Nota del autor:
El narrador de esta historia es un joven periodista (Facundo Arenas) que incursiona en acontecimientos delictivos para un diario en decadencia y se presenta como un cronista especializado para conseguir datos precisos y fieles a los hechos. De allí que utiliza el artificio del: “Dicen que dicen que “ para informar a través de una cadena de transmisores que son casi testigos que conforman el relato de esta novela fantástica, y no muy alejada de la realidad.
...Hace un tiempo, en algún lugar de Latino América.
Tal vez ustedes, los lectores que siguen con frecuencia el blog, empiecen a releer todo lo relacionado con "CUTER" (Cipriano Tavares) y atando cabos, puedan ayudar a descifrar el enigma de este crimen.
(Por algún lugar del libro, abierto al azar...)
PONGAN UN ARMA EN MIS MANOS
"Que pongan un
arma en mis manos, que la pongan ahora mismo”
habría ordenado el Caudillo de la Sierra del Indio Muerto, Don Teófilo
Cabanillas, que era periodista, escritor, historiador y hasta médico no
recibido de parturientas que atendía con una dedicación y esmero ejemplar vea
usted, señor periodista, y resulta ser que un exaltado que huía despavorido por
allí le alcanzó un Marling cuarenta y cuatro y medio. – Decía Santos Poussin,
hijo de Europeos que estaba instalado en la mesa del bar de don Escolástico
Funes, bebiendo y hablando sin parar, como beben los hombres que alguna vez
estuvieron en la región de los Peremerimbinos - Sepa usted que cuando me hice de los recortes
de esta historia que le voy a contar yo tendría entre trece o catorce años y
que mi padre era el proveedor de insumos para la edición semanal de un
periódico llamado “Crónicas Peremerimbianas” que el Gobierno Conservador de
aquellas épocas mando a destruir. Quemaron todo, y hasta a las mismas cenizas les
volvieron a prender fuego. Pero antes que la memoria me juegue algunas de las
malas y me deje atrás del carro, le voy a relatar, aunque no se muy bien en qué
grado de veracidad, usted recibirá este comentario. Pero sin más documento que
mi memoria, sin más artilugios que la verdad del recuerdo, y con otra copa de
pisco fuerte, le cuento todito, amigo.
Algunos
comensales curiosos se arrimaron a la mesa.
- Decía mi padre
cuando llegaba a casa y después de lavarse las manos en el lavatorio de la
galería, que Cabanillas había sido un buen hombre, que se lo veía tranquilo con
su traje de color blanco tiza y un moño austeramente negro en el cuello de la
camisa, que se lo veía, caminar de aquí para allá, porque la tecnología
avanzaba y que cada vez había más periódicos afines al gobierno y que ninguno
relataba las viejas historias de la ciudad de Peremerimbé, que yacía bajo el
agua del enorme dique que atrapó sin misericordia al río Imbuté. Ya no había
próceres, ni poetas, trataban de borrar todo vestigio de aquel pueblo heroico, quitándolo de la memoria de los últimos sobrevivientes, como si nunca hubiese existido. Hasta
que un día, Teófilo Cabanillas explotó en una furia incontenible. Decía mi
padre que decían que fue cuando se asomó a ver la espuma de uno de los dos
vertederos para las usinas eléctricas y que vieron en el agua flotar un féretro
que había emergido y que uno de los allí presentes gritó exasperado ¡Cielo
Santo, Cielo Santo es el cajón del abuelo Atanasio! Y que el pobre desgraciado
se arrojó y que murió ahogado y destrozado por el caudal por tratar de
recuperar el cajón.
- Los diarios que
estaban apareciendo, destacaron que se trató de un suicidio de un loco que veía
visiones como todo Peremerimbino.
- Ser, o tener
los ideales que tenía esa gente, lo señalaba como un revolucionario, contrabandista, deshonesto,
ilegal y hasta hijo de mala madre, señor. - Señaló un tercero, desde otra silla
en la mesa cercana a la puerta y levantándose se arrimó a nosotros.
