavado en la garganta. Era Omar Eulogio Chanquina, otro Peremerimbino que le gustaba el juego de naipes y que ya antes lo habíamos tenido preso por esas malas costumbres. A las once de la mañana recibo un llamado del ejército que me niego a responder, a las once y cinco minutos mis jefes me avisan que vienen todos para acá con "gente" del ejército, mientras tanto, recién ahí, recién a esa hora me hablan de detener, nada más que eso, no matar ni nada. Detener a un tal Cipriano Tavares y me pasan algunas señas particulares de él y así es que llegamos al hotel de la señorita Margarita. Puta madre, inexplicable por donde se lo mire.
Así de brutos éramos todos por aquí.

      Le explico -acota Ruben Garrido, el cabo de guardia de aquella madrugada- eran fiestas patronales del pueblo, aunque entre la zona urbana y la campiña éramos cerca de treinta mil personas. Teníamos en aquel momento cinco escuelas para completar la educación primaria y una escuela industrial para adquirir los conocimientos técnicos que esta región necesitaba, había un hospital regional, pues allí se atendía a personas de otras ciudades, decían que era por la calidad de los médicos que habían estudiado en Córdoba, allá en la Argentina. Había buenos maestros y las obras de pavimentación avanzaban. El gobierno estaba en esos momentos a cargo de los militares y ellos se interesaron mucho en que no queden Peremerimbinos, de allí era la orden estricta de que siempre tuviésemos bajo control a los fulanos muertos, pues como usted sabe ahora, tenían estos personajes Peremerimbinos algunas ideas extrañas, como esa de no acatar las instituciones. Pero como apenas eran dos el tal Chanquina un profesional en juegos de azar y Arce, que se dedicaba a la reparación y ventas de bicicletas y en este pueblo no había ni siquiera ladrones de gallinas,  la dotación policial era de  apenas ocho hombres por turno, algunos de ellos ni siquiera pasaba por la estación policial, le cuento que directamente tomábamos servicio en nuestro objetivo.

      Los otros dos aparecen por la fiesta, el tal Wilson Da Silva vino con un pequeño organito y un mono que vestido con ropa de seda se sacaba un sombrero y pedía dinero. Nunca más encontramos al mono, pero entre las ropas del muerto había un revólver de fabricación Estadounidense. En cambio Ciríaco Juarez, había llegado dos meses antes y tenía la intención de abrir una gran hostería para los seguidores del "Señor de los bautismos" una secta o algo parecido y en las posteriores investigaciones damos conque él había invitado a Da Silva -dice Garrido-.

     Entre las hipótesis nuestras pensamos que después de la declaración del campesino Gervasio Moyano, lo que pudo haber visto él es al mono vestido elegantemente saltando sus alambrados y el resto de sus declaraciones quizás fueron producto del alcohol excesivo. Pero de todos modos, hay en ellas precisiones que no se llegan a entender -dice Carretero-.

    Le cuento una anécdota -dice Garrido entusiasmado-, en medio de los disturbios escandalosos que azotaban la tranquilidad de esta ciudad que ya estaba bajo el control militar por algunas represalias, Trebber pasa con su propaladora gritando que este era un pueblo de mierda, ¿entiende eso? dos vueltas a la plaza gritando por las bocinas del vehículo que éramos un pueblo de mierda -ambos ríen, yo también, aunque incrédulo-.
                                                                      
