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viernes, 30 de mayo de 2014

ASPIRACIONES INTACTAS


¿Cómo que a qué aspiro?
A ver. 
Hablemos de eso, amigos.
Aspiro a seguir enamorado.
Porque creo en el amor.

¿Cómo que, qué es eso de estar enamorado?

A ver. 
Hablemos de eso, amigos .
Creo que estar enamorado, es esa sensación angustiante
que nos inquieta y nos hace caminar por la delgada línea
existente entre la felicidad y la tristeza.

Pero aspiro a seguir enamorado, porque aspiro a amar:

Grandemente.
Generosamente.
Bondadosamente.
Con esta estampa.
Consecuentemente,
con mi mejor talante de caballero.

Y es de una tendencia tan cierta y providencial, mi aspiración,

que quiero amar de una manera:
Conmovedora.
Compasiva y...
sensible.

¿Ustedes piensan amigos, que es tan solo porque estoy viviendo este momento

tan particular?
A ver. Hablemos de eso, amigos.
No, no piensen que es seguramente que quiero amar en mi desespero cruel, por
haber entrado ya a los momentos crepusculares de mi vida, y que por ello me siento
como un rescoldo que es azotado por los vientos...
No, amigos.

Aspiro a amar y a seguir enamorado de la siguiente manera:

Cálidamente.
Elegantemente.
Altaneramente y
altamente convencido de las seguras tardanzas.

Para eso, amigos, dispongo de determinadas condiciones que creo, son muy mías.

Muy particulares.
Por ejemplo:
Y sin hacer votos en la grandilocuencia, he sabido que algunas cuántas damas, opinaron
libre y abiertamente sobre mis habilidades y destrezas empleadas en mi condición de amante.
No lo duden.

Ah, y otra cosa. Soy muy enamoradizo.
Me enamoro:
Oportunamente.
Desvergonzadamente.
Evolutivamente.
Exageradamente e
invulnerablemente.

A ver. 

Hablemos de eso, amigos.
He llegado a amar hasta en las "casas de expendio de amor en finos retazos"
Y hasta les he regateado el precio por ello a prostitutas callejeras y a las otras,
a las veleidosas, que, con mi fervor
acezante,
impulsivo e
insolente,
terminaron yacentes y absortas.                                                        

Pero en realidad, amigos míos.

Yo aspiro a seguir enamorado.

Porque al final,

solo soy un incurable indulgente,
de las obligaciones de las damas,
en esta cuestión.

Pero por sobre todas las cosas,

creo en el amor.
En los reencuentros.
En las reconciliaciones
y en otras torpezas de última hora.















José Antonio Ibarrechea
diceelwalter@gmail.com
Vídeo gentileza de YouTube
Artista: Luis Hermandez
Tema: "A tu Lado"
Subido por: aby abidan

POEMAS DE JAIME SABINES

1

¿QUÉ PUTAS PUEDO?

¿Qué putas puedo hacer con mi rodilla, 
con mi pierna tan larga y tan flaca, 
con mis brazos, con mi lengua, 
con mis flacos ojos? 
¿Qué puedo hacer en este remolino 
de imbéciles de buena voluntad? 
¿Qué puedo con inteligentes podridos 
y con dulces niñas que no quieren hombre sino poesía? 
¿Qué puedo entre los poetas uniformados 
por la academia o por el comunismo? 
¿Qué, entre vendedores o políticos 
o pastores de almas? 
¿Qué putas puedo hacer, Tarumba, 
si no soy santo, ni héroe, ni bandido, 
ni adorador del arte, 
ni boticario, 
ni rebelde? 
¿Qué puedo hacer si puedo hacerlo todo 
y no tengo ganas sino de mirar y mirar?

2

HE AQUÍ QUE TU ESTÁS SOLA

He aquí que tú estás sola y que estoy solo. 
Haces tus cosas diariamente y piensas 
y yo pienso y recuerdo y estoy solo. 
A la misma hora nos recordamos algo 
y nos sufrimos. Como una droga mía y tuya 
somos, y una locura celular nos recorre 
y una sangre rebelde y sin cansancio. 
Se me va a hacer llagas este cuerpo solo, 
se me caerá la carne trozo a trozo. 
Esto es lejía y muerte. 
El corrosivo estar, el malestar 
muriendo es nuestra muerte. 
Ya no sé dónde estás. Yo ya he olvidado 
quién eres, dónde estás, cómo te llamas. 
Yo soy sólo una parte, sólo un brazo, 
una mitad apenas, sólo un brazo. 
Te recuerdo en mi boca y en mis manos. 
Con mi lengua y mis ojos y mis manos 
te sé, sabes a amor, a dulce amor, a carne, 
a siembra , a flor, hueles a amor, a ti, 
hueles a sal, sabes a sal, amor y a mí. 
En mis labios te sé, te reconozco, 
y giras y eres y miras incansable 
y toda tú me suenas 
dentro del corazón como mi sangre. 
Te digo que estoy solo y que me faltas. 
Nos faltamos, amor, y nos morimos 
y nada haremos ya sino morirnos. 
Esto lo sé, amor, esto sabemos. 
Hoy y mañana, así, y cuando estemos 
en nuestros brazos simples y cansados, 
me faltarás, amor, nos faltaremos.


Jaime Sabines
poeta y político mexicano
1926 - 1999


POEMAS DE NORBERTO GARCÍA YUDÉ



CAÍDOS

Amanece
mi  amante duerme
en las orillas de sus labios
emerge el sol resplandeciente
el tinte dorado de sus parpados
se baña en el lustroso liquen de la aurora
hicimos el amor toda la noche hasta el abismo
en que nos confundimos sin saber quiénes somos.

