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viernes, 27 de diciembre de 2013

UNA NOCHE INOLVIDABLE

Algunos dirían, que hubo un exagerado festejo de Navidad en el "Club Social Nosotros Los Muchachos" la noche del veinticuatro, y la madrugada del veinticinco. 

Pero no.
No fue para tanto.

El señor José Antonio nos llamó a todos a festejar, exceptuando aquellos que por obra y gracias de esa cosa llamada milagro, hayan sido invitados a compartir alguna mesa por ahí.


Asimismo, en el mismo acto de la invitación, nos fue diciendo qué cosa debía hacer cada uno. Por ejemplo: Vos traé el fernet, vos la Coca, vos el hielo, vos las copas, que Fulano traiga carbón, que Mengano traiga el pan, que Zutano que es medio... ponga los adornos y así sucesivamente, mientras tachaba en su hoja de notas de su agenda milenaria, cada tarea asignada y después de cada acuerdo consentido.

A mi me tocó la noble tarea de descorchar las bebidas espumantes, como siempre.

Cuando los nobles animalitos salados y adobados cayeron en los crueles alambres de las parrillas, se organizó la primera oración de agradecimiento por encontrarnos casi todos, juntos y solos a la vez.


En el cielo empezaban a aparecer las primeras estrellas, mientras el sol se escondía en el valle de Traslasierra y el señor José Antonio elevaba su copa al cielo diciéndonos a todos que era hora que el "Club Social Nosotros los Muchachos", tuviese un himno. 

Un himno que sus estrofas resalten las cualidades de los hombres que vivimos solos. Y que a pesar de ello  -aclaraba-  habíamos decidido renunciar al sexo. 
Si señores, así, sin más protocolo que una decisión rápida, enérgica y letal. 
Renunciamos al sexo.
A partir de ahora, solo haremos el amor -nos dijo-.
Y lo haremos en cada acto de nuestra (palabra irreproducible) vida.
Haremos el amor.

Dicho esto, los poetas presentes, sacaron a relucir sus lápices y papeles. 

Perengano estaba a cargo de la parrilla y argumentó que no tomaba alcohol mientras estuviese de servicio. Y estar al frente de la parrilla del Club, era para él un honor -mientras se ponía un delantal con la inscripción "El fundamentalista de los Chorizos"-.



Tres horas después de deliberaciones alcohólicas, nos sentábamos a comer. Cada uno en su silla, mientras el secretario de actas nos pasaba el libro de asistencia para rubricar.

El ambiente era encantador, cincuenta y ocho comensales con mozos y parrilleros incluídos. Con una rama de algarrobo con una estrella brillante, como arbolito de Navidad, instalado en un rincón del salón, y un sencillo pero emotivo pesebre hecho con figuras de yeso, bajo un manto de tela arpillera arrugada.

Zutano nos explicaba que el pino lleno de luces era para la gente del Norte del Planeta, porque allá caía nieve y los copos eran esas bolas brillantes. Nosotros, los muchachos que estamos soportando cuarenta grados de calor, según nos cuenta el Servicio Meteorológico Nacional, no podemos andar con esas extrañezas horripilantes que afectan nuestra alicaída identidad. O somos criollos o no somos nada -nos decía mientras nos mostraba sus uñas esculpidas-.

La abundancia de alcohol hizo que algunos confundieran la carne de cerdo con la de cordero y otros los cortes de pollo con los de cabrito comprados en Quilino, algunos se conformaban sólo con ensalada y garrapiñadas sin azúcar.

La cena estuvo exquisita y empezamos con los brindis; El señor José Antonio, en su carácter de presidente del Club, se puso de pie.
Nos miró a todos y a cada uno, como un profesor que nos va a tomar el temible examen un lunes a la mañana y nos habló con una cálida sensación de sencillez y sabiduría, explicándonos el porqué de la reunión.
"Aquí reunidos, el cincuenta y un por ciento de los socios del Club, vamos a celebrar, como así lo disponen las Sagradas Escrituras, el nacimiento divino de nuestro Señor Jesús. Feliz Navidad, señores."
Todos juntos levantamos nuestra copa y contestamos ¡Feliz navidad!

Afuera, explotaban en el cielo miles de fuegos de artificio, algunos lamentaban la situación de barullo porque decían que era perjudicial para la salud mental de los perros callejeros, perritos mascotas y en adopción, mientras otros lagrimeaban emocionados y los más inmaduros buscaban bajo la rama del algarrobo, algún regalo que haya dejado de incógnito el Niñito Dios, cincuenta años después de la primera cartita.

Nos abrazábamos y nos deseábamos felicidades. Obsecuentemente, le deseábamos una genial gestión a los miembros de la Comisión Directiva del Club.

Alguien desde el fondo sugirió hacer una ronda de deseos, "Que cada uno en voz alta, cuente el suyo" dijo mientras levantaba la copa y todos entusiasmados brindábamos otra vez.