         Hay algo extraño -me dice Juan Carlos Avendaño, el locutor líder de la afamada radio "Voz Sanvicentina"-. Observe con atención lo que la gente le dijo al juez Bonaventura, en el expediente que le alcanzaron, y quédese en el relato del cambista de las vías. Oye colega, él dice que cambió las vías a las ocho de la mañana, cuando en realidad el tren pasaba al mediodía, dice que a los trescientos metros de la estación, donde estaba la palanca de los cambios, alcanza a ver un hombre que pone algo así como un pañuelo en uno de los asientos y que se sienta a esperar, que ve que llevaba una valija como todo equipaje. que finalizado ese trámite decide volver al pueblo porque sabe que en cualquier momento llovía y que luego por el arco iris caerían los niños a la puerta de la iglesia para tomar la primera comunión, que ve a dos agentes de la policía que se asoman al andén, pero que el hombre ya no estaba, que los ve caminar por el andén y los ve entrar al pasillo de las boleterías y que los ve irse en camino hacia el centro, como si buscaran algo y que al pasar para el pueblo para ver qué ocurría observa que una de las ventanillas donde se expenden los pasajes estaba abierta pero le pareció ver al fantasma de don Baltazar Ibarra, un empleado ya jubilado que falleció de viejo, flaco y huesudo que vendía pasajes y llenaba los formularios de la línea Star Line por este valle. De allí es que se hacen ricos  los señores Esteban Cañizares y Sánchez Artiaga, inventando toda esa historieta llamada "Cúter", que felizmente fue incautada por el gobierno militar.
    En cuanto se le pregunta a Raúl Cismondi, el cambista, si volvió a ver a ese hombre que estaba sentado dijo que sí, que tenía un pasaje en la mano y que salía del baño, abotonándose la bragueta del pantalón, pero desde lejos, pues afirmaba que tenía claras sospechas de que su mujer le era infiel y quería sorprenderla llegando fuera de sus horarios habituales a su casa. Un año después, Cismondi fue preso por matar a su mujer una fulana que venía de un cabarute llamado "La Rosa Blanca" por allá, cerca de donde era Naranjillos, porque estaba acostada con el cantante Roberto Enciso, el serenatero que logró escapar y se fue del pueblo por un tiempo, allí se desarma el grupo los Tico Tico Good Show. 
    A mí el gobierno también me dijo que me callara y que no hiciera comentarios que puedan causar cierta desconfianza, ciertas hilaridades entre la gente, así es que por orden de ellos tuvimos que acomodar nuestra grilla y obtuvimos a cambio algunas pautas publicitarias impensadas para nosotros, hablábamos de deportes, modas, espectáculos, el estado del tiempo y de lo maravilloso que era ir de pesca al lago Imbuté, y de  lo maravilloso que era nuestro verde valle lleno de petroleras y de las maravillosas putas de mierda carreteras nuevas hechas por negros explotados y reputas empresas mineras de gringos cornudos que se venían con alegría, industrialización, tecnología y progreso.
Nada de hablar sobre desforestaciones, crímenes, expropiaciones, nada. 
Así eramos todos. Cagones hasta la mandíbula. 
Háblame de como llegaste hasta aquí, colega pendejo.

(Continuará)

  


Tiene derecho de autor


Copyright 2013
Capítulo correspondiente al libro "CÚTER"
Autor: José Antonio Ibarrechea 
http://diceelwalter.blogspot.com
"PASEN Y VEAN"
diceelwalter@gmail.com
Walter Ricardo Quinteros

BERENICE WEBER: LAURITA Y LA MÁQUINA VOLADORA

-Ante el requerimiento de las autoridades presentamos los planos del proyecto, pues cada una tenía una copia para asegurarnos de nuestra autoría. 

-Y por si ganábamos el primer premio con nuestro invento. El soñado viaje de fin de curso a las sierras de Córdoba.

-La directora de la escuela no salía de su crisis nerviosa y debió ser internada de urgencia.

-En la semana de la inventiva, nuestras profesoras nos dejaron solas.

-Nosotras estábamos entusiasmadas por los avances de nuestra "Máquina Voladora."

-Ante la jueza de Cuarta Nominación, el padre de Josefina, mecánico herrero de profesión, dijo que él colaboró aportando su eficaz mano de obra, sus conocimientos en la materia y en montar el complejo mecanismo en nuestro invento.

-Nuestras profesoras también fueron demoradas luego de que se les tomara declaración.

-Nosotras dijimos en nuestras declaraciones que la tarea asignada a cada curso, era la de desarrollar un invento y demostrar cómo funcionaba.

-También había que validar su aplicación en la vida del hombre.

-La mamá de Laurita era consolada en la sala de música por un equipo de psicólogas.

-Se hizo presente un señor muy arrogante, aunque con claros signos de nerviosismo, que fumaba en los lugares donde estaba prohibido.

-Leía las currículas.

-Nosotras permanecíamos sentadas en el aula.

-Nos enteramos que era el señor ministro de Educación.

-También vinieron unos ingenieros que debieron abrirse paso a los empujones entre los periodistas que estaban en la puerta.

-Estudiaron los planos.

-De arriba a abajo.

-Los daban vueltas.

-Nos miraban.

-Una de las porteras entró corriendo y llamó al servicio de emergencia, porque la mamá de Laurita se había descompensado.

-Julia pidió permiso para levantarse y abrir el armario. 

-La vicedirectora, los policías, el ministro, la inspectora zonal y hasta los ingenieros la acompañaron.

-Julia expuso con toda claridad...

-Y con la ayuda de todas nosotras...

-Expuso el funcionamiento de la "máquina voladora."

-Era un complejo mecanismo montado en un triciclo, donde las partes de acero fueron reemplazadas por duraluminio y piezas de plástico resistente.

-Debían soportar el andamiaje de poleas, engranajes, correas dentadas y comandos guiados por palancas desde el manubrio.

-El papá de Josefina se encargó de las soldaduras y la distribución del mecanismo con precisión porque había que equiparar los pesos.

-Compensar el peso de la máquina en su volumen.

-La novedad era la genial idea de desplegar las ruedas traseras para que adopten la forma de alerones.

-Los alerones se desplegaban con un movimiento de una palanca que está en el manubrio y le otorgaba a nuestro invento, mayor estabilidad.

