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viernes, 27 de diciembre de 2013

UNA NOCHE INOLVIDABLE

Algunos dirían, que hubo un exagerado festejo de Navidad en el "Club Social Nosotros Los Muchachos" la noche del veinticuatro, y la madrugada del veinticinco. 

Pero no.
No fue para tanto.

El señor José Antonio nos llamó a todos a festejar, exceptuando aquellos que por obra y gracias de esa cosa llamada milagro, hayan sido invitados a compartir alguna mesa por ahí.


Asimismo, en el mismo acto de la invitación, nos fue diciendo qué cosa debía hacer cada uno. Por ejemplo: Vos traé el fernet, vos la Coca, vos el hielo, vos las copas, que Fulano traiga carbón, que Mengano traiga el pan, que Zutano que es medio... ponga los adornos y así sucesivamente, mientras tachaba en su hoja de notas de su agenda milenaria, cada tarea asignada y después de cada acuerdo consentido.

A mi me tocó la noble tarea de descorchar las bebidas espumantes, como siempre.

Cuando los nobles animalitos salados y adobados cayeron en los crueles alambres de las parrillas, se organizó la primera oración de agradecimiento por encontrarnos casi todos, juntos y solos a la vez.


En el cielo empezaban a aparecer las primeras estrellas, mientras el sol se escondía en el valle de Traslasierra y el señor José Antonio elevaba su copa al cielo diciéndonos a todos que era hora que el "Club Social Nosotros los Muchachos", tuviese un himno. 

Un himno que sus estrofas resalten las cualidades de los hombres que vivimos solos. Y que a pesar de ello  -aclaraba-  habíamos decidido renunciar al sexo. 
Si señores, así, sin más protocolo que una decisión rápida, enérgica y letal. 
Renunciamos al sexo.
A partir de ahora, solo haremos el amor -nos dijo-.
Y lo haremos en cada acto de nuestra (palabra irreproducible) vida.
Haremos el amor.

Dicho esto, los poetas presentes, sacaron a relucir sus lápices y papeles. 

Perengano estaba a cargo de la parrilla y argumentó que no tomaba alcohol mientras estuviese de servicio. Y estar al frente de la parrilla del Club, era para él un honor -mientras se ponía un delantal con la inscripción "El fundamentalista de los Chorizos"-.



Tres horas después de deliberaciones alcohólicas, nos sentábamos a comer. Cada uno en su silla, mientras el secretario de actas nos pasaba el libro de asistencia para rubricar.

El ambiente era encantador, cincuenta y ocho comensales con mozos y parrilleros incluídos. Con una rama de algarrobo con una estrella brillante, como arbolito de Navidad, instalado en un rincón del salón, y un sencillo pero emotivo pesebre hecho con figuras de yeso, bajo un manto de tela arpillera arrugada.

Zutano nos explicaba que el pino lleno de luces era para la gente del Norte del Planeta, porque allá caía nieve y los copos eran esas bolas brillantes. Nosotros, los muchachos que estamos soportando cuarenta grados de calor, según nos cuenta el Servicio Meteorológico Nacional, no podemos andar con esas extrañezas horripilantes que afectan nuestra alicaída identidad. O somos criollos o no somos nada -nos decía mientras nos mostraba sus uñas esculpidas-.

La abundancia de alcohol hizo que algunos confundieran la carne de cerdo con la de cordero y otros los cortes de pollo con los de cabrito comprados en Quilino, algunos se conformaban sólo con ensalada y garrapiñadas sin azúcar.

La cena estuvo exquisita y empezamos con los brindis; El señor José Antonio, en su carácter de presidente del Club, se puso de pie.
Nos miró a todos y a cada uno, como un profesor que nos va a tomar el temible examen un lunes a la mañana y nos habló con una cálida sensación de sencillez y sabiduría, explicándonos el porqué de la reunión.
"Aquí reunidos, el cincuenta y un por ciento de los socios del Club, vamos a celebrar, como así lo disponen las Sagradas Escrituras, el nacimiento divino de nuestro Señor Jesús. Feliz Navidad, señores."
Todos juntos levantamos nuestra copa y contestamos ¡Feliz navidad!

Afuera, explotaban en el cielo miles de fuegos de artificio, algunos lamentaban la situación de barullo porque decían que era perjudicial para la salud mental de los perros callejeros, perritos mascotas y en adopción, mientras otros lagrimeaban emocionados y los más inmaduros buscaban bajo la rama del algarrobo, algún regalo que haya dejado de incógnito el Niñito Dios, cincuenta años después de la primera cartita.

Nos abrazábamos y nos deseábamos felicidades. Obsecuentemente, le deseábamos una genial gestión a los miembros de la Comisión Directiva del Club.

Alguien desde el fondo sugirió hacer una ronda de deseos, "Que cada uno en voz alta, cuente el suyo" dijo mientras levantaba la copa y todos entusiasmados brindábamos otra vez.