Desgarrados caímos
maltrechos, malheridos, agotados
y en lo más oscuro del amor profano
en lo más ardiente de la pasión inmensa
que engendrara nuestro amor pagano vi
que amanecimos más allá de extraviados destinos
y más acá del olvido por todos los seres perpetrados
en la ojeras que ha prendido la noche en su bello rostro.

   Y siento y agradezco y mil veces digo
       bendito sea Dios por este instante que permanecimos
            consumados y caídos.

de mi libro; Esa muchacha



   NO ESPERES A MAÑANA 

   Ven, tómame hoy, no esperes a mañana para ligarte a mí,
   aún estás a tiempo, anda vida anda.

   Ven, bebe de mi hasta la tortura, toma lo que deseas,
   embriaga tu apetito con mi sangre hasta el hartazgo,
   amárrame sin grilletes ni mordazas,
   para que ya nada me conmueva y pueda liberarme,
   vierte en mí tu acento plural y cúbreme de azahares.

   Tómame hoy como tú lo deseas y cuanto te plazca,
   inúndame de luz renovadora,
   expande toda la lujuria vil
   sobre la piel más áspera y amarga de la devastación
   que la nada y la lascivia te provean.

   Tómame de una vez y para siempre, no me dejes ahora,
   despeja las tinieblas que en mi mente se agitan,
   quítame esta inquietud que ronronea famélica
   entre los pliegues de la impudicia desquiciada.

   Tómame, mastícame, enciéndeme por siempre te suplico,
   desflórame, amalgámate, poséeme,
   lacérame, colma sin piedad tu sed y sacia tu gula inextinguible
   mientras la tarde testigo se desgarra impotente
   atornillada, desangrándose moribunda
   en las fauces cerradas de las aguas eternas

               Ven conmigo, pronto, no tardes, no esperes a mañana.

De mi libro: “Andrina cautiva”



EL OJO 

Me rueda el ojo
me rueda por el cansancio
me rueda por el hastío
me rueda por los confines
del amor y el desengaño

Me rueda
rodando lejos
aledaños de alegría
que una vez se recostaron
en la sonrisa de un sueño

Me rueda
me rueda el ojo
me rueda tanto
que ya no puedo atajarlo


De mi libro: “Signos Vitales”












Autor: NORBERTO GARCÍA YUDÉ
Escritor y editor

QUIZÁS VIAJANDO, UN DÍA DE ESTOS.

Me puse mis jeans, los "apretaditos," mi blusa larga blanca, mi campera de hilo marrón, las botas largas al tono, con tacos bajos y subí al auto para ir a buscarlo.
- Tendrás frío, nena.

Recuerdo que eso me dijo y le contesté que tenía la campera gruesa de cuero y que estaba en el asiento trasero, con los apuntes. 
Le propuse que condujese hasta su pueblo natal porque le temo a las rutas. 
Tomó el volante de mi Honda y me llevó a conocer los lugares donde vivió su infancia.
José Antonio me dijo que lo tuteara.
Al entrar a la ciudad de Deán Funes, me señaló la casa dónde nació, después fuimos hacia el centro, dimos una vuelta por la plaza, vi algunas vidrieras (por supuesto), por la iglesia, por la estación de trenes y fuimos a la que fue la casa de sus padres. Me dijo que estaba totalmente cambiada, y de allí salimos hacia el cementerio. Conocí la tumba de sus abuelos y lo dejé el tiempo necesario solo. Después, respetando su silencio, lo tomé de la mano y caminamos nuevamente hacia el auto. No quiso visitar a nadie más.
Me contaba algunas de sus travesuras, en el viaje de regreso, luego de almorzar. 
Fue apasionante, conducía yo porque él había tomado alcohol con la comida. 
Fue apasionante escucharlo hablar de su infancia, que quedó rebotando en los muros de su ciudad natal, para continuarla en los muros de Cruz del Eje. 
Fue apasionante, porque con sus recuerdos me hizo percibir el aroma de las comidas escapándose por las puertas y ventanas abiertas de la cocina y de la casa de su madre y de las cocinas de las madres de sus amigos y vecinos. Me hizo percibir los aromas de mi infancia que se desarrollaron en un departamento contrafrente de Buenos Aires.
Me hablaba del olor a los churros, los scones, los bollitos y el bizcochuelo. Del pan casero y de la larga mesa de reuniones familiares.
De la colonia perfumada de sus tías y abuelas, del polvo facial de su madre, y me decía que esas fragancias, de vez en cuando lo visitan para saber como se anda portando por estos días aquel niño inquieto. 
Y que cuando pasamos frente a su vieja escuela me dijo que lo  invadió el olor que tenía su portafolio de cuero con la manzana para el recreo, el de los bancos de madera, el de las tintas, los manuales y los lápices.
Y que le pareció ver que le alcanzaban la pelota de cuero bañada en grasa sobre los hilos a través de una tapia de la calle Belgrano. 
Dice que sintió la fragancia de los guardapolvos almidonados de sus compañeritas. 
Y que en un lugar del andén de la estación de trenes, todavía anda flotando el olor del fuell oil de las máquinas que lo llevaron de aquí para allá. 
Le hubiese gustado robarse el badajos de la campana -me confesó pellizcándome la mejilla mientras yo intentaba pasar un camión con acoplado-.
Fue apasionante verlo mover la boca y los brazos para igualar al incansable sonido de su pelota de goma rebotando en el patio de cemento de su casa, mientras los demás dormían la siesta y el se comía las uvas colgadas en los racimos de la parra. 
Pintaba en el aire el color de su juguetes.
Tres trompos tres, me contaba que tenía, varios barriletes que llegaron a la luna antes que cualquier astronauta, trencitos de metal que se oxidaron lastimosamente en algún basural de los recuerdos, soldaditos de plomo y de plástico, un balero que nunca pudo "embocar," hombrecitos rana, cowboys, indios, jugadores de fútbol, un juego de metal para armar máquinas llamado Mecano, todos los autitos y un montón de ladrillitos de goma.
Mirá flaca -me decía mientras acomodaba sus manos-, a las bolitas las tenías que poner entre estos dedos, apuntabas y las lanzabas, y de esta otra forma -cambiaba la posición de sus dedos-, se tiraban a las figuritas.
Luego me dijo que iba a cerrar un poco los ojos para sentir el aroma de la tierra mojada de su calle y memorizar el nombre de la panadería de la esquina, de la sodería, de la verdulería de su barrio y el nombre de cada uno de sus compañeros de cincuenta y pico de años atrás.

