TRADUCTOR

viernes, 4 de abril de 2014

ASI ERAMOS TODOS POR AQUÍ

                                                                               I
      Llegar hasta la señora Ofelia no me fue tan difícil, parecía esperarme, junto a su marido don Evaristo Fuentes, que antes me había advertido sobre la grave enfermedad de su joven esposa.
- Recuerde que padece de cáncer, hace un año que no sale de esta casa, deje que ella lleve la conversación, sea amable por favor -nos dejó solos. Por una de las ventanas, alcancé a ver cómo don Evaristo se dispuso a cortar los ligustros del jardín con un afilado machete-.
     La señora Ofelia estaba sentada en una vieja poltrona de madera y mimbre abarquillado, en un rincón penumbroso de la sala, que tenía sobre sus muebles raros objetos que me parecieron mágicos, comenzó su relato con cierto desánimo, como si lo hubiese repetido mil veces a mil personas distintas durante estos últimos veinte años.
- Mi nombre es Facundo Arenas y soy periodista –le dije-
- Yo soy Ofelia Olivia Ortigoza, y algo te puedo contar sobre Cúter, puedes sentarte si quieres.
Me senté en la primera silla que encontré, adivinando por el sonido de su voz que estaba a varios metros de mí.
- Cúter era una persona afable –empezó a hablar antes que le pregunte algo-. Él abemolaba su voz, especialmente cuando nos hablaba a nosotras, las mujeres. Tenía esa inconfundible fragancia que tienen los machos, esa altanería propia de los que se sienten seguros. Buen hombre, era un buen hombre. A mí me gustaba seguirlo con la mirada por todo el hotel, esperaba que saliese, esperaba que volviese, me saludaba con una sonrisa encantadora y cerraba la puerta tras de sí. Cuando bajaba a comer, siempre lo atendía yo, le gustaba sopetear el pan en las salsas y el caldo, y comía mucho beicon frito con huevos y café negro en el desayuno, una vez me contó que esa costumbre la había adquirido en un pueblo que ya no está más, que se llamaba Peremerimbé y yo entonces le dije que tenía una foto donde salgo pequeña, muy pequeña, al lado de un cura medio loco que trajeron de no sé dónde sus hermanos, porque decían que se había enfermado picado por los mosquitos tsé tsé, decían. Y que él en su locura  también andaba diciendo que en ese pueblo las mujeres volaban. A mi me asustaba con sus pelos duros y negros y con eso de que se le había dado por tomar la misma agua de los caballos. Entonces él me preguntó si se trataba de Arnulfo Sepúlveda y yo le pregunté a mi madre y mi madre me dijo que le dijera que sí. Entonces Cúter me dijo que el cura no estaba loco, que si hay mujeres que vuelan. Y me pellizcó la cara. Me fui enamorando de él, no sé si de repente, pero tenía un ansia grande de él, de sus cosas, de su cuerpo.
- Cuénteme de la última noche de Cúter en el pueblo.
- Él caminaba entre las mesas dispuestas en la plaza del Pueblo. Parecía despedirse en cada saludo espontáneo y lanzado al azar, entre toda esa gente que apenas lo había visto. Lucía hermoso. Se había puesto un terno de color tabaco, una camisa blanca que yo misma le había planchado la tarde anterior y una fina corbata de seda marrón. Lucía hermoso, de verdad. Eran nuestras fiestas patronales y tocaban  las orquestas de  Los Tico Tico Good Show y la del gran Tito Castañares y los Románticos de la Rumba en el escenario que había –tose despacio, tratando de suavizar el sonido tapándose la boca y sigue-. Te cuento que desde temprano había puestos donde se expendían bebidas, fritangas y carne asada, dulces, globos, serpentinas y estampitas. Era un día maravilloso, sin borrachos ni disputas callejeras, y hasta la policía parecía festejar el acontecimiento que el mismo cura don Aparicio Pietri, bendijo desde el campanario, antes de la suelta de las palomas y del estridente sonar del carillón. Yo lo vi. Lo vi siempre, vestido elegantemente, bebiendo hasta más no poder, saludando efusivamente a los paisanos, manteniendo una postura digna, agradable y creo que yo, ya lo amaba. Lo amaba intensamente, lo necesitaba, lo ansiaba. Y él, estaba allí, a solo unos pocos pasos míos, caminando entre las mesas, con su sonrisa encantadora, con sus manos aplaudiendo al final de cada canción, incitando a todos a pedir otra más, y otra más. Vivaba a Tito Castañares y al gordo Bolo Valladares, el timbalero, sacándose el sombrero.
- Parece que a él le gustaba la música.