Cuando me tocó el turno, igual que los demás, me puse de pie y les hablé de la primera vez que  mi madre me llevó a la Iglesia del Carmen y que recordaba claramente, un montón de santos esparcidos por la nave central, mientras ella se arrodillaba en el confesionario. Les conté que ella me decía que San Jorge era para pedirle esto. San Cayetano, para pedirle esto otro. San Expedito para pedirle aquello y éste, éste santo me hizo conocer a tu padre... -me dijo señalándome a San Antonio, hay que ponerlo patas para arriba, le prendés una vela y listo-. Entonces estimados señores socios y amigos, mi deseo es, conocer una mujer como mi madre, les dije.

Algunos querían volar, otros querían casarse, otros buscaban trabajo, otros querían desenamorarse de amores imposibles y reiterativos.
Zutano quería operarse.
Ismael estaba escribiendo un diccionario de palabras irreproducibles para ser empleados en cuestiones cercanas a Juzgados de Familias.
Armando Paredes, de profesión albañil, nos llamó a la reflexión sobre la vida precaria de un gusanito en el gallinero, y sus consecuencias aplicadas a la vida en común en sectores no civilizados y antidemocráticos de los patios de las casas.
Y así sucesivamente, hasta que llegamos al deseo de nuestro presidente.

El señor José Antonio dijo que quería brindar por José, Padre Putativo (P.P.) de Jesús y por nuestros seres queridos que ya no están aquí, y que ahora brillan en el cielo.

Entonces, en un ceremonioso silencio, nos fuimos abrazando nuevamente, hasta encontrarnos mirando por las ventanas el estrellado cielo cálido de nuestra noche de Navidad, en el Club Social.

Hicimos el curso acelerado de amistad y compañerismo de trinchera, bajo las balas de la nostalgia, curando con palabras de aliento, nuestras heridas sangrantes.

Una noche inolvidable.
Una cena digna.

No se muy bien por dónde andaría la luna cuando empezamos a cenar. Recuerdo que las Tres María estaban por acá y la Cruz del Sur por allá, y cuando nos sentamos a conversar como una gran familia, las Tres María estaban del otro lado y la Cruz del sur no se dónde.

Total, el señor José Antonio dijo que esa noche designábamos el nombre de María como el más femenino y bonito que pueda usar una mujer, por el hecho de llamarse así la mamá de nuestro Señor Jesús, y dicho esto se aprobó la moción y se conformó como corresponde el acta de acuerdo a lo enunciado en el artículo catorce, inciso "d" subtitulado atribuciones expresas de la Comisión Directiva, del estatuto vigente del club.

El ensordecedor ruido de botellas vacías en el suelo, se anunciaba cada quince minutos.

Algunos socios inadaptados, vomitaban por el balcón. Otros nos abrazábamos más. Algunas broncas por ciertas cuestiones de polleras y cuernos, pasaron a ser un hecho pasajero, allá lejos y hace tiempo, y festejábamos cualquier cosa y cantábamos cualquier cosa, como si hubiésemos ganado un campeonato de coro de villancicos en el Vaticano.

Nadie se atrevió a lanzar fuegos de artificio, ni cohetes, ni granadas de mano, por respeto a los perritos callejeros, símbolo central del escudo insignia del Club Social.

Una noche inolvidable por donde se la mire.
Donde hubo excesivo consumo de servilletas de papel por apariciones asombrosas de algunos mocos y lágrimas espontáneas.

Cuando se anunció que no había más bebida ni hielo, el sol ya asomaba sus rayos, y pintaba tenues colores sobre una lejana y frágil nube.
Los muchachos empezaron a irse lentamente, saludando con un "feliz Navidad, señores."

Al final, quedamos tres o cuatro socios levantando los platos y las copas.
El señor José Antonio se sentó en un blanco sillón, y llenó de tabaco perfumado la cazuela de su vieja pipa.
¿Qué hace jefe? -le dije un poco molesto, sabiendo de sus dolencias.
Mi médico no se enterará si aquí no hay "buchones traidores" -sentenció-.
Entonces me senté a su lado, vi una bocanada de humo espeso y azul que salía de su boca y que formaba círculos que se deshacían con el viento de los ventiladores del local.

Cuéntame de nuevo -me dijo-.
Qué cosa -le dije-.
Cómo se llama ese santo que hay que poner patas para arriba.

Me fui sonriendo.
"Pateando tarritos" por la avenida, hasta llegar a Cañada.

Feliz Navidad, Feliz Año Nuevo, gente linda.



diceelwalter@gmail.com

Tema musical: OH GLORIOSO SAN ANTONIO 
Intérpretes: LOS SOBRINOS DEL JUEZ
Video de: YouTube
(HIDALGALLAR)

POEMAS DE AMELIA ARELLANO
















POLVO ENAMORADO He amado tanto pero tanto que he terminado odiando
Las implacables sendas que me regresan al origen. He amado tanto pero tanto, que la caricia se me ha vuelto arcilla,
Que el cuenco de barro que me habita, se ha trizado.
En lo que fue un rubí pasión ardiente.
Gritos sordos de polvo de memorias.