-Llévame a casa, nena.
José Antonio navegaba en el mar de sus recuerdos, con la brisa que soplaba su corazón cansado, y cerca de la ciudad de Jesús María, se quedó dormido, abrazado a su teléfono celular. Parecía un niño escondido detrás  de su bigote desprolijo. 
Quizás viajando, un día de estos, te cuente mi vida amigo. 

- Yo nací el año anterior al de tu primer matrimonio. 
Empecé nuestra conversación así, cuando tomamos un café. 













Berenice Weber
http://diceelwalter.blogspot.com

EL TIRO DEL FINAL


“No llegues nunca a puta vieja“ repetía la vecina de abajo cada vez que coincidíamos en el patio tendiendo ropa en el cordel que cortaba de lado a lado ese espacio y del que todos los inquilinos de la pensión hacíamos uso, yo siempre le decía que tenía un objetivo en mi vida, que no se preocupara, y luego insistía en contarme tramos de su historia de prostituta ( ahora pensionada por el gobierno de la Provincia ) y llegaba siempre al mismo final por demás conocido : cuando la belleza se termina con los años solo eres una vieja puta que ni regalada logra hacerse de “clientes” y es más seguro que le cargues una bala al 22 que guardas en el bolso para defenderte y te des un tiro, que seguir mirando ese reflejo arrugado ,esa mascarada que queda por cara…Ella el tiro se lo dio pero tuvo la suerte de sacarse solo un ojo y quedar sorda de un oído, nada más ,y vivir para jodernos la vida a todas las que vivíamos haciendo eso y parábamos en esa pensión de mala muerte donde ella se había estancado para siempre.

Ser puta no es una elección, el que diga eso miente, ser puta es una condición de vida a la cual te va llevando la misma condición socio económica en que te crías: el barro, el ejemplo, la mugre, el hambre, los piojos y el frío que se cuela por cada lugar con que hacemos nuestras casas de cartón los miserables que la sociedad ha olvidado hace ya tiempo; nacemos destinadas a ejercer el oficio que naturalizó la pobreza y fue siempre la excusa perfecta para justificar el pan en la mesa y el mate cocido para los hermanos menores. Nos formamos y deformamos en ese ambiente mal parido donde nos cosifican y cualquiera que pueda pagar por el uso de nuestro cuerpo tiene derecho sobre nosotras sin pensar ni un segundo que podríamos ser su madre o su hermana o hasta su hija…que quizá no hemos comido en días ni dormido porque no tenemos dónde hacerlo o la plata que hicimos se la dejamos a quienes cuidan a nuestros hijos para que no les falte nada (siempre les faltamos nosotras, eso no podemos cambiarlo), pero los sabemos bien si tienen un techo que los cubra y un plato con comida caliente cada día. Tiene suerte aquella que no reciba una golpiza en la semana por alguno de esos desgraciados que prefieren violarnos tratándonos como basura, o las otras que no reciben un puntazo que las deje mal heridas o hasta muertas en la calle como un perro porque alguien decidió robarlas. 



La que nace puta muere puta, esa es una ley, nuestra ley. No existe la puta que se case con su “príncipe azul” y se retire para siempre de este oficio por amor porque nosotras no creemos en ese sentimiento, no podemos creer porque el amor se aprende y se enseña y jamás nos enseñaron ni podremos enseñarlo: nosotras creemos en el placer de los cuerpos y en que los hombres nos reclaman y se prenden de nosotras solo por sexo; eso quieren y eso les damos. Aunque nos casemos con alguien adinerado (suele suceder aunque no crean), seguimos siendo el objeto de alguien y así nos tratan. De donde yo salí tenía la opción de trabajar de cartonera, sirvienta en una casa de familia o prostituirme; cartonera fui un par de años hasta que me corté con un vidrio la palma de la mano y se me infectó a un punto tal que casi la pierdo, para trabajar como sirvienta debía bañarme todos los días y en la villa donde vivía apenas teníamos agua para cocinar y tomar así que eso era simplemente un imposible, entonces solo me quedó la opción de este oficio: mi madre me llevó a los 14 años a casa de una conocida que se encargaba de hacer trabajar chicas y por una paga que acordaron entre ellas, casa, comida y un baño con agua caliente diario me quedé a vivir ahí. Y aunque parezca descabellado, las primeras muestras de cariño que recibí en mi vida fueron de esos hombres que me acariciaron, besaron y buscaron hacerme sentir cómoda con ellos. 