-Adquiría velocidad en los movimientos.

-Respecto a aumentar la mayor cantidad de revoluciones posibles considerando la fuerza en cada vuelta de pedal.

-No nos dejaron darle un abrazo a la mamá de Laurita.

-Si, a la señora se la llevaron en la ambulancia.

-Las alas de nuestro invento consistían en una estructura de alambre y reforzada en los bordes de ataque.

-Que nosotras recubrimos con una fina lona impermeable.

-Y las adherimos con un pegamento tipo "dope."

-Nacían en cada punta del manubrio, por las manoplas.

-Nancy hizo la prueba de funcionamiento de la maqueta en el patio, bajo una fuerte custodia policial, y la pequeña maqueta apenas voló dos, o tres metros, y cayó.

-Por orden de la jueza secuestraron la maqueta de nuestro invento.

-Entre todas, a la hora de la exposición, habíamos subido la máquina voladora al techo de la escuela.

-Nadie nos vio.

-Laurita era nuestra compañera más menuda, pecosa, sonriente, inquieta.

-No, no tenía novio ni pensaba en eso.

-Se colocó el arnés entre risas.

-El casco para motos le tapaba el flequillo sobre las cejas.

-En realidad, por su físico, su contextura, era la única que podía dirigirla.

-Cuando nos tocó el turno de presentar nuestro invento, les dijimos a todos los presentes que miren hacia el tejado.

-Allá, en el segundo piso.

-Laurita se asomó por la cornisa montada en la máquina voladora.

-Parecía una reina...

-Era todo un griterío pidiéndole que se baje.

-Si, gritaban que se detenga, que no lo haga.

-La policía encontró las zapatillas de Laurita en uno de los techos.

-A la mañana siguiente fue que la Fuerza Aérea, desplegó sus aviones para ir a buscarla.

-Se llevó mi vincha, le quedaba bien.


(A Ibarrechea, por su "Ráfaga")













Berenice Weber
www.diceelwalter.blogspot.com







    

JULIO CORTÁZAR; DIEZ CONSEJOS PARA ESCRIBIR UN CUENTO

10 Consejos de Julio Cortázar para escribir un cuento












1. No existen leyes para escribir un cuento, a lo sumo puntos de vista.
Nadie puede pretender que los cuentos sólo deban escribirse luego de conocer sus leyes… no hay tales leyes; a lo sumo cabe hablar de puntos de vista, de ciertas constantes que dan una estructura a ese género tan poco encasillable”. (Algunos aspectos del cuento)

2. El cuento es una síntesis centrada en lo significativo de una historia.
El cuento es …una síntesis viviente a la vez que una vida sintetizada, algo así como un temblor de agua dentro de un cristal, una fugacidad en una permanencia”… “Mientras en el cine, como en la novela, la captación de esa realidad más amplia y multiforme se logra mediante el desarrollo de elementos parciales, acumulativos, que no excluyen, por supuesto, una síntesis que dé el "clímax" de la obra, en una fotografía o en un cuento de gran calidad se procede inversamente, es decir que el fotógrafo o el cuentista se ven precisados a escoger y limitar una imagen o un acaecimiento que sean significativos”. (Algunos aspectos del cuento)

3. La novela gana siempre por puntos, mientras que el cuento debe ganar por knock-out.
Es cierto, en la medida en que la novela acumula progresivamente sus efectos en el lector, mientras que un buen cuento es incisivo, mordiente, sin cuartel desde las primeras frases. No se entienda esto demasiado literalmente, porque el buen cuentista es un boxeador muy astuto, y muchos de sus golpes iniciales pueden parecer poco eficaces cuando, en realidad, están minando ya las resistencias más sólidas del adversario. Tomen ustedes cualquier gran cuento que prefieran, y analicen su primera página. Me sorprendería que encontraran elementos gratuitos, meramente decorativos”. (Algunos aspectos del cuento)

4. En el cuento no existen personajes ni temas buenos o malos, existen buenos o malos tratamientos.
…en literatura no hay temas buenos ni temas malos, solamente hay un buen o un mal tratamiento del tema”. “Tampoco es malo porque los personajes carecen de interés, ya que hasta una piedra es interesante cuando de ella se ocupan un Henry James o un Franz Kafka”… “Un mismo tema puede ser profundamente significativo para un escritor, y anodino para otro; un mismo tema despertará enormes resonancias en un lector, y dejará indiferente a otro. En suma, puede decirse que no hay temas absolutamente significativos o absolutamente insignificantes. Lo que hay es una alianza misteriosa y compleja entre cierto escritor y cierto tema en un momento dado, así como la misma alianza podrá darse luego entre ciertos cuentos y ciertos lectores”. (Algunos aspectos del cuento)