He amado tanto pero tanto, que he anegado el trigal y los olvidos.
Los horcones del huerto se han podrido.
Y no hay panes, ni manzanas, ni amarillos
. No ha quedado madera para mesa, para cuna, para cruces.
Un cenagal tapa ataúdes

He amado tanto pero tanto, que ha fenecido la luz vela bosque crepitante,
Han sucumbido los pájaros y el nido
Y no hay ramas, ni duraznos, ni niños.
Un cielo calcinante ha ennegrecido el fulgor de los espejos
Nada queda para reflejarse

He amado tanto pero tanto, que aun me duelen las risas y los soles
Y aunque de polvo vuele, volveré. Volveré, en polvo
“En polvo enamorado”

(*) Poema premiado por la Municipalidad de San Martín de los Andes (NEUQUÉN)
(*)Poema seleccionado y leído, por los alumnos de una escuela del Valle de Elqui 
Encuentro de la SECH(CHILE ) 2007





MELODÍA EN AZUL * Te escribo con azul porque azul es mi huerto.
Mi madre es una rosa quieta.
Mi abuela, un lirio de agua, inquieto
. Quiero contarte del bautismo en el río.
Donde termina el mar
Allí comienzan las colinas del regreso.

He desayunado, corolarios de infancia
. La muñeca de palo, gozosa, lee ojos de carbón amargo
El viento quebró los últimos geranios del verano.
Se han marchado, gnomos y duendes.

Los retamos de enero, son los únicos que se niegan a partir.
Se ha marchado el baúl de la abuela.
Oh, el baúl de la abuela.
Dónde esconderé mis miedos, me pregunto.

El molino esta quieto, la brújula partida y la silla rota.
Las palomitas de maíz no han brotado.
Caperucita, se ha comido la abuela disfrazada de lobo
A Pinocho no le crece la nariz, aunque mienta.
La madrastra de la cenicienta lee” Selecciones”
La bruja de Hansel y Gretel tiene micro hornos.
El sapo no es príncipe, ni el príncipe es el sapo.
Blanca Nieves mide 90-60-90, mas el botox , claro.
A los cinco chanchitos los venden en la feria.
El pan es pan y el vino, vino.
Las fábulas se escriben en los diarios.
Las novelas son alimentos cotidianos.
Nuevo milenio.
Mides lo que vales.
Llegar a la cima vale diez mil pesos.
Un cuerpo vale seiscientos.
Mi corazón no vale nada.

Te escribo con azul empecinado.
Empecinadamente azul, huerto, gramilla, cielo.
Esperma seco de dragón: Jade.
En turmalina, turquesa, aguamarina
Amarillos, retamos, baúl, silla, muñeca de madera.
Azules nomeolvides. Esperen. Espérenme.
Espérenme en azul.
Quizás aun, sea posible, el regreso.

Del Poemario ”Teoremas de Pitágoras “ (2010)



AMELIA ARELLANO

Vive en San Luis. Rep. Argentina
Trabaja como Psicóloga clínica y Psicóloga Social. Colabora como escritora en medios locales, nacionales e internacionales. También en sitios Web nacionales e internacionales. Sus producciones han sido traducidas al inglés, alemán y catalán y rumano Ha publicado narrativa, ensayo y poesía. Ha ganado premios y distinciones nacionales y provinciales e internacionales, con jurados tales como Osvaldo Bayer, Horacio Salas, Tununa Mercado, Jorge Brega. Se identifica con los movimientos de reivindicación de las culturas populares y cree que el rol del escritor debe ser dinámico y comprometido. Su tema de preocupación siempre ha sido el de la Identidad.

viernes, 20 de diciembre de 2013

CARPINTERÍA JOSÉ


CARPINTERIA JOSE

Cuando José, el carpintero, 
Supo que iba a ser papá, 
Levantó a María en brazos 
Para ponerse a bailar. 

Nadie puede imaginar 
Que el esposo de María 
Era capaz de cantar. 

No necesito decir 
Lo hermosa que era María 
Una perla en cada oreja, 
Hay mucha bibliografía. 

Todo iba de maravilla 
En el hogar de José, 
No se hablaba de otra cosa 
Que del próximo bebé. 

Por la noche conversaban 
Cómo lo iban a llamar, 
A él le gustaba Jesús 
A ella le daba igual. 

La dicha se interrumpió, 
Afirman las Escrituras, 
Al mismo tiempo que Herodes 
Decretó la mano dura. 

Se mandaron a mudar, 
Vendieron lo que tenían, 
Ni siquiera se salvaron 
Las dos perlas de María. 