- Si, Facundo, a él, la música le gustaba. Pero hubo algo que me llamó la atención. En el momento en que no aguanté más y me levanté para buscarlo y decirle que baile conmigo una canción que estaba de moda, y que escuchábamos por la radio, lo vi perderse entre todos y volver al hotel de mi madre, lo vi cruzar la calle y me quedé mirándolo, sin saber qué hacer, me di vuelta hacia el escenario porque el presentador anunciaba que ahora Tito Castañares y su orquesta interpretarían “No sé porqué “ y volví a buscarlo con la vista, hasta que de repente noté su silueta a trasluz por la ventana, y que apagaba la luz de la habitación donde estaba alojado y me hirvió la sangre, me llené de furia y dejé la plaza. Caminé apresurada entre la gente, casi a los empujones, me fui abriendo paso, crucé la calle y entré decidida por el zaguán, mi madre no estaba en el mostrador ni en la cocina, entonces subí las escaleras que llevan a las habitaciones y mientras lo hacía, iba apagando las luces y desvistiéndome, arrojando mis prendas a cada paso, hasta llegar a la puerta de su habitación totalmente desnuda, totalmente desquiciada, sin razón. Totalmente loca, puramente enamorada, y allí acostado, estaba él, desnudo, dormido y quieto, bajo una nube de mosquitos molestos. Cerré los postigos y las cortinas de tul y me acosté a su lado. Entonces pareció reaccionar y sus manos tomaron mi cuello como una áspid, luego sus dedos tocaron suavemente mi cara, mi pelo, mis pechos, recorrieron todo mi cuerpo sin detenerse, hasta llegar a los tobillos. Yo me retorcía de placer, gemía, y con un simple gesto tomo mi cabeza y la condujo hacia donde él quiso.
- Mi madre tenía los discos de Tito Castañares y recuerdo que a ella le gustaba esa canción, señora Ofelia.
- No me trates tanto de señora, apenas tengo cuarenta años y yo también  tengo todas las canciones de Tito Castañares, ya vamos a escuchar a "No se porqué". Lo recordaremos así.
- ¿Es verdad que la policía la despertó?
- Fue una alcaldada muy grande eso que hizo la policía ciudadana de venir a meter las narices aquí, con las calles y la plaza abarrotadas de gente, que lo andaban buscando, entonces me rebelé y me asomé por la ventana mostrándome totalmente desnuda, hasta hice un minuto de silencio por la muerte de mi virginidad y algo les grité, no recuerdo qué, pero algo les grité y todos rieron. Después mi madre me abofeteó, me dio de cachetadas por la vergüenza que pasaba y me trataba de desquiciada. Me encerró en mi cuarto, a oscuras, a solas con la foto del cura loco –hace una pausa, como para recordar o aclarar algún concepto-. No sé si vos sabes de casualidades, pero ése cura, murió de viejo meses después que asesinaran a Cúter. Justo cuando andaba un circo por aquí mostrando a una mujer que volaba sobre un burro.
- El circo del pequeño Didú.
- Sí, ese mismo enano pervertido que era perseguido por uno árabes asesinos.
- ¿Cómo conoció a la señora Beatriz?
- Ella vino a éste pueblo, con ese aire de grande señora que quería ostentar. Aparentaba no tener ni una pizca de mácula alguna. Pero para mí era una mujer abyecta, qué sabía cómo satisfacer a un hombre, y eso, querido, sólo lo saben las putas expertas, que ponen cara de ovejas que las están esquilando para pasarla bien. Pero yo desobedecí a mi madre al enterarme que ella se había alojado en el hotel, un día después que él se fue. Durante ése tiempo, desde la golpiza por mis calenturas, hasta que salí, me habían tenido a infusiones abortivas. El lunes al mediodía, mi madre entró a mi cuarto y me dijo que habían matado a mi hacedor y que la rubia de su mujer estaba alojada en el mismo cuarto y que la policía ya la vendría a buscar, porque tenían claros indicios para detenerla, dijeron. Fueron unos minutos descabellados y tuve en esos momentos, una serie de pensamientos inapropiados, propios de mi edad. Salí corriendo furiosa, subí los escalones hasta las plantas altas y entré alocadamente a su cuarto, al cuarto de mi amado –hace una pausa en su relato la señora Ofelia, y se sirve té negro en hebras, lo toma pausadamente, en pequeños sorbos. Yo la aguardo en silencio, tratando de entender los objetos mágicos de los muebles-.
- Recuerdo Facundo, que al entrar le puse la traba a las fallebas, y que ella estaba sentada en la cama con la misma valija de Cipriano, o sea, Cúter, cómo empezaron a llamarlo, digo que era la misma valija porque estaba llena de cartas, todas dirigidas hacia ella y que la muy zorra estaba contestando una por una, fecha por fecha. "Estoy esperando a mi marido," me dijo con una cara de susto que ahora me dan ganas de reírme. Pero en ése momento pensé en matarla, en asfixiarla con mis manos, en arrojarla a la cama y quitarle toda la ropa hasta dejarla en su mayor desnudez y saber qué carajo tenía ella que yo no tuviese, y arrancarle a mordiscones cualquier vestigio, de Cúter sobre su piel. Quería poseerla, quería hacerla mía, quería que esa mujer de unos veinte años mayor que yo, me muestre el secreto que tenía entre sus piernas para atrapar a un hombre que no le tenía miedo a la muerte por ella. Zorra de mierda -Hizo ahí otra pausa la señora Ofelia y terminó de tomar el té. Entonces acercó su cara a la lámpara tenue y pude ver el rostro de una mujer hermosa, aún en su flaqueza, aún en su debilidad de mujer que es arrastrada por el cáncer de mamas-.
- ¿Quiere, señora Ofelia, que sigamos en otra oportunidad?
- No sé cuánto tiempo me queda –me dijo desde la languidez de su voz-.
- ¿Recuerda algo que ella le haya dicho?
- Me dijo que, estuvo pasando las manos por todo aquel lugar que ella creía que él había tocado, la mesa, las sillas, los grifos del baño, las cortinas. Me dijo que quería dormir y soñar lo que él había soñado en aquel cuarto, y bueno esas cosas. Ahora ayúdame a levantarme.

