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viernes, 6 de junio de 2014

AMIGOS

Habernos encontrado estuvo bueno.
Permitirme visitar su "OFICINA" del blog de punta a punta, estuvo sensacional.
Pasar tres días maravillosos a su lado, no tiene precio.

José Antonio Ibarrechea, ahora es mi amigo, ahora es mi maestro.
Nació en la década del cincuenta en Deán Funes. Ciudad que conocí,  en el norte de la Provincia de Córdoba, un caluroso sábado que "consta en las actas" estaba ventoso.

Me dijo que allí cuando apenas iba a cuarto grado se fue a otra ciudad porque su padre era ferroviario y que después, anduvo por Córdoba. 

Y después por Entre Ríos.
Y por una ciudad de Brasil.
Y que conoce perfectamente Uruguay y Paraguay.
Y por otros lugares como mi Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Y que conoce mi Villa Crespo, y mi calle. 
Y me dijo que yo mirara las cosas de la vida, que el mismo año que él llegaba expectante a mi ciudad, yo contraía mi frustrado matrimonio.

Hoy, a su lado desde la distancia, colaboraré con él.

He ganado un amigo.
He dejado abrazado a sus sueños, a un señor.
He llegado a mi casa, con la premura de abrir la puerta, abrazar a mi hija Rebeca y contarle que mamá estuvo en el corazón del PASEN Y VEAN, en la cocina misma de los cuentos de Peremerimbé y que colaboraré en todo, con todo.

Soy Berenice Weber. 
Porteña

Y, a aquella señora que gane el corazón de mi amigo, le digo:
Que él, sigue como un tonto abrazado a sus sueños.
Sonriendo, por algún bello recuerdo.
Esperando la mujer que ama.
-"mirá aquel avión Bere, va haciendo rayitas en el cielo" -me dijo señalando hacia arriba. 

Lo vi escribiendo.
Lo vi enojado.
Lo vi triste.
Lo vi feliz por escasos momentos.
Lo vi cansado. 
Lo vi lleno de proyectos.
-"Mirá nena, aquí trabajo yo" me dijo orgulloso cuando todos sus compañeros se asomaron a verme, a verlo, y nos dimos un abrazo enorme de despedida.

Mi amigo José Antonio usa casco blanco y no se lo saca ni siquiera para besar a su nueva amiga y no se distrae ni un instante de sus tareas y no deja de hacer bromas instantáneas ni de llamar la atención por algo que ve o sabe que están haciendo mal.
Y nos despedimos allí.
Me traje su sonrisa, clavada en el espejo retrovisor de mi Honda, su figura bonachona aferrada a una tablilla llena de formularios, facturas y remitos.
Doblé por la esquina y volví a doblar en la otra esquina y volví a doblar y nuevamente para pasar por el PASEN Y VEAN y de allí si, me animé y saqué mi mano por la ventanilla y saludé. 
Saludé mi aventura.
Saludé mi ocurrencia.
Saludé mis tres días.
Saludé a un señor, (recién ahora sabrá que hice eso) que me enseñó lo que es la amistad entre un hombre y una mujer.

Mi hija Rebeca, me preguntó si estuve en Córdoba o en Peremerimbé, por todos los cuentos fantásticos que le conté.

Gracias Walter.
Gracias José Antonio.














Berenice Weber
http://diceelwalter.blogspot.com





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