Mirando las estampitas, 
Nadie puede imaginar 
Que el esposo de María 
Era capaz de pelear. 

Parecían dibujitos 
Atravesando el desierto, 
Los dos a punto de entrar 
En el Nuevo Testamento. 

Dormían a cielo abierto, 
Muchas veces no comían, 
Él le daba calorcito 
Con la mano en la barriga. 

Terminaron en Belén, 
Un pueblo de cien ovejas, 
Un pesebre, luna llena 
Y un montón de casas viejas. 

La soledad del lugar, 
Los dolores de María, 
José golpeaba las puertas 
Pero nadie las abría. 

Mirando estampitas 
Nadie podría decir 
Que el esposo de María 
Era capaz de rugir. 

Por un lado la fatiga, 
Por el otro el embarazo, 
José se enfrentó al pesebre 
Y lo abrió de un rodillazo. 

Esto es música, señores, 
Esto es puro sentimiento, 
Un hombre y una mujer 
Compartiendo un nacimiento. 

Mirando las estampitas 
Nadie puede imaginar 
Que el esposo de María 
Era capaz de llorar.







Letra: DANIEL SALZANO
Intérprete: JAIRO
Licencia de YouTube stándar
(blancamoroti)

viernes, 13 de diciembre de 2013

EDUCANDO A CARMELA


Si te quedas quieta un rato niña buena, y me dejas hacer las cosas tranquila, vas a comer helado de postre -le dice la abuela linda a su nieta Carmela-.

Carmela corre entre la cocina y el comedor, mira dibujos animados en la televisión, sube el volumen y va hasta su habitación,  vuelve caminando con los zapatos de su madre puestos, se sienta en una silla de la mesa del comedor y dibuja en una hoja, la abuela linda le dice que baje el volumen del televisor, mientras aprueba los rayones estampados sobre la hoja de papel, le dice que están bonitos. La niña pide agua fresca para tomar. 

- ¿Que estás haciendo de comer? Pregunta Carmela mientras se mantiene parada sobre los zapatos de su madre, observando a la abuela que pone la comida en el horno, que abre y que cierra la heladera y que pasa un trapo rejilla sobre la mesada.

La abuela le dice que ha puesto zapallitos rellenos en el horno que va a acompañar con arroz y que quiere que ella se porte bien porque va a venir a cenar un señor amigo, y que le parece raro que todavía no haya llegado. Y sigue respondiendo las preguntas de su nieta:

He cortado el calabazín al medio Carmela, le he quitado la semillita que después las pondremos en un lugar en el patio para que salgan plantitas y vamos a hacer una quinta de verduras para que veas cómo se hace.

Ay, Carmela, se llama quinta porque antiguamente, los dueños de la tierras, repartían su tierra en quintas partes  que se la entregaban a los empleados para que hagan una huerta, donde plantaban tomates, lechuga, maiz, uvas,  girasol.

Claro Carmelita, se llama girasol porque sus semillitas van buscando la luz del sol.

El mantel hay que ponerlo siempre, es un símbolo de higiene, recuerda eso niña,  siempre hay que ponerlo limpio y si es posible que no se noten los bordes del planchado, y las servilletas deben estar más limpias aún pues con  ellas te limpias la boca y las manos, por ejemplo, antes de llevarte la copa a la boca para tomar tu jugo, debes repasarte los labios con la servilleta -las dos estiran el mantel sobre la mesa-. Te vas a caer con esos zapatos y cuando venga tu madre se va a enojar porque los usas, ya te vas a bañar y cenas bañadita así duermes temprano.

Bueno Carmela, está bien, ayúdame a poner la mesa y después vamos a la ducha.
Si, Carmela, con cuidado lleva la panera.
Claro, se llama panera porque allí va el pan.
Mira y aprende. Ponemos el plato, después, a la izquierda va el tenedor, a la derecha va el cuchillo con el filo apuntando al plato, así ¿ves? ahora vamos a poner dos copas, una grande para el agua o la gaseosa y la otra para el vino.

- Nosotras no tomamos vino.
- Pero el señor José Antonio, si.
(Se ríe Carmela)
- ¿Porqué se llama José Antonio?
- Porque un abuelito suyo se llamaba José, y el otro abuelito se llamaba Antonio.
- Vos no te llamás Carmela.
- Porque, entonces no se,  preguntale a tu madre. Mira, las servilletas la vamos a poner encima del plato, ¿te gusta? Vamos, a bañarse se ha dicho.

- Te lavas bien que yo voy a ver la comida, no salpiques tanta agua, y te secas con esta toalla, después te pones el pijama.
- No quiero que tu amigo me vea de pijama, abu.

