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viernes, 21 de marzo de 2014

CRONOLOGÍA CON PADRE INCLUÍDO


1941
–Propulsado por la hélice de la vida, irrumpo como un bebé de campeonato entre un coro de piernas y un cielo de luces cinematográficas. Me llamo Daniel, peso tres kilos, soy varón, soltero y carezco de señas particulares visibles. Otros nombres propuestos para mi bautismo: Hipólito, Leandro y Amadeo. Imaginen ahora mismo la filiación política de mi padre, que en este momento permanece fumando en la sala de espera. Fuma Particulares sin filtro, usa camisas del 42 y tiene enhebrada en el llavero una navaja de la que nunca se separa. A todo esto, yo permanezco atolondrado a causa del brillo y del frío.
–El éxito musical del año se llama Ramona, es un foxtrot y alguien, en algún lugar, lo está tocando.
–Franco y Mussolini se entrevistan en Italia.
–Orson Welles, con 25 años, estrena El 
ciudadano.
–Mi papá se acerca a la cuna donde me han acostado boca abajo para expulsar los gases. Me levanta con suavidad y me frota contra su mejilla. Es un momento especialmente significativo para la vida de ambos. Ahí nomás se pone a canturrear algo que no consigo entender: Chin Danielo / ojitos de fuego / culito de hielo.
–Como consecuencia de esa canción, fui llamado Chindanielo aproximadamente durante los cinco años subsiguientes. Mucho peor hubiera sido que me llamaran Culitodehielo.
–El presidente Ortiz, diabético atroz, sufre desprendimiento de retina. Renuncia con los ojos vendados, como el hombre invisible.
1942–1950
Permanezco tumbado sobre los mosaicos del patio tomando la leche de un biberón del que no consigo separarme. Mi única obligación es observar el cielo azul. Ese pajarito que pasa a cada rato se llama mariposa. Con la espalda pegada al piso, alcanzo a percibir los profundos latidos de la tierra. Por esos días, mi papá está empeñado en enseñarme los colores. Se acuesta a mi lado y me pregunta si la bandera argentina es rosa y celeste o celeste y blanca. Y así nos tiramos las horas. Las mariposas peruanas son rojas y blancas. Las uruguayas son como las argentinas. Ignoramos los colores de las mariposas de Tailandia. Me gusta apoyar la cabeza sobre su antebrazo y observar el farolito del patio que se sostiene en el aire como si nada. Ahí viene la pregunta del millón de dólares:
–¿La camiseta de Talleres es azul y blanca o azul y negra?
–¡Azul y negra!
Entonces él se hace el muerto, aunque deja los ojos abiertos. Yo sé que está jugando, pero igual me aterrorizo. Lo toco y no responde. Lo zamarreo. Dale, papá, despertate. Por fin comienza a emitir un ruido de motor, un ruido muy extraño, estremecedor y delicioso. Después se incorpora como el monstruo de Frankenstein y me pregunta: ¿Qué has dicho? ¿Qué has dicho? ¿Azul y qué?
Frankenstein me levanta la camiseta, apoya los labios contra el pupo y sopla y sopla mientras yo digo basta, basta, pero él sigue soplando con ruido de pedos terribles. Una vez me meé de la risa. Si a lo largo de la vida un padre resulta incapaz de hacer mear de risa a su hijo, cualquiera sea su edad, deberá confesar para sí mismo y en secreto su fracaso.
–La crisis que desata la guerra europea es tan manifiesta que algunos ómnibus circulan por las calles de Córdoba con ruedas de hierro sobre los rieles del tranvía.
–Perón sustituye a Farrell, Farrell a Ramírez, Ramírez a Castillo y Castillo a Ortiz, el diabético atroz.
–Los chicos piden a gritos medias Carlitos.
1951–1961
–Lo dice La Voz del Interior : en Argentina ha comenzado la época de las vacas flacas, en Mónaco se casa Grace Kelly con el príncipe Rainiero y en Estados Unidos la Ford despide a 19 mil obreros.
–Cada vez que toma el tranvía 5, mi papá se pone una camisa de leñador y el anillo que él mismo fabricó cuando en el ferrocarril Belgrano lo pusieron delante del torno de las arandelas. Es un padre clásico, un gringo fortachón con un algo que recuerda al tronco de un gran árbol. Tiene las espaldas anchas, las manos grandes y sus ojos contienen una mezcla de pena terrible con unas infinitas ganas de joder. Se parece a Jean Gabin en la época en que Gabin usaba broches de colgar la ropa para no mancharse las botamangas con la grasa de la bicicleta.
–En una radio de madera fabricada por Philco en Norteamérica, tocan un disco de Los Cinco Latinos.
–En un bar cuyas paredes están decoradas con tapas de la revista El Gráfico y fotos de Amelia Bence, mi papá me enseña, sin riesgos, a abrir una Coca Cola con los dientes.
–Una vez al año vamos al cementerio San Jerónimo a visitar la tumba del abuelo, su papá, el que sabía hipnotizar caballos para sacarles las muelas de un puñete. Primero lava los floreros y antes de llenarlos de claveles les pasa un bollo de papel de diario humedecido. Cuando termina, se fuma un cigarro, él y yo sentados debajo de un limonero. Dice que el cementerio no le da miedo porque los muertos no hacen nada. ¿Y por qué? Porque los muertos del San Jerónimo son nuestros.
–La primera vez que voy a votar, me acompaña y me espera a la salida del colegio Ricardo Güiraldes. Revisa las hojas para ver si me han sellado la libreta. Vistos de espaldas, al regresar, nos parecemos a French y Berutti.