5. Un buen cuento nace de la significación, intensidad y tensión con que es escrito; del buen manejo de estos tres aspectos.
…el cuentista trabaja con un material que calificamos de significativo... El elemento significativo del cuento parecería residir principalmente en su tema, en el hecho de escoger un acaecimiento real o fingido que posea esa misteriosa propiedad de irradiar algo más allá de sí mismo… al punto que un vulgar episodio doméstico… se convierta en el resumen implacable de una cierta condición humana, o en el símbolo quemante de un orden social o histórico… los cuentos de Katherine Mansfield, de Chéjov, son significativos, algo estalla en ellos mientras los leemos y nos proponen una especie de ruptura de lo cotidiano que va mucho más allá de la anécdota reseñada”… “La idea de significación no puede tener sentido si no la relacionamos con las de intensidad y de tensión, que ya no se refieren solamente al tema sino al tratamiento literario de ese tema, a la técnica empleada para desarrollar el tema. Y es aquí donde, bruscamente, se produce el deslinde entre el buen y el mal cuentista”. (Algunos aspectos del cuento)

6. El cuento es una forma cerrada, un mundo propio, una esfericidad.
Señala Horacio Quiroga en su decálogo: Cuenta como si el relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida en el cuento”. (Del cuento breve y sus alrededores)

7. El cuento debe tener vida más allá de su creador.
…cuando escribo un cuento busco instintivamente que sea de alguna manera ajeno a mí en tanto demiurgo, que eche a vivir con una vida independiente, y que el lector tenga o pueda tener la sensación de que en cierto modo está leyendo algo que ha nacido por sí mismo, en sí mismo y hasta de sí mismo, en todo caso con la mediación pero jamás la presencia manifiesta del demiurgo”. (Del cuento breve y sus alrededores)

8. El narrador de un cuento no debe dejar a los personajes al margen de la narración.
Siempre me han irritado los relatos donde los personajes tienen que quedarse como al margen mientras el narrador explica por su cuenta (aunque esa cuenta sea la mera explicación y no suponga interferencia demiúrgica) detalles o pasos de una situación a otra”. “La narración en primera persona constituye la más fácil y quizá mejor solución del problema, porque narración y acción son ahí una y la misma cosa… en mis relatos en tercera persona, he procurado casi siempre no salirme de una narración strictu senso, sin esas tomas de distancia que equivalen a un juicio sobre lo que está pasando. Me parece una vanidad querer intervenir en un cuento con algo más que con el cuento en sí”. (Del cuento breve y sus alrededores)

9. Lo fantástico en el cuento se crea con la alteración momentánea de lo normal, no con el uso excesivo de lo fantástico.
El génesis del cuento y del poema es sin embargo el mismo, nace de un repentino extrañamiento, de un desplazarse que altera el régimen “normal” de la conciencia”… “Sólo la alteración momentánea dentro de la regularidad delata lo fantástico, pero es necesario que lo excepcional pase a ser también la regla sin desplazar las estructuras ordinarias entre las cuales se ha insertado…  la peor literatura de este género es sin embargo la que opta por el procedimiento inverso, es decir el desplazamiento de lo temporal ordinario por una especie de “full-time” de lo fantástico, invadiendo la casi totalidad del escenario con gran despliegue de cotillón sobrenatural”. (Del cuento breve y sus alrededores)

10. Para escribir buenos cuentos es necesario el oficio del escritor.
…para volver a crear en el lector esa conmoción que lo llevó a él a escribir el cuento, es necesario un oficio de escritor, y que ese oficio consiste, entre muchas otras cosas, en lograr ese clima propio de todo gran cuento, que obliga a seguir leyendo, que atrapa la atención, que aísla al lector de todo lo que lo rodea para después, terminado el cuento, volver a conectarlo con sus circunstancias de una manera nueva, enriquecida, más honda o más hermosa. Y la única forma en que puede conseguirse este secuestro momentáneo del lector es mediante un estilo basado en la intensidad y en la tensión, un estilo en el que los elementos formales y expresivos se ajusten, sin la menor concesión… tanto la intensidad de la acción como la tensión interna del relato son el producto de lo que antes llamé el oficio de escritor”. (Algunos aspectos del cuento)

ALFONSINA STORNI: DATE A VOLAR



Anda, date a volar, hazte una abeja, 

En el jardín florecen amapolas, 
Y el néctar fino colma las corolas; 
Mañana el alma tuya estará vieja. 

Anda, suelta a volar, hazte paloma, 
Recorre el bosque y picotea granos, 
Come migajas en distintas manos 
La pulpa muerde de fragante poma. 

Anda, date a volar, sé golondrina, 
Busca la playa de los soles de oro, 
Gusta la primavera y su tesoro, 
La primavera es única y divina. 

Mueres de sed: no he de oprimirte tanto... 
Anda, camina por el mundo, sabe; 
Dispuesta sobre el mar está tu nave: 
Date a bogar hacia el mejor encanto. 

