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viernes, 21 de febrero de 2014

UN CARTEL EN TUS MANOS


Hoy quiero escribirte a vos, querido compañero. Si, a vos que llegás a la misma hora, como todos los días, y con tu andar a tientas y el alma en penumbras te ubicás en el único banco, que ya te pertenece por derecho propio.
A  vos, que a pesar de tu vestimenta roída por los años, tus zapatos mugrosos, tu desteñida gorra que usás para recoger limosnas, a pesar de ese papel ajado y mal escrito, que de alguna manera se entiende que dice “Ciego”, y a pesar de todo me das un aire pintoresco y contradictorio.
Estoy  moldeada por adoquines, engalanada con balcones multifloridos, enriquecida por el aroma de los azahares, malvones y rosales, mis oídos gozan con el trinar y revolotear de los pájaros, con la brisa que incansable hace tintinear los llamadores de ángeles, y, como si todo esto fuera poco, el agua, que sin pedir permiso se desliza por entre las piedras de la fuente me lisonjea con serenatas admirables.
Te cuento que   soy responsable de éste espacio, por lo que me ocupo y  preocupo por  todos los seres que transitan mi suelo.
Y en ese ocuparse y preocuparse estás, cuando escucho las escasas monedas que llegan a tu gorra. Entonces me aflijo y me entristezco al conocer tus miserias…
Sin embargo, veo una luz en tu camino cuando recuerdo a aquel caminante que disfrutaba embelesado lo atractivo del paisaje, y al mirarte…
Vos dirás que tiene que ver un caminante cuando los hay tantos…
Es que…fue llamativo. Al mirarte buscó en su bolso, hasta que sacó un diminuto paquete, lo desdobló, y lo convirtió luego de su trabajo, en una importante cartulina, sacó una lapicera de su bolso, la escribió y con la suavidad de alguien que usa  guantes de seda, la cambió por tu papel ajado, …y se fue silbando. 
Luego llegó esa señora de aspecto simple, pero era distinta a todas las que pasan por aquí. No sé por qué, tenía un aire especial. Y no me equivoqué…pues al verte se detuvo, buscó en su cartera y sacó un sobre de cuero marrón, en apariencia era su billetera, porque sacó varios billetes, los colocó en tu desgastada gorra, y se marchó con una sonrisa.
Te observé todo el tiempo, y al hacerlo me di cuenta que tus manos temblaban. Tal vez porque advertiste su presencia, tal vez porque la presentiste. Cierto es, que al retirarse ella, primero tanteaste el contenido de la gorra, y luego lo desplegaste por tus huesudos dedos, como acariciándolo.
Vos no sabías que estaba sucediendo, ni cuál era el motivo del  inusual proceder de ésta señora, y yo tampoco, hasta que pasó una joven de andar errático e ingenuo, y al mismo tiempo que depositaba un billete en la consabida gorra leyó en voz alta:
“Por favor, ayúdeme. Sé que brilla el sol, pero no puedo verlo”.

 
 


Dicen que las cosas inanimadas no tienen corazón, pero no es cierto, porque yo hoy lo siento, y reboza de  felicidad, porque sé que podrás comprar una hogaza más de pan, pero además  sé que te has dado cuenta la diferencia que hay entre pedir, suplicar, rogar, sugerir…











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