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viernes, 21 de marzo de 2014

CULPABLE


Era un día de muchísimo calor, tanto que hasta las lagartijas buscaron los lugares sombreados y el pueblo todo parecía que dormía su siesta. Hasta la mascota del barrio, un perro negro llamado Garufa, había encontrado su lugar bajo un viejo lapacho, y desde allí me miraba atento, con sus orejas levantadas, con el hocico apoyado, pero tirado cuan largo era.

Yo no sé porque canturreaba, pero así entré a mi trabajo, golpeando las manos. Solo me contestó el silencio y Garufa.

Instantes después apareció Margot, la dueña, quien sacándose el delantal y acomodándose los ruleros que llevaba bajo un pañuelo a lunares, se acomodó detrás de una tarima y con las manos en jarra me preguntó porque había llegado tan temprano.

Tal vez porque ella irrumpió en el salón de repente y ni siquiera atinó a saludar, tal vez porque yo estaba muy sensible y hasta un pequeño soplido me haría desmoronar, que me sobresalté y ella lo advirtió.

Lo cierto es que mi desconcierto fue notorio, entonces doña Margot, salió del lugar donde estaba y se paró justo al lado mío, pero ésta vez percibí un rasgo de ternura, hasta su voz se había transformado; tanto que cuando me tomó la mano en ademán de amistad, prorrumpí en un desconsolado llanto y me abrazó. Mientras tanto, mis pensamientos me taladraban con una palabra:

¡Culpable!. 

¡Culpable! respondieron mis cuerdas vocales casi en un grito y sin dar ninguna explicación junté las pocas cosas que tenía, al mismo tiempo que me secaba las lágrimas y salí. Salí, y admito que hasta quise salir de mi propia vida, por Luciano, mi querido Luciano, adolescente intempestivo que amaré hasta la eternidad.

Él quería abandonar el pueblo decían los decires, y ponerse a merced de la selva que era Buenos Aires, por mi propia culpa.

¿Por mi culpa o de aquel joven amanerado, pensé, quizás paliando esa situación que hasta me hacía vomitar?

Salí de mi trabajo, sintiéndome desplomada, y volví a llorar, pero ésta vez como una niña. Le lloré a mi fortaleza y a mi debilidad.

Y seguí caminando, y confieso que en un principio no tenía destino porque su nombre seguía atormentándome, tanto que hasta me imaginé un juicio. Un juicio con un jurado, y estaban todos allí, desde el cura hasta el gobernador.

Ellos todos, me miraban, y la palabra culpable se desprendía de sus bocas, y la palabra culpable seguía azotándome sin piedad, como un eco interminable.

Hasta la carta que había recibido el día anterior, que desde la cartera, parecía jactarse como lo hacían mi hermana y mi madre. La carta lo decía todo, y desde su dimensión, también me acusaba y me interrogaba… 

Yo solo quería ser feliz le rebatí entre tartamudeos y sollozos, como si aquel objeto inanimado comprendiera.

¿Para qué? Contestó mi razón

¿Para qué?, contestó mi corazón enamorado, 

¿Para qué? Contestó mi cuerpo enojado, ¿Para qué te ofreces en tu contorneo, todos los días del mes a aquellas miradas lascivas y asquerosas, mientras yo sufro?

¿Para qué quisiste ser entendida si podías ser ignorada?¿Para qué buscaste la perfección si todo es imperfecto? ¿Para qué buscaste compañía, si hoy estás más sola que nunca? repetían la razón, mi corazón, y mi maltrecho cuerpo al unísono.

Fue entonces, que ese día, dije basta...


Al Ibarguren
aliciauv@yahoo.com.ar
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