Caminé en la penumbra de la sala y la tomé de los brazos. Ella era una mujer delgada, elegante, dispuesta, de cabello oscuro.
Sola, sin necesidad de ayuda, fue hasta el tocadiscos y lo encendió. Los objetos adormecidos sobre los muebles, parecieron recobrar la vida y el brillo que alguna vez tuvieron y las luces tenues, ahora iluminaban todo, desde la poltrona hasta los floreros y los cuadros colgados de las paredes. La observaba cuando ponía un disco y la música me pareció familiar. Y entre las sillas y la mesa de la sala, empezamos a cantar y yo golpeteaba con mis dedos la madera de la mesa como si fuese el Bolo Valladares y luego me tomó de los brazos, solté mis apuntes y mi lapicera timbalera y bailé y canté con ella esta canción.

“Si a mí me gusta el ron Cubano.
Y beber vino Argentino.
Si me gusta fumar un buen cigarro.
Y saborear el pisco Peruano. 
¡Ay! No se porqué…
No sé porqué
Tú sigues a mi lado.
No se porqué

Si a mi me gusta ir a bailar temprano.
Y de los Argentinos el tango.
Danzar un samba Brasileiro.
Y la cumbia de los Colombianos. 
¡Ay! No sé porqué…
No sé porqué
Tú sigues a mi lado
No sé porqué!