-¡Abrigáte que va a hacer frío, nena!.-gritó la vieja asomándose desde la verja. Le dije que no se preocupe, que estaba bien abrigada, y la saludé levantando la mano como cada noche respondiendo a su saludo. Todas sabemos que el saludo, en este oficio que se ejerce de noche y con totales extraños, puede ser el último que demos o recibamos de quienes nos quieren, por eso importa tanto.

Esa madrugada, cuando llegué de la calle esperando verla sentada en la cocina esperándonos con el mate como siempre, la vieja le había cargado otra bala al 22 y tuvo más suerte que aquella primer vez: se voló los sesos la desgraciada y terminó con esta vida tan vacía de cariño, de soledades y esperanzas.

















Autora: Cristina Angélica Bottini
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UNA HISTORIA DE AMOR QUE DIO REVANCHA... PERO SIN FINAL FELIZ

Estaba loco por ella. Yo tenía 22 años, y ella 26. La cortejé durante más de un año, desde que la conocí, en el ‘84, a pesar de que yo vivía en pareja, y si fuera preciso admitirlo, mi pareja era mucho más hermosa y sensual que ella. Ambas eran maestras, ambas eran zurdas, pero Lori tenía algo que mi mujer de esa época no: la poesía.
Escribía muy bien, y para un buen lector de poesía, que ha renunciado de por vida a ser poeta, eso la volvía irresistible.
Las ocasiones que recuerdo mejor, las más dulces, tenían lugar sentados en el parquet de su casa: ella con su libretita en la mano, leyéndome todo lo escrito desde nuestro último encuentro, maravillándome.
No éramos pareja ni parecía que fuéramos a serlo nunca. Yo creía que alguna vez doblegaría su resistencia. Pero nunca hablamos de amor. Ni su poesía daba pie, porque no escribía de amor. Sí, mucha poesía política, de la más refinada que he leído nunca, de la más lacerante. Esos cuatro años de diferencia, y la rara distinción de cumplir años el 24 de marzo, eran dos circunstancias que habían colaborado para que a su cumpleaños del año 1976 asistieran pocos de sus amigos. Muchas de esas ausencias aún las seguía sufriendo, porque seis años después seguían desaparecidos. Escribía sobre ellos a menudo.
Hay otras ocasiones que también recuerdo de ese año, enterrada la dictadura y con la ebullición de volver a construirlo todo.
Ocasiones nada dulces, dolorosas. Me dolía que no acabara nunca de decirme que esos cuatro años eran demasiados. Me dolía que le diera igual que por verla olvidara todo (mi matrimonio, mi trabajo, mi amor propio).
Y toda una serie de comentarios hirientes. Que se sorprendiera al verme la tupida baba, explicándome que nunca creyó que pudiera crecerme tanto. Que me vaciara de palabras cuando regresé de Europa, habiéndome encontrado con Gelman en París, diciéndome: “es lo único que me interesa escuchar de tu viaje”.
Que al toparnos con alguien, si era inevitable presentarme, dijera sistemáticamente: “Es un Grubi”, reformulando toda la noble historia de la apócope de mi apellido, con la que llamaban a mi padre, a mi abuelo, a todos los Grubissich de la historia … Si quisiera hacer memoria recordaría muchas afrentas más. Ella era una causa perdida.
Pero hay otro recuerdo, que seguiré intentando remover del corazón toda la vida.
Todo cortejo que se precie debe terminar entre las sábanas. O al menos, emplearlas como una escala a lo que el tiempo pueda deparar. Finalmente, en un espantoso día de frío, en plena costanera norte, Lori dijo, simplemente: “depende de vos, porque estoy menstruando”. Yo no lo esperaba. Era la formidable abolición del mito de Sísifo: la piedra subida trabajosamente a la cima que, de repente, no volvía a caer a la llanura. Hasta que la piedra se quedó arriba. Sólo la piedra, debería agregar. Porque esa noche, que pasé en vela mirándola dormir, que terminó en La Giralda, tuve tanto miedo como nunca, y todo el año de cortejo terminó en dos desnudeces inútiles. El colmo del sufrimiento fue que, al separarnos, esa mañana, pronunció una frase que, afortunadamente, nunca más escuché de boca de nadie: “Te necesitaba tanto”.
Me quedé con un libro de Paco Urondo, varios recuerdos de poemas suyos como cicatrices, y una linda foto de perfil, con el pertinente cigarrillo negro entre los dedos. Muchas veces la miré en ese mundo de grises de la foto, con los ojos con que se mira la penumbra del amor que no fue, esa penumbra que, uno ya sabe, nunca se marchará de la memoria.
La vida, sólo a veces, da revancha. Un día antes de su llamada, yo la recordaba, contemplando la lluvia, desde la ventana de un bar. Cada vez que miraba llover me acordaba de un par de versos de un poema suyo acerca de lluvia, que la memoria nunca había podido completar. Habían pasado veinticinco años de aquella noche infausta de Sísifo y su reverenda piedra. Lori había encontrado a alguien que le dio mi teléfono y me había llamado. Escuchando su prudente presentación, un poco azorado, le disparé a quemarropa ese par de versos, que me juró no recordar, y quedamos en almorzar juntos.
Era un fantasma. Seguía hermosa, bastante menos pero no tanto. Yo sólo esperaba que no hubiera engordado, y estaba tan flaca como siempre. Ella, en cambio, esperaba verme muy burgués, muy anticomunista o algo peor. Encontró a un estudiante crónico de filosofía, vendedor de libros jurídicos, encerrado en un traje que usaba con la misma naturalidad que vistiendo uno de astronauta ... Y peor todavía: además de varios versos sueltos suyos, recordaba cincuenta y siete de los cincuenta y ocho versos de Primer discurso de Adán, de Carlos María Gutiérrez, que ella me había dictado cierta vez, que yo había leído hasta gastar el papel.