Cuando me tocó el turno, igual que los demás, me puse de pie y les hablé de la primera vez que  mi madre me llevó a la Iglesia del Carmen y que recordaba claramente, un montón de santos esparcidos por la nave central, mientras ella se arrodillaba en el confesionario. Les conté que ella me decía que San Jorge era para pedirle esto. San Cayetano, para pedirle esto otro. San Expedito para pedirle aquello y éste, éste santo me hizo conocer a tu padre... -me dijo señalándome a San Antonio, hay que ponerlo patas para arriba, le prendés una vela y listo-. Entonces estimados señores socios y amigos, mi deseo es, conocer una mujer como mi madre, les dije.

Algunos querían volar, otros querían casarse, otros buscaban trabajo, otros querían desenamorarse de amores imposibles y reiterativos.
Zutano quería operarse.
Ismael estaba escribiendo un diccionario de palabras irreproducibles para ser empleados en cuestiones cercanas a Juzgados de Familias.
Armando Paredes, de profesión albañil, nos llamó a la reflexión sobre la vida precaria de un gusanito en el gallinero, y sus consecuencias aplicadas a la vida en común en sectores no civilizados y antidemocráticos de los patios de las casas.
Y así sucesivamente, hasta que llegamos al deseo de nuestro presidente.

El señor José Antonio dijo que quería brindar por José, Padre Putativo (P.P.) de Jesús y por nuestros seres queridos que ya no están aquí, y que ahora brillan en el cielo.

Entonces, en un ceremonioso silencio, nos fuimos abrazando nuevamente, hasta encontrarnos mirando por las ventanas el estrellado cielo cálido de nuestra noche de Navidad, en el Club Social.

Hicimos el curso acelerado de amistad y compañerismo de trinchera, bajo las balas de la nostalgia, curando con palabras de aliento, nuestras heridas sangrantes.

Una noche inolvidable.
Una cena digna.

No se muy bien por dónde andaría la luna cuando empezamos a cenar. Recuerdo que las Tres María estaban por acá y la Cruz del Sur por allá, y cuando nos sentamos a conversar como una gran familia, las Tres María estaban del otro lado y la Cruz del sur no se dónde.

Total, el señor José Antonio dijo que esa noche designábamos el nombre de María como el más femenino y bonito que pueda usar una mujer, por el hecho de llamarse así la mamá de nuestro Señor Jesús, y dicho esto se aprobó la moción y se conformó como corresponde el acta de acuerdo a lo enunciado en el artículo catorce, inciso "d" subtitulado atribuciones expresas de la Comisión Directiva, del estatuto vigente del club.

El ensordecedor ruido de botellas vacías en el suelo, se anunciaba cada quince minutos.

Algunos socios inadaptados, vomitaban por el balcón. Otros nos abrazábamos más. Algunas broncas por ciertas cuestiones de polleras y cuernos, pasaron a ser un hecho pasajero, allá lejos y hace tiempo, y festejábamos cualquier cosa y cantábamos cualquier cosa, como si hubiésemos ganado un campeonato de coro de villancicos en el Vaticano.

Nadie se atrevió a lanzar fuegos de artificio, ni cohetes, ni granadas de mano, por respeto a los perritos callejeros, símbolo central del escudo insignia del Club Social.

Una noche inolvidable por donde se la mire.
Donde hubo excesivo consumo de servilletas de papel por apariciones asombrosas de algunos mocos y lágrimas espontáneas.

Cuando se anunció que no había más bebida ni hielo, el sol ya asomaba sus rayos, y pintaba tenues colores sobre una lejana y frágil nube.
Los muchachos empezaron a irse lentamente, saludando con un "feliz Navidad, señores."

Al final, quedamos tres o cuatro socios levantando los platos y las copas.
El señor José Antonio se sentó en un blanco sillón, y llenó de tabaco perfumado la cazuela de su vieja pipa.
¿Qué hace jefe? -le dije un poco molesto, sabiendo de sus dolencias.
Mi médico no se enterará si aquí no hay "buchones traidores" -sentenció-.
Entonces me senté a su lado, vi una bocanada de humo espeso y azul que salía de su boca y que formaba círculos que se deshacían con el viento de los ventiladores del local.

Cuéntame de nuevo -me dijo-.
Qué cosa -le dije-.
Cómo se llama ese santo que hay que poner patas para arriba.

Me fui sonriendo.
"Pateando tarritos" por la avenida, hasta llegar a Cañada.

Feliz Navidad, Feliz Año Nuevo, gente linda.



diceelwalter@gmail.com

Tema musical: OH GLORIOSO SAN ANTONIO 
Intérpretes: LOS SOBRINOS DEL JUEZ
Video de: YouTube
(HIDALGALLAR)

3 comentarios:

  1. Recuerdo algunos escritos de ese famoso club de muchachos solos, pero creí que ya se había disuelto... Hummmmm. Mirta.

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  2. Como verás estimado amigo, esto también es poesía, sensible y gracioso a la vez, El año que viene sigue invitando poetas. Carlos Alberto.

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  3. Nadie se animó a lanzar ¡granadas de mano!!!!! qué bonito club.

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