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viernes, 22 de noviembre de 2013

ÑÁ LOISA

Al agua del lavatorio donde se lavó la cara y las manos la arrojó al piso de tierra, cerca de las plantas, se cubrió el cabello con el pañuelo y empezó a preparar la masa para hacer el pan.

Siempre tenía la precaución de dejar un tronco grande en llamas para que al amanecer siguiente quedaran algunas brasas y más otras leñas nuevas que agregaba, tenía siempre el horno caliente y algo de agua hirviendo. 

Eloísa tomó mate cocido, sentada en una vieja silla de mimbre, mirando a las gallinas que picoteaban migajas y maíz, debajo de los parrales y las moras. Sabía que debía tener el pan calentito para cuando llegue el tren, más los diez salames que le alcanzó su hermano Ernesto y los quesos cortados en porciones de cuarto de kilo que entraban en una sola canasta. 

Pensaba que ya estaba vieja para eso de andar ofreciendo mercadería por el andén. Recordaba que la semana anterior le había dado un dolor punzante cerca de la cintura y que todo el domingo a la tarde estuvo acostada sola, mirando por la ventana como el viento norte sacudía a los álamos, hasta que llego su vecina, la Juana Arce, a preguntar que, qué es lo que le pasaba porque -le decía- no la había visto en todo el día, aunque sabe que a eso de las doce se va para la estación de trenes a vender el pan, "pero amiga y vecina ñá loisa, usted siempre anda dando vueltas por el patio y como no la vi me inquieté y me dije que seguramente algo malo le pasaba, o que a lo mejor se enteró de lo que dice la gente que dicen sobre su hija."

Eloísa espiaba impaciente hacia adentro de su casa humilde. 
Desde el patio miraba un largo pasillo con cuatro puertas, las dos primeras eran de los dormitorios, el de la izquierda el que ocupaba ella, sola desde su viudez porque al bruto de su marido el Remigio Mamani se le dio por hacerse soldado primero y revolucionario después, en las filas del Comandante Penerguido allá en Peremerimbé, hasta que nadie sabe cómo el bueno del comandante murió adentro de un gallinero, y que después su marido el Remigio, fue haciéndose guerrillero junto al doctor Teófilo Cabanillas y que cayó muerto en la batalla de Naranjillos matado por dos milicos  locos, según le contaron y que ella recordaba que una tal Marcela da Silva, una negra linda de dientes bien blancos, y otros tipos le alcanzaron el reloj de su marido el Remigio. "Es lejos para llevarle flores." Recordaba haberles dicho en aquella ocasión, y también recordaba que se llevó el reloj a la oreja para saber si todavía tenía cuerda y que no sabía qué hacer con él.

Le dijeron que cuando uno muere, el reloj también deja de funcionar -mire "Ñá Loisa" murió en combate con los milicos a las nueve y cuarenta y dos-. 

La puerta de su derecha era de la pieza de su única hija, la Clementina Pura Mamani, que siempre llegaba tarde en las madrugadas porque tenía su parada en la estación de venta de combustibles y que allí probaba suerte con eso de vender su cuerpo a los camioneros o a la guardia nacional o a quién tenga dinero que siempre viene bien. Para eso la "Cleme" no usaba ropa interior y se ajustaba bien los vestidos sin mangas.

Las otras dos puertas que se veían más allá eran dos grandes salas comedores, porque en la época en que venían los hombres grises a hacer el dique que cubrió con sus aguas a Peremerimbé, ella les daba de comer por módicos precios un plato de guiso abundante, el de la izquierda era para los obreros, el de la derecha para los capataces, allí las mesas tenían mantel de tela de algodón. y por pocas monedas más les vendía carne asada. 

Eloísa lavó la taza enlozada, con restos de la infusión, y arrojó el agua al piso de tierra. Empezó a amasar para hacer el pan que debía vender a la llegada del tren. 

Clementina se levantó y pasó para el baño sin saludarla.
Ella la siguió y le dijo que hacía dos semanas que no dejaba plata para los gastos de la casa, que eso de andar de puta ella lo había aceptado porque pudieron hacer arreglos en la casa y que instalaron el tanque de agua sobre el techo y que también se conectaron a la caja de los fusibles comunitarios de la electricidad de la Compañía de energía, pero que ella, su hija, debía recordar que ella, su madre, no necesitó eso de andar acostándose con otros hombres en su triste viudez, para vestirla y darle de comer y mandarla a la escuela.

Clementina le puso pasador a la puerta del baño.

Eloísa levantó la voz.
Ya ni siquiera sos una buena puta -le gritaba- porque vino la Juana Arce a decirme que dicen y dicen todos en toda la ciudad, que lo único que haces es encamarte con ése vendedor de terrenos el tal Cipriano Tavares, que no te deja ni un peso y que te pone de rodillas abajo de la mesa mientras él juega a los naipes con otros tipos. ¡Qué clase de puta eres!

Eloísa golpea con sus puños la puerta del baño que tiene pasador.
Y hasta dicen todos que parece que fue uno de los milicos que mató a tu padre en Naranjillos ¡Magrinha de mierda! Y que te ven hacer las cochinadas porque a él le gusta dormir con la ventana abierta, y que ya te dijeron que nunca más nadie te va a dar un peso por tus favores cuando él se vaya y que ya hay otras mujeres que ocuparon tu lugar -está agitada ñá loisa, toma aire y sigue gritando con fuerzas-. ¡Con la falta de putas que hay en estos tiempos de gobiernos conservadores hijos de una..! 

Eloísa maldice porque debe poner el pan en el horno y sigue protestando.
Yo voy y vengo con la canasta de aquí a la estación, de la estación de trenes para aquí, y la señorita Cleme, -hace un gesto cómico- "Ahí va la Cleme, hola Cleme, tás linda Cleme" puta de mierda. Ves que tu madre se está matando haciendo pan y ni siquiera en dos semanas ayudas con dinero, por estar "enamorada, dicen que la Cleme tá namorando, ñá loisa."

Eloísa vuelve a pegarle a la puerta del baño que da hacia la galería, después de la cocina.
¡Salí de ahí y deja de pintarrajear tu cara! Y si no te gusta, mándate a mudar de aquí. ¡Déjame sola, que yo me las arreglaré sin las habladurías de toda la gentuza de este Imbuté de mierda!

Hay un silencio inquieto en el patio.
Eloísa cierra la tapa del horno.
Clementina abre la puerta del baño.
Clementina pasa para su habitación.
El perro de la casa se acerca y mueve la cola mirando a la mujer.
Clementina sale con un bolso con ropas y va hasta la puerta, desde allá le grita:
- ¡Vas a ser abuela vieja loca, vas a ser abuela!

Eloísa se sienta abatida en la silla de mimbre, que ahora el sol ilumina furioso.
.
A lo lejos se siente el silbato del tren.
¡Ñá loisa, ñá loisa, qué son esos gritos, dígame ñá loisa! -dice la vecina, doña Juana Arce-. 













José Antonio Ibarrechea
del libro "CÚTER" (Ibarrechea) 
Copyright 2013 
http://diceelwalter.blogspot.com
diceelwalter@gmail.com
Walter Ricardo Quinteros

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