Suena el timbre.
La abuela de Carmela se para en punta de pies, besa en la mejilla al señor José Antonio, le agradece el ramo de rosas que coloca en la mesa, y una caja de bombones que apoya en la mesa del "living" Le pregunta si la botella de vino tinto que trajo la toma ahora y la deja en la mesa. Carmela asoma su cabeza mojada por la puerta del baño y la llama insistentemente.

El señor José Antonio mira dibujos animados en el televisor mientras las espera. Carmela llega silenciosamente y se sienta a su lado, se miran, sonríen. 
Carmela le dice que su mamá está trabajando y que los sábados a la tarde viene a buscarla su papá. Le muestra algunos dibujos y los dos hablan del primer año de ella en la escuela. Hacen bromas.

La cena está servida.
Carmela dice que la comida se llama zapallo relleno, que la hizo su abuela haciendo un hueco al medio y que adentro le puso carne de pollo, verduras y queso. 
El señor José Antonio intercambia gestos, miradas y palabras con la abuela linda. 
Carmela le toca el brazo y le dice que a ella el queso le gusta mucho, y que se hace con la leche de las vacas, así dice la abu -aclara señalándola-.

Carmela vuelve a interrumpir la conversación de mayores porque quiere saber si el señor José Antonio tiene nietos. Él, le dice que si, pero que viven lejos y que también a ellos les gusta el queso y el dulce y que hace mucho tiempo que no los ve.
El tiempo pasa volando José, así dice mi mamá -aclara Carmela-.

Como es costumbre del señor José Antonio, para impresionar a dos bellas damas, empieza a contar una de sus aventuras en la selva de Brasil.
"Una vez, con mi amigo Eulalio, salimos a cortar palmitos de las palmeras pejibayes en un lugar que se llama Morrinhos. Lalí se puso botas de goma en los pies, yo no tenía nada más que zapatillas y caminamos entre arrozales como cinco kilómetros, llevando cada uno un filoso machete y tratando de no hacer ruido por los animales salvajes. Cruzamos una zanga nadando, que es como un canal profundo, de aguas verdes por la vegetación, y entramos a la selva oscura. Lalí iba adelante, estábamos mojados y hacía mucho calor. Yo lo seguía en silencio, los mosquitos me picaban en las piernas y en los brazos. Había pájaros extraños, de pico grande y de color amarillo, que se alborotaban cada vez que le dábamos un machetazo a las ramas para pasar. Hasta que una hora después, llegamos a un lugar lleno de palmeras. Lalí las miraba, las tocaba, parecía que les hablaba y después, de un certero machetazo, las volteaba. A mi me gustaba esa aventura, él me decía que de la punta del tronco, donde están las hojas para abajo, debía contar tres cuartas, hacer una marca y que debía cortarlo de un machetazo para poder extraer el palmito. Una cuarta es el largo de la mano entre la punta del dedo pulgar y la punta del dedo mayor -le explica haciendo el movimiento de la mano sobre la mesa, y Carmela hace lo mismo-. Cortamos unas veinte palmeras, atamos los trozos con una fina hoja de enredadera, y con otra mas gruesa, colgamos el paquete de palmitos en nuestra espalda, nos secamos la transpiración con las manos, y buscamos el camino para volver. Pero entonces, y de repente, algo apareció entre el follaje..."

Carmela empezó a bostezar y la abuela linda le preguntó si quería acostarse para dormir.
- Mi mamá dice que los hombres son todos unos cuenteros, mejor contame un cuento para niñas.
No le gustan de princesas, ni de hadas ni nada de eso. -aclara la abuela linda, mientras levanta la mesa sonriente y aclarando que ella quiere saber el final de esa historia-.

Carmela se acerca al señor José Antonio y le dice al oído que esos cuentos son para "pendejas" que no van a la escuela como ella.

La abuela prepara un café, y le dice desde la cocina.

- Carmela, no hables groserías. Te estás cayendo de sueño, vamos a la cama que te enciendo el televisor para que te duermas de una vez. 

- No abu, tu amigo sabe cuentos mejores  -se trepa sobre las rodillas del señor José Antonio, bosteza y se rasca la cabeza.   

Entonces te voy a contar un cuento para niñas que van a la escuela, acomódate bien y veamos si éste te gusta -le dice el señor José Antonio-.  
"Había una vez, por los suelos de nuestra patria, dos mujeres jóvenes de una belleza resplandeciente, que amaron a un hombre de nuestra historia al que llamaremos Pancho. De una de ellas, nadie ha sabido aportar datos certeros sobre su lugar de nacimiento. Algunas personas, que llamaremos historiadores, nos cuentan que probablemente ella era Brasilera, hija de un virrey Portugués. Otros, afirman que en realidad era una mujer porteña, nacida en Buenos Aires y que el General Don Francisco "el Pancho" Ramírez, la conoció en lo que hoy es Uruguay. Todos dicen que ellos dos se hicieron compañeros inseparables, y que por amor a él, nuestra heroína llamada Delfina, empieza a acompañarlo en las batallas del general, vistiendo una chaqueta colorada con algunos dorados en los hombros y un sombrero negro. Cuentan que aquel amor, entre Francisco Ramírez y María Delfina era un amor clandestino, pues el valiente general estaba comprometido con otra mujer llamada Norberta, que lo esperaba después de cada batalla, mirando el camino desde la ventana de su hogar. Norberta Calvento, era suave y bella y dicen que no se dejó llevar por los comentarios de aquel amor de su amado con Delfina, y que preparó durante meses, su vestido de novia para esperarlo, pues tal como él le había prometido, se casarían al final de aquellas bravas disputas. Pero en el norte de nuestra provincia, en un lugar llamado Río Seco, y mientras amanecía..."
- Carmela, Carmela. ¿Carmela? 