Corre, camina más, es poco aquéllo... 
Aún quedan cosas que tu mano anhela, 
Corre, camina, gira, sube y vuela: 
Gústalo todo porque todo es bello. 

Echa a volar... mi amor no te detiene, 
¡Cómo te entiendo, Bien, cómo te entiendo! 
Llore mi vida... el corazón se apene... 
Date a volar, Amor, yo te comprendo. 

Callada el alma... el corazón partido, 
Suelto tus alas... ve... pero te espero. 
¿Cómo traerás el corazón, viajero? 
Tendré piedad de un corazón vencido. 

Para que tanta sed bebiendo cures 
Hay numerosas sendas para tí... 
Pero se hace la noche; no te apures... 
Todas traen a mí... 













Alfonsina Storni

(Humor) AL IBARGUREN: MANUELITA...¿DONDE ESTÁS?


Usted señor, que caminó por las callecitas de mi barrio, y encontró una telita blanca, chiquitita, y notó que estaba sujeta a un broche de plástico color verde. No sonría, es mía.
Si, mi telita la dejé olvidada en la soga, y el pícaro viento se la llevó, y  cuando usted la vio por ahí, seguro que estaba limpita porque pasó por mucho jabón.
¿Podría enviarme por favor, un mensaje  para devolvérmela, por la paloma más flaca que encuentre? Ella  sabrá llegar a mi casa. 
¿Por qué digo la más flaca? 
Dicen que por esta zona hay un señor que las quiere tanto, que se pasa el día dándole miguitas de pan, y ellas quedan regordetas.
Dicen que los días domingos almuerza “Polenta con pajaritos.”

Pero volvamos a la telita blanca, motivo de mi aflicción y que ya a ésta altura tal vez  está irremediablemente perdida.

Usted señor, que mientras caminaba por la vereda del sol mirando el cielo, notó que allí arriba había algo verde, que se dio cuenta que no era una hoja del añoso árbol que da sombra en la esquina, y que luego de sumar, restar, y estudiar como subiría, se trepó como cuando tenía de verdad estado para hacerlo, pensando que el broche que estaba sujeto a mi telita blanca era un triste billete perdido, y cuando se dio cuenta que el broche lo miraba con cara de “que hace usted aquí”, le dio un ataque de furia que trastabilló y terminó en el piso  con mi telita en su mano.
Claro que la cosa no terminó así, porque  la vecinita de la casa de enfrente, esa que le habla por teléfono, la que además usted muy comedido le arregló los enchufes y la misma que a veces lleva al cine, pasó en el mismo instante por casualidad, y por supuesto lo pescó infraganti con mi telita blanca en la mano, tendido cuan largo es.

¿Cómo explicarle que estaba arriba, y no “que vino de arriba”?. 

O quizás señor  fue usted, que manejaba su auto,  y pensaba en la existencia del cangrejo en los días de invierno.
Justito en el semáforo se le ocurrió bajar de la estratósfera y bajó el vidrio para comprar unos chocolates al muchachito que siempre le quiere vender algo, pero nunca le parece útil lo que le ofrece, y pensando en la utilidad de las cosas, miró el piso, pero no el de su auto, y al lado del cordón de la vereda ve la telita, esa que perdí yo por dejarla todo el día en la soga y el viento se la llevó. Al ladito de la cosita blanca, ve algo de color verde. Si, verde como la esperanza,  o verde como ese cruel billete que nunca puede comprar porque siempre sale un peso más.
Le pagó al muchachito los chocolates con un billete de 100 pesos, y como estaba apurado y emocionado por lo que creía que acababa de ver, se olvidó del vuelto.
El semáforo estaba  por cortar mientras usted miraba para todas partes como un auténtico detective, y como calculó que  nadie se dio cuenta de su hallazgo, porque nadie lo estaba mirando, abrió la puerta del auto, se tiró sobre la presa y con disimulo la guardó en el bolsillo derecho del pantalón, se subió al auto silbando, y como ocurre siempre, los que esperaban atrás suyo lo mataban a bocinazos, entonces calmó a las fieras tirando miguelitos a sus ruedas, puso el guiño porque doblaría  a la izquierda, primera y…se olvidó  lo que tenía en el bolsillo porque justo pasó una manifestación.

Con impaciencia recorrió las cuadras que faltaban para  llegar a su casa. Su esposa lo recibió con un beso y un abrazo y le preparó un café, usted se acordó  que compró hace un ratito en el semáforo los chocolates que le gustaban a ella, se puso la mano en el bolsillo derecho, y sacó una telita blanca, que no era ni más ni menos que mi bombachita,  la misma que yo dejé olvidada en la soga y se la llevó el viento, la misma que yo le cambié el nombre, y  la llamé  Manuelita.










