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viernes, 23 de mayo de 2014

COSAS QUE DICE EL SEÑOR JOSÉ ANTONIO

1
ROBOT
Me programaron para que ame,
y amé.
Una, dos, tres,
intensamente.
y muchas más,
apasionadamente.
Algo salió mal la última vez.
Ahora debo esperar,
por nuevas instrucciones.


2
LIMITACIÓN DE LA RESPONSABILIDAD
En ningún caso querida mía, seré responsable ante tu corazón y tu almita por daños causados por la utilización o el mal uso de los servicios que he de brindarte. 

Esta limitación de responsabilidad se aplicará para impedir daños indirectos, incidentales, especiales, ejemplares, (incluso si yo te hubiese advertido de la posibilidad de tales daños). 

Esta limitación de responsabilidad se aplicará si los daños surgen del uso o mal uso de y la confianza que entre los dos acontezca, o de la interrupción, suspensión o finalización de nuestro adorable amor. 
Por la presente, nosotros, nos abstendremos de los reclamos, demandas, pérdidas, daños, derechos, reclamaciones y acciones de cualquier tipo, directa o indirectamente relacionada con nuestro emocionante amor.
INDEMNIZACIÓN. Es entonces que aceptamos defendernos, indemnizarnos y mantenernos de, y contra cualquier reclamación, responsabilidad, daños, pérdidas y gastos, que surjan de nuestra encantadora relación amorosa.

3
EL SEÑOR JOSÉ ANTONIO LA EXTRAÑA DEMASIADO, SEÑORA.
El señor José Antonio sale de trabajar y en la vereda se afloja el nudo de la corbata, cuelga el saco entre las correas del portafolio y cruza la calle sosteniéndose el sombrero porque hay viento norte y lo primero que hace en la otra vereda, es tocar el timbre de la casa de unos vecinos y salir corriendo hasta la esquina. Hace el famoso "ring raje" de los niños.

En la esquina hay un quiosco, antes compraba cigarrillos, ahora compra caramelos de menta, el mostrador del local tiene un cartelito que reza: "No apoyarse" pero el formidable señor José Antonio clava sus codos allí y pide que le carguen crédito al teléfono celular. Le entregan un ticket que convierte en un bollito de papel y lo arroja al aire, cuando éste cae le empalma un puntapié que lo arroja al medio de la calle donde es pisado cientos de veces por los automóviles que pasan por la arteria. 

En la puerta de un negocio salen a saludarlo y le palmean la espalda mientras él levanta un dedo pulgar, en señal de que todo está bien, a pesar del clima.

Cruza nuevamente por la esquina acompañando una pareja de ancianos, entre el sonar de bocinas escandalosas.

Toma agua de un bebedero en la plaza, y camina entre las mantas con cuidado para no pisar los artículos artesanales expuestos a la venta, en el piso.

Le sonríe a todas las personas, y se detiene a ver como dos niños con tres naranjas cada uno, hacen malabares para recibir alguna moneda en recompensa por sus habilidades. 

A la próxima espera del semáforo, en la calle, están ahora los dos niños y el señor José Antonio haciendo malabares, los tres juntos, parados frente a los automóviles.

Los tres malabaristas  arrojan las naranjas al aire, golpetean las manos y las reciben. 
Los tres malabaristas sueltan las naranjas al aire, golpetean las manos y giran a la derecha y las reciben. 
Los tres malabaristas nuevamente arrojan las naranjas al aire, golpetean las manos y esta vez giran a la izquierda y las reciben.
Hacen un paso de baile y las naranjas vuelan.

El semáforo habilita el paso pero nadie se mueve, todos miran absortos la coreografía espontánea y alegre.
Los niños recibieron sus naranjas en las manos bien abiertas, y las naranjas que usaba el señor José Antonio quedaron suspendidas en el aire. 

Todos los automovilistas ayudan a los niños en el intento de recuperar las naranjas flotantes, saltando y hasta subiéndose unos encimas de otros, algunas personas sacan fotos del acontecimiento, mientras él se escapa entre la multitud.