Si a mi me gustan todas las mujeres.
Como volver de madrugada.
Si a mi me gusta el café caliente.
Como me gusta verte enojada. 
¡Ay! No sé porqué…
No sé porqué
Tú sigues a mi lado
No sé  porqué e é.”

    Reíamos. Nos reíamos y volvimos a sentarnos. Entonces me di cuenta que había un pequeño mono de alambre que golpeteaba platillos de bronce, que varias muñecas habían recobrado vida a través de las cuerdas, que el reloj, había vuelto a funcionar y que las flores de los floreros renacían en brillo, color y perfume. Y que ella misma parecía rejuvenecer. Hasta que apagó el tocadiscos y todo volvió a la penumbra y al silencio. 
Ella ya estaba nuevamente sentada en la vieja poltrona de madera y mimbre, como esperando, calladita, quieta.
Atiné a respetar su silencio y me levanté lentamente, así recuerdo a la señora Ofelia, despidiéndome con el ritmo de aquella canción en mis oídos. Yo iba llegando a la puerta cuando me habló.
- Hay algo que no te he dicho, Facundo.
 Di la vuelta y nuevamente me senté a su lado.
- Cuénteme -
La señora Ofelia no pudo continuar hablando por su repentino ataque de tos y tuvo que ser asistida por su marido y la empleada doméstica.

                                                                                 II
     En aquel momento hicimos un derroche de todos los medios que teníamos a disposición para dar con Cúter -me cuenta el oficial de la policía Edmundo Carretero-, hicimos todo lo que estaba a nuestro alcance, en realidad no se qué es lo que salió mal. Al final a todos nosotros nos salió el retiro obligatorio de la fuerza. El primer aviso fue a las siete de la mañana, todavía yo no me había hecho cargo del turno, pues entrábamos a las ocho.
Habían encontrado a Jeremías Arce, ex Peremerimbino en su casa, con un cuchillo atravesado en su garganta. La dotación entera fue para allá, habiéndose conocido esto por una de sus hijas que lo encontró dijo ella, a eso de las seis de la mañana, cuando volvía de la fiesta de la plaza. Cuando llego yo y los otros dos agentes policiales para el relevo, el oficial Florencio Cánepa, estaba llamando a la central, en Manvatará, para informar y cinco minutos después se arma otro revuelo, pues allí nos avisan de otra muerte, la de Ciríaco Juárez, ex Peremerimbino, también con un cuchillo filoso clavado en la garganta acostado en su cama mientras su mujer y sus hijos no estaban en el pueblo pues ellos no estaban de acuerdo con los berrinches propios de las fiestas patronales y porque la religión que ella profesa no estaba de acuerdo con santos y vírgenes y dicen que dormían y que no había forma de despertarlos pues parecían drogados o algo así, en la "Bandera Tricolor" una posada al lado de la ruta y lejos de los bullicios del pueblo.  A eso de las ocho de la mañana, encuentran en el baño del bar "La Amapola" otro cadáver. El de Wilson Da Silva, hermano de Marcela Da Silva, la aviadora, que dicen que se estrelló en la Amazonia cerca de Perú y que fue comida por una tribu indígena, usted sabe las habladurías de la gente, pero a mi me habían contado en una oportunidad, que ella estaba detenida por orden del gobierno por andar reclamando tierras que no eran suyas. Recuerdo que la empleada de la limpieza del bar nos contó que el local estuvo cerrado  desde las dos de la mañana y que ella asegura que no había ya nadie a esa hora y que se dio cuenta porque un hilo de sangre venía desde el fondo del local, por el pasillo, pasaba por debajo de las mesas y las sillas y buscaba la puerta principal, esquivando colillas de cigarrillos, cascaras de maní, tapitas de botellas de cerveza, papeles, corchos y otras inmundicias y que gritó, gritó fuerte y alertó a todos para que se levanten y vean como la sangre seguía avanzando por debajo de las mesas, buscando la puerta, cuando en realidad la caída natural del piso era para el patio.
- Increíble.
- Cosas así nos volvían locos ya éramos casi veinte en total los policiales que estábamos en eso, cuando a las once de la mañana y todo el pueblo alborotado, el ómnibus de la orquesta de Tito Castañares vuelve a entrar al pueblo a buscar al Bolo Valladares que estaba durmiendo en un banco de la plaza y nos avisan que había un hombre muerto a mitad de camino entre la ruta nacional y la entrada al pueblo, mando dos hombres y allí estaban ya los hermanos Sepúlveda, arrodillados y orando por esa alma, a la orilla del camino, entre el malezal alto y perros vagabundos y con un cúter clavado en la garganta. Era Omar Eulogio Chanquina, otro Peremerimbino que le gustaba el juego de naipes y que ya antes lo habíamos tenido preso por esas malas costumbres. A las once de la mañana recibo un llamado del ejército que me niego a responder, a las once y cinco minutos mis jefes me avisan que vienen todos para acá con "gente" del ejército, mientras tanto, recién ahí, recién a esa hora me hablan de detener, nada más que eso, no matar ni nada. Detener a un tal Cipriano Tavares y me pasan algunas señas particulares de él y así es que llegamos al hotel de la señorita Margarita. Puta madre, inexplicable por donde se lo mire.
Así de brutos éramos todos por aquí.