José Antonio Ibarrechea
diceelwalter@gmail.com

POEMAS DE LELIA


GRITÓ EL MAR


Gritó el mar

lisonjas castellanas,
se cubrió de rubor
la piel desnuda
sometida,
llegó la ola rival
envidiosa de la 
entrega
y con furia salvaje
la arrojó sobre la arena.
No se rindió el cuerpo
al embate
con hilo purpúreo
corriendo por sus senos

se abrazó en profundidad
con el océano.




LUJURIA

Corre el agua
mojando tu cuerpo
adormecido, mimoso
entre las piedras
me lanzo a la corriente
bebo el elixir
de tu hermosura
que en avaricia
arrastra la lujuria.
Se agitan los brazos
en loco denuedo
y en lucha feroz
atrapa el silicio
que emana tu cuerpo,
navegan dos almas
apagan el fuego.
                                                         













ESPERA

Te esperaré
hasta que los ojos
cancelen tu llegada,
te amaré mas allá
del imposible,
seré tuya
cuando los tiempos
determinen la entrega,
serás mío al exhalar
tus labios mil gemidos...

tan solo cenizas
esparcirá el viento
en la mañana.



                                      
















LELIA RECALDE DEPONTI
Poetisa
existirenlapoesia.blogspot.com

EL MIEDO A ESTAR AFECTIVAMENTE SOLO

 

Existe un déficit psicológico masculino que suele hacerse manifiesto cuando el hombre se ve obligado a estar solo. Este síndrome de soledad regresiva aparece en situaciones de estrés o en acontecimientos vitales que impliquen pérdida afectiva como la separación, el rompimiento de un noviazgo o la viudez. La deprivación afectiva en la vida de un varón tradicional es devastadora y responsable directa de todo tipo de miedos, inseguridades y depresión.
La adhesión que los hombres establecemos con las fuentes de seguridad afectiva merece ser investigada más a fondo por la ciencia psicológica. Además del imprescindible sexo que nos puedan proporcionar nuestras esposas, necesitamos compañía, apoyo y ánimo en cantidades considerables.
Aunque querramos disimular la cosa y mostrar un desapego cercano a la iluminación, sin el soporte afectivo no sabemos vivir. Muchos superhombres exitosos, líderes económicos y políticos, en lo más reservado de su ser necesitan del consejo y el empujón femenino para seguir adelante. Trátese de un golpe de estado o de la más riesgosa inversión bursátil, la oportuna sugerencia femenina deja su marca. La mujer ideal para la mayoría de los varones: orla ninfómana en la cama y una mamá fuera de ella; una relación cuasi incestuosa en la cual los hombres proponen y las mujeres disponen.

Un caso particularmente interesante de esta necesidad de compañía femenina lo constituyen muchos de los habituales asistentes a prostíbulos. Al contrario de lo que generalmente se piensa, el asiduo visitador de burdeles, además de sexo, también suele buscar afecto. La prostituta, cuando es verdaderamente profesional, no sólo tiene relaciones sexuales con su cliente, sino que literalmente lo ama, lo cuida y lo contempla mientras dure el convenio. El hombre solitario, tímido, con pocas habilidades sociales de conquista, acomplejado, que se siente feo, gordo, flaco o poca cosa, en las casas de citas puede hallar un lugar de aceptación "incondicional" proporcional al pago. Al no existir rituales de conquista ni cortejo alguno, el riesgo al rechazo, aunque artificial y comprado, se elimina. No existe el odioso "no", con el que tanto tenemos que lidiar los hombres, no hay nada que disimular, nada que aparentar o mostrar.