Al Ibarguren
aliciauv@yahoo.com

CHUÑI BENITE: MARTINO BRAVAQUA, EL HOMBRE DE LA MALDICIÓN DE LOS AMORES FUGACES


"Hola, la amo, adiós" es el título de la obra, que fue escrita por un sobrino de Bravaqua al que Martino dictó los detalles de sus amores, todos invariablemente fugaces. Así se expone un prolijo registro de cada una de las mujeres que ganaron el corazón del protagonista del relato. Están la rubia que vio sentada una vez, a los 23 años, en el fondo de un colectivo mientras él iba parado detrás del chofer; la joven que vio leyendo en la estación de trenes de Hermoso Campo mientras él viajaba en ferrocarril hacia Rosario; la dueña de la inolvidable mirada morena contra la que se estrelló en la fiesta de bodas de su hermana.

"A todas las amé, todas me hicieron feliz, todas me dolieron". No se trata de las palabras de una ninfómana aludiendo a su objeto de deseo, sino de las memorias de Martino Bravaqua, el talabartero chaqueño que acaba de publicar una autobiografía en la que habla de los 372 grandes amores que vivió a lo largo de su existencia. Lo singular es que algunos duraron apenas un puñado de segundos y el más extenso no superó las cuatro horas y media.
Experiencias similares fueron -de alguna manera- vividas por millones de personas en la historia de la humanidad. Esos instantes en que divisamos a alguien que se nos cruza en el camino y que por un par de minutos nos enamora con su belleza o con su misterio. Pero para Martino no fueron episodios esporádicos que rápidamente se archivaban en la carpeta de los recuerdos volátiles. No, él los sufría, los añoraba, los gozaba en las proyecciones de lo que jamás sería. Hasta que un nuevo amor llegaba.
"Siempre que contaba lo que me pasaba, me decían enamoradizo, así que dejé de contarlo, porque para mí el término es despectivo. Suena a que me enamoraba de puro pavo nomás, o de calentón. Suena a que eran amores de papel. Y yo sé todo lo que amé", dice Martino.
Fue Luciano Luis Bravaqua, su sobrino, quien lo convenció de que lo utilizara como dactilógrafo para contar esa vida de felicidades y desgarros exprés. El libro será presentado el próximo fin de semana en el taller mecánico de Roque Antúnez, en Villa San Juan, con palabras a cargo de la figura cultural más conocida de barrio, el literato Chuñi Benite, quien todavía no regresó desde Brasil, donde cubrió el Mundial de Fútbol para Angaú Noticias.