      Le explico -acota Ruben Garrido, el cabo de guardia de aquella madrugada- eran fiestas patronales del pueblo, aunque entre la zona urbana y la campiña éramos cerca de treinta mil personas. Teníamos en aquel momento cinco escuelas para completar la educación primaria y una escuela industrial para adquirir los conocimientos técnicos que esta región necesitaba, había un hospital regional, pues allí se atendía a personas de otras ciudades, decían que era por la calidad de los médicos que habían estudiado en Córdoba, allá en la Argentina. Había buenos maestros y las obras de pavimentación avanzaban. El gobierno estaba en esos momentos a cargo de los militares y ellos se interesaron mucho en que no queden Peremerimbinos, de allí era la orden estricta de que siempre tuviésemos bajo control a los fulanos muertos, pues como usted sabe ahora, tenían estos personajes Peremerimbinos algunas ideas extrañas, como esa de no acatar las instituciones. Pero como apenas eran dos el tal Chanquina un profesional en juegos de azar y Arce, que se dedicaba a la reparación y ventas de bicicletas y en este pueblo no había ni siquiera ladrones de gallinas,  la dotación policial era de  apenas ocho hombres por turno, algunos de ellos ni siquiera pasaba por la estación policial, le cuento que directamente tomábamos servicio en nuestro objetivo.

      Los otros dos aparecen por la fiesta, el tal Wilson Da Silva vino con un pequeño organito y un mono que vestido con ropa de seda se sacaba un sombrero y pedía dinero. Nunca más encontramos al mono, pero entre las ropas del muerto había un revólver de fabricación Estadounidense. En cambio Ciríaco Juarez, había llegado dos meses antes y tenía la intención de abrir una gran hostería para los seguidores del "Señor de los bautismos" una secta o algo parecido y en las posteriores investigaciones damos conque él había invitado a Da Silva -dice Garrido-.

     Entre las hipótesis nuestras pensamos que después de la declaración del campesino Gervasio Moyano, lo que pudo haber visto él es al mono vestido elegantemente saltando sus alambrados y el resto de sus declaraciones quizás fueron producto del alcohol excesivo. Pero de todos modos, hay en ellas precisiones que no se llegan a entender -dice Carretero-.