Aparecen los inspectores de Tránsito que recorren la zona y también llega la policía para poner un poco de orden en el lugar.

Cuando llegó al bar a tomar algo conmigo, se echó el sombrero para atrás, se puso los anteojos para leer, le regaló una flor a la camarera -que no se de dónde diablos la sacó- y ella le agradece con un beso en la mejilla. Toma el diario de la mañana que estaba en la mesa, y empieza a leerlo desde la última página, mientras yo pedía algo para tomar.

Tomamos una cerveza "geladinha" en silencio, espiando hacia la alborotada esquina.

Al final le hablé, sin mucho entusiasmo, le dije lo de las naranjas suspendidas en el aire.
Antes duraban más tiempo, ya se van a caer -me respondió-. 

Eso no es nada -me dijo- ¿Y cuando el Gran Capitán Don Jerónimo Luis de Cabrera fundador de mi querida ciudad, me hablaba, me contaba cosas? -golpea la mesa, exasperado-. 

¿Y cuando los papeles pegados en la pared del bar La Alameda se convirtieron en palomas y salieron volando a buscar los destinatarios de esos mensajes porque yo dejé la puerta abierta?

¿Y cuando las botellas de plástico se hicieron globos de colores y salieron de La Cañada y formaron un arco iris desde Barrio Güemes a Alberdi?

¿Y cuando la estatua del gran abogado Vélez Sársfield, seguía con los pies los ritmos que ella y yo bailábamos en su plaza, frente al Patio Olmos? 

¿Y cuando tocó en la plaza mayor la gran orquesta de los músicos callejeros de la peatonal, sólo porque ella y yo nos tomamos un cafecito mirándonos a los ojos?

¡Eso era magia amigo! -me dijo mientras arrojaba al aire el periódico que se hizo barrilete inalcanzable por el viento norte-.
Cuando ella caminaba a mi lado y nos tomábamos de la mano, había magia.
Allí había mucha magia, amigo.

Y si la ves por ahí, ya sabes.  Dile que la extraño demasiado.
Mientras tanto... ¡Qué son tres miserables naranjas suspendidas en el aire! 

4
EL REGALADOR DE SONRISAS
Ahora les voy a contar como es que me siento cuando está por terminar el día y ella no me ha llamado todavía. 

No se si han fijado en la cara de espanto de los monos que deambulan por las rejas verdes de las jaulas del zoológico. Esa es mi cara, despeinado y con la misma sonrisa del yacaré de la fosa, al fondo a la derecha entrando por la puerta principal. Bien.

Habrán visto ustedes cuando se rompe un espejo. Bueno, las mil astillas despedazadas equivalen a la cantidad de sueños multiplicados a una razón de siete por noche, que no podrás soñar porque ahora no hay quién te devuelva esa porción de alma que estaba escondida atrás del vidrio y que vamos dejando un poquito todas las mañanas cuando nos levantamos. 
Absoluta cara de perdedor.  Ya  lo saben.

Algunos tipos que venden billetes de loterías debieran decir que tienen en sus manos el billete sin premios, en un acto de total sinceridad y mostrar mi foto con ojos espantados, bigotes de pandillero mexicano que llegan hasta aquí y números ilusorios. 

Hola amigos soy el escribidor de La Cañada. A ver si saben quién no me ha llamado todavía.

Cuando se espera, hay que tener a mano papel y lápiz, y escribir con mucho encanto esto es lo bueno,  y esto es lo malo de esperar animosamente.

Ahora les voy a contar que es lo bueno.
Lo bueno de esperar es tener un corazón que aguante semejantes atropellos. 
Una mente que lo acompañe sin decirle  nada, ni siquiera: alto ahí maldito, no fumes.

Ahora les voy a contar qué es lo malo.
Lo malo es tener un corazón que no aguante nada de nada. 
Una  mente perversa  que  te haga pensar esto: oye, que tal un disparo entre ceja y ceja. 

