El señor José Antonio tuvo un sueño. No lo recordaba con exactitud
cuando se despertó, pero le pareció que eran como puertas que se cerraban y de
puertas que se abrían. Se sintió bien descansado. Desayunó un café fuerte, oscuro, casi sin azúcar y luego de la ducha de la
clara mañana se afeitó lentamente. Eligió unos jeans, zapatillas y campera para
salir. El aire frío de esa hora golpeaba su rostro, puso las manos en los
bolsillos y caminó por la avenida que lo llevaba hacia el centro.
Y se perdió entre la gente.
Y se perdió entre la gente.
A esa hora, una de sus amigas acomodaba el escritorio de su oficina,
repasaba papeles escritos a mano, mezclados con formularios y se dispuso a dejar su lugar
de trabajo impecable. En uno de los cajones, encontró un viejo poema de su
amigo el escribidor, lo leyó llena de nostalgias, recordó aquellos momentos vividos a su lado y cobijó la esperanza de volverlo a ver. Ahora se mostraba decidida, quizás hasta de animarse a decirle lo que alguna vez calló. Buscó su número. El llamado tropezaba con una casilla de contestador automático.
Algunos manifestantes hacían sonar los redoblantes y lanzaban bombas de
estruendo para hacer sentir sus reclamos. El tránsito se interrumpía y el
ensordecedor tumulto originado por las arengas continuadas de los líderes que
impulsaban la protesta, sumergieron al señor José Antonio en sus viejas épocas
de obrero del transporte. Ése recuerdo le hizo sonreír y por ello, acompañó sin
rumbo a los manifestantes por unas cuadras, hasta que recobró el camino
anterior, absorto en sus expectativas.
Otra de sus amigas intentó comunicarse con él. Lo hizo desde su casa,
mientras miraba televisión y que le pareció verlo por los canales que
trasmitían en directo la protesta. Pero no obtuvo respuesta. Pensó en insistir
más tarde, mientras encendía la computadora para mandarle un mensaje por ese
medio. Quería saber si ese hombre que caminaba entre tamboriles retumbantes era
él y qué diablos hacía allí. De curiosa, nada más.
El cielo empezaba a nublarse. Desde el sudeste, algunas nubes amenazaban
con su presencia inquietante. Y dos horas más tarde, todo estaba
cubierto. El viento que soplaba desde el sur era más intenso. Las hojas de los
árboles revoloteaban por las veredas y la gente se apresuraba a guarecerse. El
escenario por donde él caminaba, tenía ahora otros aromas. Volvió a su casa
mojado por la intensa lluvia.
La amiga que desde su escritorio abarrotado de papeles, lo había
llamado, se retiró antes de su horario habitual, llegó apresurada a su casa y
resignada por haber dejado las ventanas abiertas, empezó a secar el agua que
había ingresado por ellas. Después hizo la comida para esperar a sus hijos y a su
nieto, que cuidaba por la tarde. Olvidó por ello el llamado de la mañana,
mientras que aquel poema encontrado, ahora dormía la siesta, esperando al lado del
teléfono, en su cartera.
El señor José Antonio, preparó sus valijas, acomodó en ellas su ropa,
sus zapatos y sus escritos para llevar a la Editorial. Recordó que no había
guardado el perfume ni los elementos de su aseo personal, que finalmente acomodó en su maletín, a lado
de los regalos para sus nietos. Su computadora permaneció apagada todo el
tiempo. A cierta hora, aproximó a la puerta todo su equipaje, desconectó las
llaves del gas y del agua, y cerró con llave.
Salió a despedirse de su antigua amante.
Las calles y veredas estaban mojadas. Aunque el cielo de la tarde ya no
tenía nubes para mostrar, cuando ellos, en silencio, caminaban hacia el parque.
Eligieron una húmeda hamaca donde ella se sentó y él la balanceaba, como parte
de la magia que habían perdido. La miraba y se preguntaba que telarañas escondidas en ella
no pudo romper, mientras el vaivén del columpio se desdibujaba como una antigua fotografía expuesta al sol.
Ella, en silencio, imaginaba su vida sin él. Con el mismo silencio que
se dieron el beso de despedida, y con el mismo silencio en que lo vio cruzar la
calle, cuando lo vio doblar en la esquina, y cuando lo vio perderse entre la
gente. Intentó llamarlo y decirle que siempre lo quiso. Al cerrar la
puerta, supuso aliviada, que los adioses eran así.
Él subió al taxi después de acomodar su equipaje, y le indicó el viaje
hacia la terminal de ómnibus. Ya era de noche, y el andar sobre aquel vehículo
le parecía interminable, mientras miraba las luces de las vidrieras y de las
ventanas de los edificios. Golpeteaba suavemente los dedos contra el vidrio de
la ventanilla, mientras tarareaba una canción. De repente, sintió la llamada a su
teléfono celular. Una sonrisa apacible, mansa y llena de dulzura, como un
amanecer, apareció en su cara. Por el espejo retrovisor y mientras esperaba la luz
del semáforo, el taxista lo miraba atentamente.
Entonces él le indicó un nuevo
destino, esta vez en dirección totalmente opuesta y le pidió que se apresure en llegar.
El Chófer hizo sonar varias veces la bocina del auto, hasta que salieron
unos jóvenes perturbados por los ruidos
y a quienes les dijo: “Que el hombre que venía con él y la señora que abrió la puerta de esta
casa, se abrazaron cuando se vieron, y que los dos salieron corriendo por la
vereda, tomados de las manos, como si fuesen unos niños, como jugando a las escondidas... Me parece que se volvieron locos.”
Supongo que las bienvenidas son así. - Dijo uno de ellos.
VELVET LOUNGE PROJECT con NIDIA ORTIZ :"Somos Amigos"
“EL SEÑOR JOSE
ANTONIO TUVO UN SUEÑO”
autor: IBARRECHEA - Copyright 2013
- PASEN Y VEAN –
Tema musical: “Somos amigos"
Intérprete: VELVET LOUNGE PROJECT y NIDIA ORTIZ Gentileza YouTube -Pierre Alard-
Hasta el próximo Viernes
Hasta el próximo Viernes
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