Maldita bendición
Luego de no menos de una docena de llamados telefónicos, Martino accedió a una charla con AN. Nos recibió en su casa de calle Obligado, que parece más alta que ancha o larga. Dos habitaciones pequeñas, una sala y techos que están allá arriba, donde casi no se pueden ver. El ambiente es fresco y sombrío. Martino prepara en silencio el mate, y deposita al fin sus 74 años en una silleta de mimbre. Desde la galería de la derecha, donde funciona su tallercito, llega un leve aroma a pegamentos y cueros, que se mezcla con una fragancia de fritangas vecinas.
-¿Tuvo algún gran amor que durara mucho?
-Sí, uno me duró cuatro horas y media.
-¿Ninguno que durara meses o años?
-Así como un gran amor no, ninguno, para qué le voy a mentir.
-¿Y ése de las cuatro horas cómo fue?
-En el casamiento de mi hermana Adelia. Yo ayudaba a acomodar unas sillas, y la vi. Después supe que se llamaba Inés. Me quedé literalmente pegado a su mirada. Hasta cuando ella se dio cuenta de que la observaba y mi mente me ordenó hacerme el distraído, no pude hacer caso y la seguí mirando.
-¿Por qué?
-Por el amor, por qué va a ser. Era la mirada, una mirada que no vi nunca más. Como si toda ella estuviera en los ojos. Una mirada morena, firme y dulce. Una mirada panal del monte. Una mirada puerto. Una mirada horizonte amanecido.
-¿Le habló?
-No, no, porque... No sé, yo no era de hablar. Era de amar nomás.
-Cuénteme más de esa noche.
-Como siempre en casos así, uno se convierte en un inútil. Me abstraía, no podía hacer bien nada que no fuera amarla. Coloqué mal las sillas. Eran esas de madera que se abren o se pliegan, según usted las esté por usar o por guardar. Toda la noche se cayó gente de espaldas porque no las abrí bien. Si servía vino, manchaba el mantel o salpicaba señoras. Al bailar el vals con mi hermana le desgarré parte del vestido. Al saludar a mi cuñado le dejé doblados los dedos de la mano.
-La siguió mirando, supongo.
-Obviamente que sí.
-Disculpe que pregunte tanto, pero quiero entender el proceso. ¿Qué le pasaba a usted en esas horas?
-Es difícil de explicar. Calculo que siempre la aparición de un gran amor es así. Uno cae en la más absoluta desesperación interna. Yo no sabía qué hacer. Le diría que ni sabía qué sentir. De a ratos era feliz por ese amor y porque, al fin de cuentas, amar siempre es un acto feliz.
-Siempre no, está el amor no correspondido también.
-No, siempre es un acto feliz. El amor no correspondido, el amor imposible,  el amor trunco, son felices siempre. Hasta la infelicidad tan terrible que pueden provocar tienen, como música de fondo, una felicidad que uno siente y valora. Salvo que uno sea de los que no se da cuenta.
-Literariamente suena lindo, pero no veo manera de que haya felicidad en un trance tan angustioso como el del desamor, aunque usted diga que se trata de una emoción como en segundo plano.
-No habrá amado bien usted, entonces. Yo le digo que esa felicidad se siente. Además, fijesé que si fuera como usted dice, la infelicidad del que siempre ama sería igual que la infelicidad del que nunca ama, y eso sería absurdo. Una cosa no tiene nada que ver con la otra. Entonces, no pueden tener el mismo resultado.
-Vuelvo a lo de aquella chica. ¿Usted no intentó nada?¿No le habló?¿No buscó la ayuda de un tercero conocido en común?¿No le escribió algo en una servilleta?
-No, no pude. A mí el amor siempre me paralizó. Por otro lado, desde chico sentía que era mi destino. Yo presentía que mis amores iban a ser así. Mi primer gran sufrimiento había sido una nena de sexto que estuvo un solo día en mi grado. Una porteñita que por lo visto los padres andaban de acá para allá. Hará unos años la soñé, y me desperté con el mismo dolor de panza que cuando me dijeron que se había ido a vivir a La Pampa.
-¿El amor más corto cuál fue?
-Aclaremos algo. Cuando yo le digo "este amor duró cuatro horas y media", lo que le mido es el tiempo que yo vi a esa mujer, el tiempo que la tuve enfrente. Porque en realidad el amor, como sentimiento, siempre duró mucho más. A la chica del casamiento la busqué o la esperé dos años. Y la lloré y me hizo feliz todo ese tiempo.
-Quedamos en el más corto.
-Bueno, también le aclaro que tampoco me puse jamás a cronometrarlos. Así que no sé, los "cortos", como les dice usted, fueron la mayoría.
-Mencióneme cualquiera que se le venga a la mente.
-Uno que fue muy especial para mí fue cuando tenía 27 años y me iba a visitar parientes que tenía en Rosario. El tren paró muy poquito en la estación de Hermoso Campo, y allí había una muchacha recostada sobre la oficina de madera del lugar, leyendo un librito. Me impresionaron sus manos, tan blancas, tan limpias. Pero limpias de la vida, le digo. ¿Vio esas manos que usted las ve y dice "seguro que esas manos nunca lastimaron ni robaron ni cerraron una carta de amor burlándose de ella"? Buenos, manos así. Después de unos segundos recién le busqué los ojos, que eran como las manos.
-¿Ella se dio cuenta de usted?
-Sí, claro, todos los amores de los que hablo en el libro fueron amores de a dos. Los grandes amores, por otro lado, siempre son de a dos. Un gran amor nunca es un amor de uno solo hacia alguien que no corresponde a ese amor.
-No lo veo tan así. Uno puede sentir un gran amor por alguien que no nos ama.
-No, usted se equivoca. Si uno siente un gran amor por alguien, ese amor sí o sí encuentra reciprocidad. Podrá ser imposible y hasta podrá ser negado, pero siempre es recíproco. Lo que yo no sé, sinceramente, es si el amor crea esa correspondencia o si la correspondencia está latente y el amor lo único que hace es despertarla. Pienso que a lo mejor ya nacemos con los grandes amores grabados, como si fueran discos esperando su vitrola. Pero volviendo a lo que usted decía, el gran amor que va en una sola dirección no es tal, es un malentendido nomás.