Hola amigos, soy el escribidor de La Cañada, A ver si saben quién no me ha llamado todavía.

Ahora les voy a contar lo que haré mañana, cuando me levante. 
Anoten para que luego me lo hagan recordar, por si lo olvido: Dejaré un pedazo de mi alma dormida en el espejo. Caminaré por el centro de mi Córdoba,  incluidas las calles peatonales. 

Cruzaré la plaza de la feria de los libros, como si fuese Ulises regresando a Itaca, después de las guerras de Troya, y  me sentaré a desayunar en el Sorocabana. 

-Hola regalador de sonrisas, ya le traigo el cafecito.

Leeré la cartelera del Teatro Real. Cruzaré de nuevo la Plaza de la feria de los libros, como si fuese el hombre de acero con corazón inoxidable y venderé mi teléfono celular. 

Ya sabe amigo, -le explicaré-  tiene hasta "guai fai." La garantía dura hasta el primer llamado, pues como sabrá usted, es un teléfono que sólo espera. Buenos días, buena salud.

Ahora les voy a contar como es que me siento cuando está por terminar el día y ella no me ha llamado todavía.  

Atropello todo y lanzo manotazos al aire como King Kong que estaba enamorado de la rubia, y quería voltear los aviones que lo rodeaban. Con el aliento que tiene el león hambriento que no durmió la siesta, al fondo a la izquierda, entrando al zoológico por la puerta principal. Bien.

Habrán visto ustedes el aplomo que tiene un payaso cuando se desviste y guarda prolijamente la ropa, y la cara real que aparece del mismo payaso que se quita lentamente el maquillaje frente al cuadro de los sueños, hasta la próxima función. 
Absoluta cara de tristeza. Ya lo saben.

Pero un regalador de sonrisas no se rinde porque una bella mujer se olvidó de él. Jamás.

Yo voy a pensar en las madres parturientas que esperan internadas en los hospitales. 
Y en la resignación de los guardias nocturnos mientras esperan el relevo. 
Y en los niños que esperan los escasos momentos de ternura.

No niño, ¡detente! 
No te atrevas a crecer.

4
EL SEÑOR JOSÉ ANTONIO TUVO UN SUEÑO
El señor José Antonio tuvo un sueño. No lo recordaba con exactitud cuando se despertó,pero le pareció que eran como puertas que se cerraban y de puertas que se abrían. Se sintió bien descansado.  Desayunó un café fuerte, oscuro, casi sin azúcar y luego de la ducha de la clara mañana se afeitó lentamente. Eligió unos jeans, zapatillas y campera para salir. El aire frío de esa hora golpeaba su rostro, puso las manos en los bolsillos y caminó por la avenida que lo llevaba hacia el centro. 
Y se perdió entre la gente.

A esa hora, una de sus amigas acomodaba el escritorio de su oficina, repasaba papeles escritos a mano, mezclados con formularios y se dispuso a dejar su lugar de trabajo impecable. En uno de los cajones, encontró un viejo poema de su amigo el escribidor, lo leyó llena de nostalgias,  recordó aquellos momentos vividos a su lado y cobijó la esperanza de volverlo a ver. Ahora se mostraba decidida, quizás hasta de animarse a decirle lo que alguna vez calló. Buscó su número. El llamado tropezaba con una casilla de contestador automático.

Algunos manifestantes hacían sonar los redoblantes y lanzaban bombas de estruendo para hacer sentir sus reclamos. El tránsito se interrumpía y el ensordecedor tumulto originado por las arengas contínuas de los líderes que impulsaban la protesta, sumergieron al señor José Antonio en sus viejas épocas de obrero del transporte. Ése recuerdo le hizo sonreír y por ello, acompañó sin rumbo a los manifestantes por unas cuadras, hasta que recobró el camino anterior, absorto en sus expectativas.