Pese a que muchos hombres viven solos y parecen adaptarse adecuadamente a ese rol, el proceso psicológico que debe elaborar el varón para llegar a aceptar su soledad afectiva es muy complejo, e indudablemente más difícil de procesar que el de la soledad femenina. Las estadísticas muestran que el hombre separado no es capaz de disfrutar de su soltería por mucho tiempo. Un sentimiento de ansiedad lo empuja a buscar nueva compañera para tapar rápidamente la vacante. Por desgracia, este acelere lo puede llevar nuevamente a equivocarse: otra vez la que no era. 
Cuando un hombre propone e incita la separación de manera segura y reposada a su esposa, pueden ocurrir dos cosas: o es un varón muy superado o tiene otra. Mi experiencia profesional me ha enseñado que la segunda opción es la más probable. Aunque la incapacidad para divorciarse se debe a muchas causas (por ejemplo culpa, sentido de la responsabilidad, amor por los hijos, problemas económicos), realmente la mayoría de los hombres es cómoda y la separación, por definición, incómoda. El varón no suele saltar al vacío porque perdería sus principales fuentes de afecto, seguridad, placer y conveniencia, es decir, hijos, sexo, comida y muchacha de servicio; el paquete entero, con calor de hogar. Por tal razón, muchos varones funcionan con el principio de Tarzán: No soltarse de una liana hasta que no se tenga la otra bien agarrada. Cuando un hombre se va de la casa, casi siempre tiene algo seguro a qué aferrarse, aunque a veces puedan ocurrir "atascamientos afectivos".Algunos "tarzanes" quedan colgados de dos lianas, inmóviles y quietos, con cara de "yo no fui", atrapados entre dos mujeres. La una forma parte del bienestar hogareño y la estabilidad maternal; la otra, del vendaval de emociones, el deseo y la locura incontrolable que le recuerda que aún es joven y puede rehacer su vida. Por lo general, la que desagota el trancón afectivo es la esposa del implicado. Veamos un ejemplo:
A. R., paciente de 30 años, casado desde hacía cinco y con dos pequeños hijos, proporcionaba la siguiente descripción de su mujer: "Es muy fea... Además su olor me parece empalagoso... Es mandona y ejerce sobre mí un poder impresionante... Es ocho años mayor que yo y la diferencia se nota mucho... Debo reconocer que me da seguridad y sabe tranquilizarme cuando estoy nervioso... En realidad, vivo estresado... Le he dicho que adelgace, que se ponga minifalda y que me seduzca, pero no es capaz... Cuando ella me busca sexualmente para mí es un verdadero suplicio... No permito que se me acerque mucho o que me toque... No sé, me incomoda sentir su piel... Ella es buena mujer y me quiere... Pero no estamos sintonizados en los gustos… Vivo aburrido... No sé qué hacer...".
A. R. había decidido pedir ayuda profesional porque se sentía atrapado en un dilema. Desde hacía un año y medio sostenía relaciones extramatrimoniales con una joven de 23 años, soltera y dispuesta, de la cual se expresaba así: "Me encanta... Es fresca y sexy... Su olor me fascina, es amable y comprensiva... Cuando estoy con ella me siento un verdadero hombre porque me hago cargo de las situaciones... He llegado a tener hasta cinco orgasmos seguidos... Me gusta cómo se viste y su risa... Sus dientes son blancos y parejos... Es muy cariñosa... Es como mi alma gemela...". Cuando le pregunté por qué se había casado y había tenido hijos, no pudo darme una respuesta clara: "No sé... Creo que ella me convenció... Me dijo que si no nos casábamos se alejaría de mi vida... Lo hice como por obligación... Quise tener una familia, pero me equivoqué de mujer...".
Pese a toda la evidencia a favor, no era capaz de separarse. Sentía una mortífera mezcla de culpa y miedo que lo estaba acabando, y aunque el sentimiento de irresponsabilidad era angustiante, lo era mucho más el miedo a equivocarse y quedarse sin sus acostumbradas claves de seguridad.
Pasamos varias semanas hablando sobre la posibilidad de la separación, hasta que un buen día, como era previsible, el romance fue descubierto. Su mujer reaccionó como lo hacen las esposas valientes e independientes. Le mandó un escueto mensaje: "Te puse la ropa en la puerta, puedes venir por ella cuando quieras". Contra todo pronóstico, A. R. rogó, lloró, suplicó y resuplicó que lo volvieran a recibir, pero nada conmovió a la ofendida señora. Hoy, después de cuatro meses, vive solo en un pequeño apartamento y todavía no sabe qué hacer. Aunque su calidad como padre ha mejorado y no siente tanto la ausencia de sus hijos, ya que los ve más que antes, sigue saliendo con su "alma gemela" y, en ocasiones, bajo los efectos del alcohol, golpea infructuosamente las puertas de su "ex mujer" para que lo vuelva a recibir. 
El dilema sigue vivo: la amante versus la madre adoptiva... Difícil elección.
En el 85%, de los casos de separación tratados por mí durante veinte años de ejercicio profesional, la voz cantante la ha llevado la mujer. Lo mismo ocurre en los países ricos: el 90% de los divorcios es solicitado por mujeres. Si la solvencia económica se los permite, ellas son, definitivamente, más decididas que nosotros. Para la mujer, el desamor puede llegar a justificar cualquier adiós. He visto relaciones absolutamente machistas y despóticas eliminarse en un segundo cuando la mujer, tranquila y amablemente, le dice al hombre que ya no lo quiere y que desea separarse: "Creo que viviría mejor sola con mis hijos", "Quiero ser libre", "Me cansé de dar", "Quiero encontrarme a mí misma". Como el personaje de la película Alice, protagonizada por Mia Farrow, muchas señoras simplemente se cansan del papel de la esposa convencional, e inician una revolución sigilosa que suele tomar por sorpresa al varón. En estas situaciones, el típico macho dominante sufre una revolución al regazo materno y a las formas más arcaicas de miedo y sumisión. La caída del héroe. Es definitivo: los hombres tenemos el control afectivo, hasta que las mujeres quieran que lo tengamos.
Es indudable que una de las causas de la dificultad masculina para encarar su soledad afectiva está en el patrón egocéntrico-narcisista, con el cual se educa tradicionalmente al varón. En muchas estructuras sociales el "hombrecito" todavía se hace acreedor a más privilegios que la "mujercita": la mayor ración, el primer permiso, el coche a temprana edad, más dinero semanal, en fin, una lluvia de favores y privilegios patrocinados y administrados por ambos progenitores, pero principalmente por las propias mujeres. Pese a que los padres hombres colaboran bastante para transmitir este legado absurdo y sexista, no cabe duda de que la batuta está en manos femeninas: "la reina manda en palacio".