Lori había perdido la poesía. Todavía militaba, pero con una convicción depreciada. Alguien, para que mitigara su soledad, o para que comprobara la corrupción humana, vaya a saber, le había sugerido averiguar qué había sucedido con algunos amigos del pasado, y entre ellos había aparecido mi nombre. Mi condición de amante frustrado no atentaría contra una cita de viejos conocidos, sin ninguna expectativa ulterior. Ella había olvidado la billetera y propuso tomar el café de rigor en su casa, para devolverme su parte. De paso me prestaríaDiario del cuartel, el libro de Gutiérrez, del que había salido aquel poema inolvidable. Ese día yo debía volver al trabajo, y se contentó con unas ginebras, en la mismísima Giralda. Allí habló de su separación, de sus dos hijos (un exceso, para quien no ha tenido ninguno), y ya que no me preguntó nada sobre el resto de mi vida, nada le conté. La despedida fue un beso en la mejilla que ella deslizó hasta mi boca, leve y sutil. Una semana después volveríamos a vernos.
Luego de almorzar en el centro, el café en su casa se llenó de besos, y el atardecer terminó como dictan los mandamientos de la edad, casi sin decir palabra. Los cuatro años seguían siendo evidentes, sólo que ahora la resta jugaba, sin exagerar, a mi favor.
Ella subió primero, yo terminé mi cigarrillo, deseé un ascensor para llegar más entero y cuando entré al entrepiso donde estaba su cama, una velita modulaba la oscuridad, porque la única ventana estaba mortalmente cerrada. Era lo mismo que ponerme una venda en los ojos. De todos modos, ya en la cama, la acaricié de arriba a abajo, descubriendo uno a uno los ultrajes del tiempo, como diría Juancito caminador. Encontré un espacio terso y resistente, en los muslos, arriba de las rodillas, y ahí me concentré, obsesivamente.
Descubrí sus debilidades, sus gustos, su manera de jadear, su manera de acabar. Intenté apenas volver a comenzar, pero por suerte me aclaró que una vez era su límite, así que no tuve que confesar que también era el mío. Cuando me fui, esa noche, decidí volver a enamorarme, porque cualquiera que ronda los cincuenta sabe hasta qué punto hay premeditación en el amor. Pero, sobre todo, resolví enamorarla. Ahora yo me sentía capaz de todo.
A las pocas semanas ya escribía poesía nuevamente. Compró una libretita, desempolvó la lapicera, volvió a arrinconarse en los bares. Recibí los primeros poemas escritos para mí, en toda su historia. La incentivé a que su compromiso político (“una máscara más”, me dijo una noche) volviera a ser lo que era. Lo que no conocía, su devoción por el syrah, la lectura de Pessoa en portugués y unas ganas que la sorprendían de hacer el amor, de probar conmigo todo lo que se me ocurrió, completaban la escenografía de un semestre que me enorgullecía.
A todo eso se le sumaba, gracias al gran dios Microsoft, el libreto paralelo, veinte años atrás desconocido: el de los mails. Ella me escribía uno o dos por día.
Pequeñas obras maestras. Yo los paladeaba, perfectos, intachables. Al principio contaban hechos, sensaciones, y no mucho después, ya estaban hablando de amor. Estaba enamorada de mí, esa era la verdadera revancha que me daba la vida. Las flaquezas o el deterioro de su cuerpo, que ella declamaba y yo desmentía (“ tenés que buscarte a una más joven, a quien no se la haya caído todo”, repetía, y yo callaba que una más joven podría pedirme demasiado), se transfiguraba con toda la construcción literaria que cercaba la realidad.
Todo lo que ella denunciaba estaba ahí pero yo no quería verlo, o lo veía y pensaba que no me importaba, o me importaba mucho y prefería no pensar. En cuanto a mí, más allá de que las mujeres son más nobles, era demasiado flaco. Sólo me delataban las ojeras, pero mis innumerables alergias eran una excelente excusa, para ese fulero certificado de mi edad.
Al cabo de unos seis meses, ella escribía más que nunca (unos poemas despiadados), militaba contrarreloj (se reunía de madrugada, mientras yo dormía) y, lentamente, volvió a parecerse a la que era.
Su corazón había retrocedido veinticinco años; su belleza. nada. De a poco empezó a maltratarme, no satisfecha con que hubiera alquilado, abandonado a una mujer que me amaba, olvidado una biblioteca donde encontraba la mitad de mi vida … Rechacé una invitación a La Cumbrecita, en semana santa, haciendo llorar a mi nueva ex mujer, porque Lori y yo ya teníamos planeadas unas noches en una cabañita de Escobar. A último momento, Lori cambió esas noches por unas jornadas nacionales de su partido. Me dejó con todas las botellas de syrah, especialmente elegidas para mirar la luna, o para contemplar la lluvia, que ya tenía completo aquel poema, de nuevo cosido en mi memoria.
Me quedaría en su casa, era el pacto. Ya había vuelto varias veces a cenar a mi antiguo hogar: era un placer dejarse invitar, dejarse homenajear.
Media botella duró esa estadía solitaria: busqué un poeta en su biblioteca, indispensable, del que en la mía tenía todo, y no lo encontré. Me fui sin ninguna pena.
La despedí por mail, el mejor de todos los que le haya escrito, aunque comparado con los suyos era una porquería. Me quedé con el mismo libro de Paco Urondo, la misma foto aquella de perfil y otra actual, donde duelen las verdades de Juancito caminador. Y con una casilla donde reposan centenares de pequeñas obras maestras, que ella no se molestaba en guardar, porque eran para mí. Me quedé, sobre todo, con una pérdida: la penumbra de un amor que no fue, reemplazada por el amor sucedido. La sombra barrida por la cruda luz de la realidad, que despoja de recuerdos tristes y bellos y en su lugar esconde poemas que, esta vez sí, serán olvidados.






