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viernes, 29 de noviembre de 2013

LUCES Y SOMBRAS DE AQUEL DESAFIO DE JUGAR A LAS BOLITAS



Las bolitas, carajo.
¡Uuuuuh, qué lindo era el juego de las bolitas! Para los que nos leen desde otros países y no conocen la idiosincracia local, les contamos que no se trataba de un juego erótico entre varones, como podría deducirse del nombre del entretenimiento, sino del "juego de las canicas", como más castizamente se lo conoce.
Abrimos el cofre y nos pusimos a repasar los distintos tipos de personalidades que habitaban aquellas partidas de bolitazos.

En todos los puntos, vamos a referirnos, sobre todo, al juego "del hoyito", aquel en el que uno vencía al pegar con la bolita propia a la del oponente, siempre y cuando antes o después hubiera logrado meter la esferita en el hoyo que se hacía en la tierra.

* El leguleyo: No es difícil imaginarlos convertidos hoy en abogados. Conocían no menos de 450 reglas y normas bolitescas que aplicaban con rigor judicial, obvio que siempre en su favor.
Era al pedo discutirles: mencionaban antecedentes de otros partidos, citaban a testigos (otros pibes del barrio o del colegio), nos torturaban con largas peroratas sobre jurisprudencia sentada por el pegador de la zona, etc.
Nos vivía cagando con cláusulas como "Espaldita", que obligaba a tirar de espaldas a la bolita enemiga; o con "Altita rodilita", que imponía el deber de lanzar la bola con la mano a la altura de la rodilla.
Con esos y otros recursos nos jodía tiros "servidos", cuando nuestra bolita quedaba a pocos centímetros de la de él y era nuestro turno de tirar.

* El chantudo de mierda: "Tener chanta" era tener una puntería prodigiosa. Eran elegidos de los dioses, uno entre miles.
Embocaban al hoyo desde distancias inverosímiles, le pegaban a tu bolita desde donde fuera, tenían una innata habilidad para acertar a pesar de tener en medio plantas o árboles.
El chantudo era a veces un reverendo hijo de puta, que te gozaba con cada victoria. A veces era un gran tipo, y uno se sentía mal odiándolo por su don. Pero en los dos casos soñábamos con ver un día que el tren les cortara las manos.

* La bestia de Detroit: No necesariamente era un chantudo, pero sí un animal a la hora de imprimirle fuerza a su lanzamiento. Solía llevar una cuenta actualizada de la cantidad de bolitas adversarias que había destrozado en su carrera profesional.
Por suerte casi todos, de grandes, fueron tremendos fracasados en el terreno laboral, lo que permite gozarlos gritándoles (desde el auto, por las dudas): "¡Ey, Martínez, poné ahora en tu currículum que me reventaste la paraguayita azul cuando íbamos a segundo grado, a ver si así conseguís laburo, hijo de remil putas!".

* El especulador: El peor adversario posible. Hasta los tres forros anteriores eran preferibles. El especulador jamás arriesgaba. A veces el aburrimiento y la desolación de las siestas no dejaban más remedio que jugar con él, pero su estilo huidizo convertía a la partida en un bodrio insalvable.
Su estrategia era hacer un largo, larguísimo rodeo, manteniendo su bolita siempre lejos de la tuya. Un "round de estudio" que podía durar horas si el espacio de juego era un patio grande u otro predio amplio. Tengo amigos obstinados, de esos que no ceden un empate así nomás, que todavía están en el fondo de alguna escuela intentando acorralar la bolita de uno de estos guachos.

* El croto con guita: Ser croto era tener pésima puntería. El croto de familia con nivel económico bueno para arriba, era una papa codiciada. Jugar con él era la posibilidad de incrementar con seguridad el patrimonio boliteril de uno. A su vez, el croto no era consciente de su crotez, por lo que atribuía sus derrotas sólo a la mala suerte.
Estaban condenados a que nadie quisiera jugar con ellos más que a las bolitas. Era común en estos casos que sus padres tarde o temprano aparecieran para defenderlos y no tanto: "Flor de abusadores son ustedes, eh -nos puteaban al grupo-. ¿Por qué no juegan al fulbito o a otra cosa con Carlitos?¿No ven que el pobre pelotudo no tiene chanta?".

* La desubicada: Casi no hay antecedentes, en la historia de la bolita, de nenas jugando. La participación femenina quedaba circunscripta a los partidos con hermanos en la vivienda familiar. Pero muy de tanto en tanto alguna rompía la regla, y se animaba a jugar con los vagos.
Lo terrible era que solían tener buena puntería, o la compensaban con estrategias muy acertadas. Además, uno jugaba nervioso, porque perder con una mina era más terrible que quedar en bolas en medio del acto por el Día de la Bandera.

* El forastero: De vez en cuando, al barrio o al colegio caía algún pibe nuevo. En las bolitas se jugaba su prestigio. Si era un chantudo, eso y su condición de forastero lo imbuían de un aura casi mística, como a esos vaqueros del far west que entraban al saloon pateando la puerta y pegándole un balazo a una mosca.
Pero si era un salame incapaz de pegarle a una vaca en un pasillo, jamás sería tratado con un mínimo de respeto.

* El capitalista: Niño deleznable, variante del croto con guita, que en lugar de jugar por su cuenta "financiaba" la participación de chantudos pobres, a quienes proveía de bolitas para que jugaran.
De cada cinco bolitas ganadas, daban una al jugador empleado. La venganza popular consistía en saquearlos de tanto en tanto.

* El anti-sistema: ¿Un romántico luchador contra el mundo instituido?¿Un boludo que solo sabía ganar? Quién sabe. El caso es que quien formaba parte de este grupo no admitía perder. A lo sumo, se bancaba una primera derrota, pero ya se le empezaban a ver la cara de orto y las facciones desencajadas.
Si en el segundo partido la cosa le pintaba mal de nuevo, los ojos se le enrojecían de repente y empezaba a patear todo el suelo, levantando polvo y puteando. Luego agarraba su bolita y salía corriendo.

Chuñi Benite
www.angaunoticias.com.ar

1 comentario:

  1. Excelente blog. En mi barrio yo era el campeón. Mi punterita era deseada por todos los chicos. Tenía una bolsita llena de bolitas. En su gran mayoría eran trofeos. Hermoso recuerdo de cuando en la Capital jugábamos en la calle. Un abrazo. J.C. Alsina

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