Otra de sus amigas intentó comunicarse con él. Lo hizo desde su casa, mientras miraba televisión y que le pareció verlo por los canales que trasmitían en directo la protesta. Pero no obtuvo respuesta. Pensó en insistir más tarde, mientras encendía la computadora para mandarle un mensaje por ese medio. Quería saber si ese hombre que caminaba entre tamboriles retumbantes era él y qué diablos hacía allí. De curiosa, nada más.

El cielo empezaba a nublarse. Desde el sudeste, algunas nubes amenazaban con su presencia inquietante. Y dos horas más tarde, todo estaba cubierto. El viento que soplaba desde el sur era más intenso. Las hojas de los árboles revoloteaban por las veredas y la gente se apresuraba a guarecerse. El escenario por donde él caminaba, tenía ahora otros aromas. Volvió a su casa mojado por la intensa lluvia.

La amiga que desde su escritorio abarrotado de papeles, lo había llamado, se retiró antes de su horario habitual, llegó apresurada a su casa y resignada por haber dejado las ventanas abiertas, empezó a secar el agua que había ingresado por ellas. Después hizo la comida para esperar a sus hijos y a su nieto, que cuidaba por la tarde. Olvidó por ello el llamado de la mañana, mientras que aquel poema encontrado, ahora dormía la siesta, esperando al lado del teléfono, en su cartera.

El señor José Antonio, preparó sus valijas, acomodó en ellas su ropa, sus zapatos y sus escritos para llevar a la Editorial. Recordó que no había guardado el perfume ni los elementos de su aseo personal,  que finalmente acomodó en su maletín, a lado de los regalos para sus nietos. Su computadora permaneció apagada todo el tiempo. A cierta hora, aproximó a la puerta todo su equipaje, desconectó las llaves del gas y del agua, y cerró con llave.

Salió a despedirse de su antigua amante.
Las calles y veredas estaban mojadas. Aunque el cielo de la tarde ya no tenía nubes para mostrar, cuando ellos, en silencio, caminaban hacia el parque. Eligieron una húmeda hamaca donde ella se sentó y él la balanceaba, como parte de la magia que habían perdido. La miraba y se preguntaba que telarañas escondidas en ella no pudo romper, mientras el vaivén del columpio se desdibujaba como una antigua fotografía expuesta al sol. 

Ella, en silencio, imaginaba su vida sin él. Con el mismo silencio que se dieron el beso de despedida, y con el mismo silencio en que lo vio cruzar la calle, cuando lo vio doblar en la esquina, y cuando lo vio perderse entre la gente. Intentó llamarlo y decirle que siempre lo quiso. Al cerrar la puerta, supuso aliviada, que los adioses eran así.

Él subió al taxi después de acomodar su equipaje, y le indicó el viaje hacia la terminal de ómnibus. Ya era de noche, y el andar sobre aquel vehículo le parecía interminable, mientras miraba las luces de las vidrieras y de las ventanas de los edificios. Golpeteaba suavemente los dedos contra el vidrio de la ventanilla, mientras tarareaba una canción. De repente, sintió la llamada a su teléfono celular. Una sonrisa apacible, mansa y llena de dulzura, como un amanecer, apareció en su cara. Por el espejo retrovisor y mientras esperaba la luz del semáforo, el taxista lo miraba atentamente.

Entonces él le indicó un nuevo destino, esta vez en dirección totalmente opuesta y le pidió que se apresure en llegar.

El Chófer hizo sonar varias veces la bocina del auto, hasta que salieron unos  jóvenes perturbados por los ruidos y a quienes les dijo: “Que el hombre que venía con él y la señora que abrió la puerta de esta casa, se abrazaron cuando se vieron, y que los dos salieron corriendo por la vereda, tomados de las manos, como si fuesen unos niños, como jugando a las escondidas... Me parece que se volvieron locos.”

Supongo que las bienvenidas son así. - Dijo uno de ellos.


Autor: Ibarrechea















Recopilación:  Berenice Weber
http://diceelwalter.blogspot.com

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