Muchas sociedades, que en apariencia se muestran patriarcales, esconden una organización familiar claramente matriarcal-maternal, donde el poder psicológico reside en las matronas y el económico en el varón. Más allá de cualquier consideración sociológica, el dictamen es casi que lapidario: al hombre lo cría la mujerLas madres amamantan, cuidan, acarician, alimentan, abrazan, defienden, regañan, se preocupan, moldean y aman profundamente a sus hijos varones. Como un enorme "Dolex", lo femenino está presente durante toda la vida afectiva masculina creando dependencia, adicción y seguridad. Como decía sarcásticamente Virginia Woolf "Las mujeres han servido todos estos siglos como espejos que poseen el mágico y delicioso poder de reflejar la figura del hombre al doble de su tamaño natural".
No pretendo negar la sana importancia del cuidado femenino, sino ciertos valores erróneos que se transmiten durante la crianza, y que son aplaudidos e instigados por el padre ausente. Las "supermamás" no sólo generan en sus hijos hombres un apego a la mujer-niñera, sino un estilo afectivo supremamente egoísta y ególatra. Al tratar de hacer lo correcto se equivocan. Creo que la recriminación femenina a los maridos más escuchada en los hogares, debe ser: "Sólo piensas en ti" o "No sabes compartir". Y es cierto. El varón aprende a ser mejor receptor que dador. Somos excelentes receptores de afecto, pero no tan buenos a la hora de dispensarlo.No estoy diciendo que no sepamos dar amor, sino que preferimos recibir.

Hemos internalizado equivocadamente la idea de que es más importante sentirse satisfecho que satisfacer, y esta forma unidireccional de vivir el amor nos ha hecho perder el placer de la entrega como forma de vida: la suerte de tener a quién querer. La fortuna de poder depositar el amor en alguien puede llegar a ser muchísimo más impactante que la dicha de recibirlo

Hacer afectivamente feliz a alguien es otra manera de compartir. Pero los varones no hemos entendido esto:soportamos mejor el no tener a quién amar, que el no ser amados. Es decir, no sabemos prescindir de la dosis de cuidado, protección y preocupación con la que nos amamantaron nuestras madres. La idea de un hombre impermeable, ermitaño, hosco y afectivamente autosuficiente, es más la excepción que la regla.


Necesitamos que se hagan cargo de nosotros, ésa es la verdad. Los hombres, como veremos más adelante, tendremos que asumir un papel más activo, colaborador y crítico en la educación de nuestros hijos, si queremos evitar que este esquema de abandono e incapacidad siga propagándose de generación en generación. Ni el destierro del padre, ajeno y distante, ni la sobreprotección femenina, intensa y asfixiante. No queremos concesiones ni privilegios educativos que el día de mañana nos incapaciten para hacernos cargo de nosotros mismos. Necesitamos un nuevo varón que pueda comprender que la soledad vivida desde el dar, es cualitativamente distinta a la que se siente desde el egoísmo. Si proporcionar amor nos hace feliz, nunca estaremos solos porque siempre habrá alguien a quien amar.

Desde este punto de vista, sería paradójico que las famosas geishas, blanco de las más duras críticas feministas, resultaran ser un buen ejemplo para que los hombres narcisistas "merecedores" aprendieran el arte de complacer. Después de todo, a más de una mujer le gustaría que su marido se convirtiera, así sea de vez en cuando, en un mimoso adorable geisho. 











Walter Riso

un aporte de "el bloc del Joan"
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