Jorge Grubissich

escritor
Clarín.com


MUSICA: ENNIO MORRICONE


ENNIO MORRICONE

"Metti Una Sera A Cena" 

subido por: abysmalfiend 


ENNIO MORRICONE
"Come Maddalena"
subido por: Danios12345

viernes, 23 de mayo de 2014

COSAS QUE DICE EL SEÑOR JOSÉ ANTONIO

1
ROBOT
Me programaron para que ame,
y amé.
Una, dos, tres,
intensamente.
y muchas más,
apasionadamente.
Algo salió mal la última vez.
Ahora debo esperar,
por nuevas instrucciones.


2
LIMITACIÓN DE LA RESPONSABILIDAD
En ningún caso querida mía, seré responsable ante tu corazón y tu almita por daños causados por la utilización o el mal uso de los servicios que he de brindarte. 

Esta limitación de responsabilidad se aplicará para impedir daños indirectos, incidentales, especiales, ejemplares, (incluso si yo te hubiese advertido de la posibilidad de tales daños). 

Esta limitación de responsabilidad se aplicará si los daños surgen del uso o mal uso de y la confianza que entre los dos acontezca, o de la interrupción, suspensión o finalización de nuestro adorable amor. 
Por la presente, nosotros, nos abstendremos de los reclamos, demandas, pérdidas, daños, derechos, reclamaciones y acciones de cualquier tipo, directa o indirectamente relacionada con nuestro emocionante amor.
INDEMNIZACIÓN. Es entonces que aceptamos defendernos, indemnizarnos y mantenernos de, y contra cualquier reclamación, responsabilidad, daños, pérdidas y gastos, que surjan de nuestra encantadora relación amorosa.

3
EL SEÑOR JOSÉ ANTONIO LA EXTRAÑA DEMASIADO, SEÑORA.
El señor José Antonio sale de trabajar y en la vereda se afloja el nudo de la corbata, cuelga el saco entre las correas del portafolio y cruza la calle sosteniéndose el sombrero porque hay viento norte y lo primero que hace en la otra vereda, es tocar el timbre de la casa de unos vecinos y salir corriendo hasta la esquina. Hace el famoso "ring raje" de los niños.

En la esquina hay un quiosco, antes compraba cigarrillos, ahora compra caramelos de menta, el mostrador del local tiene un cartelito que reza: "No apoyarse" pero el formidable señor José Antonio clava sus codos allí y pide que le carguen crédito al teléfono celular. Le entregan un ticket que convierte en un bollito de papel y lo arroja al aire, cuando éste cae le empalma un puntapié que lo arroja al medio de la calle donde es pisado cientos de veces por los automóviles que pasan por la arteria. 

En la puerta de un negocio salen a saludarlo y le palmean la espalda mientras él levanta un dedo pulgar, en señal de que todo está bien, a pesar del clima.

Cruza nuevamente por la esquina acompañando una pareja de ancianos, entre el sonar de bocinas escandalosas.

Toma agua de un bebedero en la plaza, y camina entre las mantas con cuidado para no pisar los artículos artesanales expuestos a la venta, en el piso.

Le sonríe a todas las personas, y se detiene a ver como dos niños con tres naranjas cada uno, hacen malabares para recibir alguna moneda en recompensa por sus habilidades. 

A la próxima espera del semáforo, en la calle, están ahora los dos niños y el señor José Antonio haciendo malabares, los tres juntos, parados frente a los automóviles.

Los tres malabaristas  arrojan las naranjas al aire, golpetean las manos y las reciben. 
Los tres malabaristas sueltan las naranjas al aire, golpetean las manos y giran a la derecha y las reciben. 
Los tres malabaristas nuevamente arrojan las naranjas al aire, golpetean las manos y esta vez giran a la izquierda y las reciben.
Hacen un paso de baile y las naranjas vuelan.

El semáforo habilita el paso pero nadie se mueve, todos miran absortos la coreografía espontánea y alegre.
Los niños recibieron sus naranjas en las manos bien abiertas, y las naranjas que usaba el señor José Antonio quedaron suspendidas en el aire. 

Todos los automovilistas ayudan a los niños en el intento de recuperar las naranjas flotantes, saltando y hasta subiéndose unos encimas de otros, algunas personas sacan fotos del acontecimiento, mientras él se escapa entre la multitud.

Aparecen los inspectores de Tránsito que recorren la zona y también llega la policía para poner un poco de orden en el lugar.

Cuando llegó al bar a tomar algo conmigo, se echó el sombrero para atrás, se puso los anteojos para leer, le regaló una flor a la camarera -que no se de dónde diablos la sacó- y ella le agradece con un beso en la mejilla. Toma el diario de la mañana que estaba en la mesa, y empieza a leerlo desde la última página, mientras yo pedía algo para tomar.

Tomamos una cerveza "geladinha" en silencio, espiando hacia la alborotada esquina.