    Le cuento una anécdota -dice Garrido entusiasmado-, en medio de los disturbios escandalosos que azotaban la tranquilidad de esta ciudad que ya estaba bajo el control militar por algunas represalias, Trebber pasa con su propaladora gritando que este era un pueblo de mierda, ¿entiende eso? dos vueltas a la plaza gritando por las bocinas del vehículo que éramos un pueblo de mierda -ambos ríen, yo también, aunque incrédulo-.
                                                                       
                                                                               III  
         Hay algo extraño -me dice Juan Carlos Avendaño, el locutor líder de la afamada radio "Voz Sanvicentina"-. Observe con atención lo que la gente le dijo al juez Bonaventura, en el expediente que le alcanzaron, y quédese en el relato del cambista de las vías. Oye colega, él dice que cambió las vías a las ocho de la mañana, cuando en realidad el tren pasaba al mediodía, dice que a los trescientos metros de la estación, donde estaba la palanca de los cambios, alcanza a ver un hombre que pone algo así como un pañuelo en uno de los asientos y que se sienta a esperar, que ve que llevaba una valija como todo equipaje. que finalizado ese trámite decide volver al pueblo porque sabe que en cualquier momento llovía y que luego por el arco iris caerían los niños a la puerta de la iglesia para tomar la primera comunión, que ve a dos agentes de la policía que se asoman al andén, pero que el hombre ya no estaba, que los ve caminar por el andén y los ve entrar al pasillo de las boleterías y que los ve irse en camino hacia el centro, como si buscaran algo y que al pasar para el pueblo para ver qué ocurría observa que una de las ventanillas donde se expenden los pasajes estaba abierta pero le pareció ver al fantasma de don Baltazar Ibarra, un empleado ya jubilado que falleció de viejo, flaco y huesudo que vendía pasajes y llenaba los formularios de la línea Star Line por este valle. De allí es que se hacen ricos  los señores Esteban Cañizares y Sánchez Artiaga, inventando toda esa historieta llamada "Cúter", que felizmente fue incautada por el gobierno militar.
    En cuanto se le pregunta a Raúl Cismondi, el cambista, si volvió a ver a ese hombre que estaba sentado dijo que sí, que tenía un pasaje en la mano y que salía del baño, abotonándose la bragueta del pantalón, pero desde lejos, pues afirmaba que tenía claras sospechas de que su mujer le era infiel y quería sorprenderla llegando fuera de sus horarios habituales a su casa. Un año después, Cismondi fue preso por matar a su mujer una fulana que venía de un cabarute llamado "La Rosa Blanca" por allá, cerca de donde era Naranjillos, porque estaba acostada con el cantante Roberto Enciso, el serenatero que logró escapar y se fue del pueblo por un tiempo, allí se desarma el grupo los Tico Tico Good Show. 
    A mí el gobierno también me dijo que me callara y que no hiciera comentarios que puedan causar cierta desconfianza, ciertas hilaridades entre la gente, así es que por orden de ellos tuvimos que acomodar nuestra grilla y obtuvimos a cambio algunas pautas publicitarias impensadas para nosotros, hablábamos de deportes, modas, espectáculos, el estado del tiempo y de lo maravilloso que era ir de pesca al lago Imbuté, y de  lo maravilloso que era nuestro verde valle lleno de petroleras y de las maravillosas putas de mierda carreteras nuevas hechas por negros explotados y reputas empresas mineras de gringos cornudos que se venían con alegría, industrialización, tecnología y progreso.
Nada de hablar sobre desforestaciones, crímenes, expropiaciones, nada. 
Así eramos todos. Cagones hasta la mandíbula. 
Háblame de como llegaste hasta aquí, colega pendejo.

(Continuará)

  


Tiene derecho de autor

Copyright 2013
Capítulo correspondiente al libro "CÚTER"
Autor: José Antonio Ibarrechea 
http://diceelwalter.blogspot.com
"PASEN Y VEAN"
diceelwalter@gmail.com
Walter Ricardo Quinteros

1 comentario:

  1. Ciertas frases me parecen muy conocidas, pero como de costumbre...¡Espléndido!

    ResponderBorrar

El comentario estará sujeto a la aprobación del equipo y su administrador. Gracias.