-¿Qué pasó con la chica de la estación?
-Ella me miró, nos dimos cuenta los dos de lo que nos pasaba. Yo en mi mirada le decía que quería vivir con ella toda la vida que me quedara, en una casa blanca con techo de tejas. Ella con la suya me decía que dudaba. Yo le decía que confiara, que hay cosas que se sienten de un modo tan claro que es imposible que no sean ciertas. Ella parpadeó diciéndome que igual tenía miedo de que yo fuera un Don Juan. Yo le dije que no, que en realidad venía atravesando amores y descubría allí mismo, en esa estación, que habían sido cruces de caminos para llegar a ella.
-¿Y entonces?
-El tren comenzó a marchar cuando yo trataba de decirle que quería que nuestro primer hijo se llamara Juan, como homenaje a la simpleza que hay en el amor. Ella me miraba como preguntándome si no podía ser Juan Luis, en memoria de su padre. Yo le estaba por decir que sí, que no había problema, cuando las ventanas se me empezaron a llenar de monte.
-¿Pero y en esos casos usted no avanzaba hacia algo más real?
-¿Real?¿Qué me quiere decir, que viví en una nube de pedo, con perdón de la expresión?
-No, algo concreto, le quiero decir. Me dice que usted percibía que ella lo correspondía, y sin embargo el tren arranca y usted se queda ahí arriba, dejando que se pierda lo que podría haber sido una historia perfecta.
-¿Yo le dije que no bajé?
-¿Bajó?
-Cuando vi que el ferrocarril tomaba velocidad, salté de mi asiento. Usted seguro nunca vio lo que era viajar en uno de aquellos trenes. En el pasillo había decenas de personas de pie, apretujadas con bolsos, animales y verduras. Busqué avanzar hacia la salida del vagón. Forcejeé, remé entre brazos y cabelleras, toleré picotazos en los ojos propinados por aves de corral, fui golpeado por señoras que malinterpretaron mis movimientos, tantas cosas. Al cabo de una denodada lucha contra la masa humana, opté por arrojarme desde una ventanilla. Caí y rodé sobre un cardal. Una serpiente de coral se prendió de mi tobillo. Una nube de avispas calabaceras me desfiguró el rostro y las extremidades. Cuando llegué a la estación, arrastrándome y casi ciego, toqué unos pies que creí eran los suyos y que se alejaron espantados. Yo trataba de decirle que era yo, el de un instante antes, pero las inflamaciones solamente me permitían lanzar alaridos guturales. La perdí.
-¿No fueron idealizaciones suyas esos amores? No se ofenda, pero quizás usted creía ver en las miradas de esas mujeres simplemente lo que quería ver.
-Tampoco se ofenda usted, pero su vida debe ser muy triste. Cuando el amor es amor, no hay equivocación posible. O la única, en todo caso, es no hacer todo lo posible por vivirlo. En eso, sí, le puedo admitir que me equivoqué demasiadas veces.
-En el libro usted dice que, seriamente, no descarta haber sido víctima de una maldición.
-Y claro, imagínese. Hay personas que tienen un gran amor en su vida, éste se trunca, y sufren tanto que sienten que el tiempo debería tener ocho dimensiones para lograr hacer caber todo su penar. Y eso, a mí, me pasó 372 veces. Yo digo que no debe haber habido en la historia rico más pobre que yo.
-¿Hay alguna de estas historias por la que haya sufrido más?
-(Piensa unos segundos) No, no creo. Sufrimientos diferentes sí. Por ejemplo, una vez, en los '70, yo tenía un Renault 4 y por el espejo retrovisor veo el rostro de una mujer bellísima. Simple y bellísima, que es la más maravillosa manera de ser bella que tiene una mujer, porque la belleza simple da cada día una nueva muestra de su condición de tal. Entonces todos los días hay una nueva razón para amar a esa persona. La belleza de las simples es el Paraíso. Sale de adentro, y entonces no depende del tiempo, no depende de la rutina, es libre de todo, jamás se agota.
-¿Y qué pasó con esa mujer?
-Iba en el auto que marchaba detras del mío. La amé, claro. Ella me devolvía la mirada. Sus ojos eran color miel o verdes, no sé bien, la distancia no me permitía precisar. Pero ella entendió, eso sí lo vi bien. "Te busqué, siempre te busqué", me dijo con los labios. Acomodé mi espejo para que viera los míos y le dije "te amo". "No puedo", me contestó, y miró a su alrededor. Entonces vi que al vehículo lo conducía un hombre de cejas gruesas, semicalvo, seguramente su esposo, y vi detrás de ambos las pequeñas cabezas de dos criaturas. Estábamos en un semáforo en rojo. Apareció el amarillo. "Salvémonos, por favor salvémonos", le dije. Se le cargaron de tristeza los ojos. Dio verde. Yo seguí derecho, ellos doblaron a la derecha. Lloré ocho meses sin parar. No comía, no dormía, llegué a pesar 44 kilos. La vi hace dos años, en un supermercado. Qué lugar horrible para reencontrar un gran amor perdido. A esas bromas del destino nunca las entendí, me parecen vulgares. Nos reconocimos, pero hicimos de cuenta que no. Seguía con la mirada triste. Estaba arrugada, vencida, y seguía siendo hermosa.
-¿Nunca pudo vivir un amor? Vivirlo de verdad, quiero decir, piel a piel,  cara a cara.
-Voz a voz, dice usted. Labio a labio, mano a mano, respiración a respiración, silencio a silencio, milanesa a milanesa, atardecer a atardecer. Sí, viví dos amores de ésos. Pero chiquitos y largos, muy largos. Nada que ver con aquellos, tan inmensos y tan breves.



Chuñi Benite















www,angaunoticias.com