Al final le hablé, sin mucho entusiasmo, le dije lo de las naranjas suspendidas en el aire.
Antes duraban más tiempo, ya se van a caer -me respondió-. 

Eso no es nada -me dijo- ¿Y cuando el Gran Capitán Don Jerónimo Luis de Cabrera fundador de mi querida ciudad, me hablaba, me contaba cosas? -golpea la mesa, exasperado-. 

¿Y cuando los papeles pegados en la pared del bar La Alameda se convirtieron en palomas y salieron volando a buscar los destinatarios de esos mensajes porque yo dejé la puerta abierta?

¿Y cuando las botellas de plástico se hicieron globos de colores y salieron de La Cañada y formaron un arco iris desde Barrio Güemes a Alberdi?

¿Y cuando la estatua del gran abogado Vélez Sársfield, seguía con los pies los ritmos que ella y yo bailábamos en su plaza, frente al Patio Olmos? 

¿Y cuando tocó en la plaza mayor la gran orquesta de los músicos callejeros de la peatonal, sólo porque ella y yo nos tomamos un cafecito mirándonos a los ojos?

¡Eso era magia amigo! -me dijo mientras arrojaba al aire el periódico que se hizo barrilete inalcanzable por el viento norte-.
Cuando ella caminaba a mi lado y nos tomábamos de la mano, había magia.
Allí había mucha magia, amigo.

Y si la ves por ahí, ya sabes.  Dile que la extraño demasiado.
Mientras tanto... ¡Qué son tres miserables naranjas suspendidas en el aire! 

4
EL REGALADOR DE SONRISAS
Ahora les voy a contar como es que me siento cuando está por terminar el día y ella no me ha llamado todavía. 

No se si han fijado en la cara de espanto de los monos que deambulan por las rejas verdes de las jaulas del zoológico. Esa es mi cara, despeinado y con la misma sonrisa del yacaré de la fosa, al fondo a la derecha entrando por la puerta principal. Bien.

Habrán visto ustedes cuando se rompe un espejo. Bueno, las mil astillas despedazadas equivalen a la cantidad de sueños multiplicados a una razón de siete por noche, que no podrás soñar porque ahora no hay quién te devuelva esa porción de alma que estaba escondida atrás del vidrio y que vamos dejando un poquito todas las mañanas cuando nos levantamos. 
Absoluta cara de perdedor.  Ya  lo saben.

Algunos tipos que venden billetes de loterías debieran decir que tienen en sus manos el billete sin premios, en un acto de total sinceridad y mostrar mi foto con ojos espantados, bigotes de pandillero mexicano que llegan hasta aquí y números ilusorios. 

Hola amigos soy el escribidor de La Cañada. A ver si saben quién no me ha llamado todavía.

Cuando se espera, hay que tener a mano papel y lápiz, y escribir con mucho encanto esto es lo bueno,  y esto es lo malo de esperar animosamente.

Ahora les voy a contar que es lo bueno.
Lo bueno de esperar es tener un corazón que aguante semejantes atropellos. 
Una mente que lo acompañe sin decirle  nada, ni siquiera: alto ahí maldito, no fumes.

Ahora les voy a contar qué es lo malo.
Lo malo es tener un corazón que no aguante nada de nada. 
Una  mente perversa  que  te haga pensar esto: oye, que tal un disparo entre ceja y ceja. 

Hola amigos, soy el escribidor de La Cañada, A ver si saben quién no me ha llamado todavía.

Ahora les voy a contar lo que haré mañana, cuando me levante. 
Anoten para que luego me lo hagan recordar, por si lo olvido: Dejaré un pedazo de mi alma dormida en el espejo. Caminaré por el centro de mi Córdoba,  incluidas las calles peatonales. 

Cruzaré la plaza de la feria de los libros, como si fuese Ulises regresando a Itaca, después de las guerras de Troya, y  me sentaré a desayunar en el Sorocabana. 

-Hola regalador de sonrisas, ya le traigo el cafecito.

Leeré la cartelera del Teatro Real. Cruzaré de nuevo la Plaza de la feria de los libros, como si fuese el hombre de acero con corazón inoxidable y venderé mi teléfono celular. 

Ya sabe amigo, -le explicaré-  tiene hasta "guai fai." La garantía dura hasta el primer llamado, pues como sabrá usted, es un teléfono que sólo espera. Buenos días, buena salud.

Ahora les voy a contar como es que me siento cuando está por terminar el día y ella no me ha llamado todavía.  

Atropello todo y lanzo manotazos al aire como King Kong que estaba enamorado de la rubia, y quería voltear los aviones que lo rodeaban. Con el aliento que tiene el león hambriento que no durmió la siesta, al fondo a la izquierda, entrando al zoológico por la puerta principal. Bien.

Habrán visto ustedes el aplomo que tiene un payaso cuando se desviste y guarda prolijamente la ropa, y la cara real que aparece del mismo payaso que se quita lentamente el maquillaje frente al cuadro de los sueños, hasta la próxima función. 
Absoluta cara de tristeza. Ya lo saben.

Pero un regalador de sonrisas no se rinde porque una bella mujer se olvidó de él. Jamás.

Yo voy a pensar en las madres parturientas que esperan internadas en los hospitales. 
Y en la resignación de los guardias nocturnos mientras esperan el relevo. 
Y en los niños que esperan los escasos momentos de ternura.

No niño, ¡detente! 
No te atrevas a crecer.