–A veces leemos el horóscopo. Piscis: sé amable. Géminis: sé breve.
1962–1979
–La humanidad llega a la Luna.
–Perón, sin tomarse el trabajo de morir, resucita y aplasta en las elecciones.
–Mi papá quiere que me adapte a cualquier oficio que incluya saco y corbata: piloto de Aerolíneas, arquitecto, cirujano, diputado. Pero las cosas no funcionan. Me inscribo en la Facultad de Abogacía y la abandono 48 horas más tarde al descubrir que los abogados día por medio se ponen zapatos nuevos. Mi papá se siente, con el ojo triste, confundido, y con el ojo alegre, decepcionado. Deja prácticamente de hablarme y lee el diario con los hombros levantados y los codos apoyados en la mesa. Parece la carpa de un circo.
–Se realiza el primer trasplante de corazón exitoso en Sudáfrica.
–Todas son metáforas, todos son problemas.
–Escribo un cuento de 80 líneas, la historia del “Caballo” Funes –un wing que se fractura el peroné media hora antes de debutar en primera división–, lo meto en un sobre de papel madera y lo mando a la redacción de La Voz del Interior . Permanezco sentado en el umbral de mi casa lunes, martes, miércoles, jueves, a esperar hasta que un domingo aparece publicado. El resto lo pueden imaginar. Él despliega la carpa del circo a la hora de la siesta, lee la primera página, la segunda, la tercera y, oh, descubre mi nombre impreso y yo veo cómo lo descubre y cómo siente en su interior la dulzura de una puñalada muy profunda. Inmediatamente se incorpora, levanta los anteojos con la yema del índice y ahí nomás, con el diario en la mano, aumenta a cuatro las dos vueltas que pegó conmigo el día que nací.
–Norma Beatriz Nolan, la nueva Miss Universo, como Dios, es argentina.
1980–1989
–Munido de una birome en cuyo capuchón figura el logotipo de Unione e Fratellanza, se apila como un jockey delante de un cuaderno y me escribe una carta. Él continúa viviendo en la casa de las mariposas y yo, a 11 mil kilómetros de distancia, en España.
–Piquet, 50; Reutemann, 49.
–Cada vez que recibo una de sus cartas, en lugar de leerla de inmediato, la guardo en el bolsillo trasero del pantalón y salgo a caminar por la Gran Vía. La gente se vuelve para mirarme. El calor que despide el sobre es tan intenso que me derrite el culito de hielo.
–600 mil ciudadanos soviéticos pasan por la máquina de picar carne de Chernobyl.
–De la hoja de cuaderno dedica dos renglones a los partes meteorológicos de Eschoyez, tres a los comentarios de Brizuela y cuatro a la última pelea de Laciar. Puedo imaginarlo, majestuoso, con la camisa de leñador arremangada, esperando que pase el taxi del Ipam y lo lleve a dar una vuelta por el centro.
–Cada vez que vuelvo a Córdoba para visitarlo, abro la heladera y no hay más que un litro de leche descremada, cuatro rajas de mortadela y una botella de Coca Cola familiar que llena todas las mañanas con agua de la canilla. De eso no dice nada en 
las cartas. Ni que después de manejar un tren durante 30 años su jubilación asciende a 59 dólares mensuales.
–En 1989, lo suben de urgencia a una ambulancia, el chofer arranca y no llega a poner primera porque mi papá se muere. Le hubiera gustado enormemente atravesar la ciudad de sus amores hachando el aire con la sirena.
Del padre, mi papá, cuya bondad medía a partir del puente Sarmiento toda la avenida 24 de Septiembre, quedan unos pocos objetos que guardaba en una caja de habanos de la marca Partagás.
Dos discos del sello Pampa de 78 revoluciones por minuto. Uno es Cascabelito, cantado por Ángel Vargas, y el otro también. Él era así: a las 4, se afeitaba; a las 5, me daba un beso en la frente; a las 6, entraba a trabajar y a las 7, cuando el coche motor llegaba a Villa Allende, comenzaba a silbar Cascabelito.
Un reloj marca Rado al que le falta el minutero. Y el número siete. Le doy cuerda con la vaga esperanza de que funcione. Ya no late. Como su propio corazón.
Una foto seis por seis en blanco y negro en cuyo dorso puede leerse Talleres dos, Audax Córdoba uno. Empezando por la derecha, él es el primero de la segunda fila: tiene los brazos cruzados, una vincha alrededor de la cabeza y una extraña pinta de comanche italiano.
La corbata verde para ir a votar, la roja para tomar café con crema y la azul que me prestó para casarme.
Un frasco de gomina Brancato, una tira de genioles sin genioles, un menú del Hotel Savoy y un calendario de bolsillo del año 1966 ilustrado con un tractor sobre cuyo guardabarros verde sombra se despatarra una mujer desnuda.
Varios certificados, una boquilla Crisol, un llavero de la Liga Cordobesa y la escritura de la casa de las mariposas. ¿Qué has dicho? ¿Qué has dicho?
Cada vez que lo recuerdo, me sucede lo mismo. Veo a la gente pasar a través de la ventana y todo lo que llego a pensar es que hay muchos padres que no pasan nunca más. El mío, tampoco. Entonces lo busco, sacudiendo la máquina de escribir a las trompadas.
Al fondo de la caja, doblado en 16, un mapa de Córdoba y la bandera de la República Argentina.




Daniel Salzano
Periodista y escritor - Quienes y Cuando - Diario "La Voz del Interior"
Foto: díaadía

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