4
EL SEÑOR JOSÉ ANTONIO TUVO UN SUEÑO
El señor José Antonio tuvo un sueño. No lo recordaba con exactitud cuando se despertó,pero le pareció que eran como puertas que se cerraban y de puertas que se abrían. Se sintió bien descansado.  Desayunó un café fuerte, oscuro, casi sin azúcar y luego de la ducha de la clara mañana se afeitó lentamente. Eligió unos jeans, zapatillas y campera para salir. El aire frío de esa hora golpeaba su rostro, puso las manos en los bolsillos y caminó por la avenida que lo llevaba hacia el centro. 
Y se perdió entre la gente.

A esa hora, una de sus amigas acomodaba el escritorio de su oficina, repasaba papeles escritos a mano, mezclados con formularios y se dispuso a dejar su lugar de trabajo impecable. En uno de los cajones, encontró un viejo poema de su amigo el escribidor, lo leyó llena de nostalgias,  recordó aquellos momentos vividos a su lado y cobijó la esperanza de volverlo a ver. Ahora se mostraba decidida, quizás hasta de animarse a decirle lo que alguna vez calló. Buscó su número. El llamado tropezaba con una casilla de contestador automático.

Algunos manifestantes hacían sonar los redoblantes y lanzaban bombas de estruendo para hacer sentir sus reclamos. El tránsito se interrumpía y el ensordecedor tumulto originado por las arengas contínuas de los líderes que impulsaban la protesta, sumergieron al señor José Antonio en sus viejas épocas de obrero del transporte. Ése recuerdo le hizo sonreír y por ello, acompañó sin rumbo a los manifestantes por unas cuadras, hasta que recobró el camino anterior, absorto en sus expectativas.

Otra de sus amigas intentó comunicarse con él. Lo hizo desde su casa, mientras miraba televisión y que le pareció verlo por los canales que trasmitían en directo la protesta. Pero no obtuvo respuesta. Pensó en insistir más tarde, mientras encendía la computadora para mandarle un mensaje por ese medio. Quería saber si ese hombre que caminaba entre tamboriles retumbantes era él y qué diablos hacía allí. De curiosa, nada más.

El cielo empezaba a nublarse. Desde el sudeste, algunas nubes amenazaban con su presencia inquietante. Y dos horas más tarde, todo estaba cubierto. El viento que soplaba desde el sur era más intenso. Las hojas de los árboles revoloteaban por las veredas y la gente se apresuraba a guarecerse. El escenario por donde él caminaba, tenía ahora otros aromas. Volvió a su casa mojado por la intensa lluvia.

La amiga que desde su escritorio abarrotado de papeles, lo había llamado, se retiró antes de su horario habitual, llegó apresurada a su casa y resignada por haber dejado las ventanas abiertas, empezó a secar el agua que había ingresado por ellas. Después hizo la comida para esperar a sus hijos y a su nieto, que cuidaba por la tarde. Olvidó por ello el llamado de la mañana, mientras que aquel poema encontrado, ahora dormía la siesta, esperando al lado del teléfono, en su cartera.

El señor José Antonio, preparó sus valijas, acomodó en ellas su ropa, sus zapatos y sus escritos para llevar a la Editorial. Recordó que no había guardado el perfume ni los elementos de su aseo personal,  que finalmente acomodó en su maletín, a lado de los regalos para sus nietos. Su computadora permaneció apagada todo el tiempo. A cierta hora, aproximó a la puerta todo su equipaje, desconectó las llaves del gas y del agua, y cerró con llave.

Salió a despedirse de su antigua amante.
Las calles y veredas estaban mojadas. Aunque el cielo de la tarde ya no tenía nubes para mostrar, cuando ellos, en silencio, caminaban hacia el parque. Eligieron una húmeda hamaca donde ella se sentó y él la balanceaba, como parte de la magia que habían perdido. La miraba y se preguntaba que telarañas escondidas en ella no pudo romper, mientras el vaivén del columpio se desdibujaba como una antigua fotografía expuesta al sol. 

Ella, en silencio, imaginaba su vida sin él. Con el mismo silencio que se dieron el beso de despedida, y con el mismo silencio en que lo vio cruzar la calle, cuando lo vio doblar en la esquina, y cuando lo vio perderse entre la gente. Intentó llamarlo y decirle que siempre lo quiso. Al cerrar la puerta, supuso aliviada, que los adioses eran así.

Él subió al taxi después de acomodar su equipaje, y le indicó el viaje hacia la terminal de ómnibus. Ya era de noche, y el andar sobre aquel vehículo le parecía interminable, mientras miraba las luces de las vidrieras y de las ventanas de los edificios. Golpeteaba suavemente los dedos contra el vidrio de la ventanilla, mientras tarareaba una canción. De repente, sintió la llamada a su teléfono celular. Una sonrisa apacible, mansa y llena de dulzura, como un amanecer, apareció en su cara. Por el espejo retrovisor y mientras esperaba la luz del semáforo, el taxista lo miraba atentamente.

Entonces él le indicó un nuevo destino, esta vez en dirección totalmente opuesta y le pidió que se apresure en llegar.

El Chófer hizo sonar varias veces la bocina del auto, hasta que salieron unos  jóvenes perturbados por los ruidos y a quienes les dijo: “Que el hombre que venía con él y la señora que abrió la puerta de esta casa, se abrazaron cuando se vieron, y que los dos salieron corriendo por la vereda, tomados de las manos, como si fuesen unos niños, como jugando a las escondidas... Me parece que se volvieron locos.”

Supongo que las bienvenidas son así. - Dijo uno de ellos.


Autor: Ibarrechea















Recopilación:  Berenice Weber
http://diceelwalter.blogspot.com