- Mi nombre es
Ernesto Serna, pero aquí todos me conocen por “el Chungo” y quiero agregar que
dicen que, sencillamente hablaban de que aquella gente sufría el síndrome del
desarraigo o algo parecido y que por ello alucinaban, pero mi abuelo nos
contaba que efectivamente vieron salir a flote varios féretros, del lago imbuté.
No tuvieron piedad ni con los muertos, decía el viejo Serna.
- Eso también
contaba, mi padre. – Agregaba Poussin - Eso hizo que Teófilo Cabanillas, alzara
primero su voz en algunas plazas, pidiendo la reivindicación del pensamiento y
los derechos de los descendientes Peremerimbinos. Luego intentó abrir
nuevamente algo parecido al “Crónicas” y
que finalmente, con el odio metido en la sangre, se le acercaron varios
idealistas, delincuentes, gente que no tenía nada qué hacer y se fueron sumando
a lo que se llamó “A Turma sem bandeiras.” Un
nombre que les puso Marcela da Silva, una de las mujeres de los Fontana,
que era de piel bien oscura y que finalmente se volvió a su tierra porque
quería aprender a pilotear aviones para repartir periódicos desde el aire,
cosas que se les ocurrían a algunas mujeres, que querían volar.
- Contaban que
los tipos se fueron armando lentamente y como en lo que dura un bostezo,
aparecieron los delitos. Muy pero muy lejos del pensamiento de Don Teófilo.
- Hubo un brazo
armado, donde andaban metidos los hermanos Fontana, que desvirtuó aquella lucha
ejemplar del uso de la palabra como fundamento que exponía Cabanillas. Aferrado
a la historia.
- Y fue allí, en
Naranjillos donde se hicieron fuertes. Naranjillos era un caserío que albergó a
los Peremerimbinos caídos en desgracia.
- Ya no figura ni
en los mapas escolares.
- Dicen que la
gente los quería, porque algunos repartían algo de lo que robaban por aquí y
por la capital.
- Y que el
gobierno mandó al Ejército porque ya era insostenible esa avalancha de
secuestradores, asesinos y delincuentes escondidos bajo los ideales justos y
muy bien fundamentados del reconocimiento al pueblo originario Peremerimbino. De
sus logros como comunidad, de su enseñanza, de sus labores. Los tipos se fueron
volviendo locos.
- Yo diría, que
algunos se fueron enriqueciendo aprovechando la flaqueza intelectual de sus
“camaradas”.
- Dicen que había
de todo. Fíjese el caso de la Cachita, este es un hecho que muy pocos saben pues
sistemáticamente se fue eliminando todo vestigio documental. Pero La Cachita, era
una mujer que tenía dos o tres hijos y que estaba instalada en la casa de citas
de las mujeres solidarias de Naranjillos, llamada la Rosa Blanca.
- Que dicen que
dicen, permiso amigo, no se trataba únicamente de putas. Cualquier dama que
precisaba de dinero, se instalaba en un cuarto por un módico alquiler, decían
eso.
- Teófilo conoció
a La Cachita en ése lugar, la sacó de esa casa a ella y a sus hijos, la ubicó en
su casa y dicen que un día volvió de la Sierra, y la encontró de nuevo en la
Rosa Blanca, y con una fila de hombres olorosos esperándola, con el boleto del
“Pase” en la mano.
- Así es, él
había viajado a la Sierra donde había llevado manuales explicativos de lo que
fue el Imperio Peremerimbino para ser repartido entre alumnos, y decían que en
algunos establecimientos tuvieron que entregarlo por la fuerza, porque los
docentes no querían saber nada con ellos, por orden del gobierno.
- La cuestión es
que agarró sus cosas, y se instaló en la parte de atrás del “Crónicas”, Y largó
a la Cachita al mundo desde donde ella venía.
- La tal Cachita se
quedó finalmente con todos los bienes del finado Cabanillas, y posiblemente haya
estado juramentando amor a cada cliente que entraba.
- Dicen que murió
con un cuchillo atravesado en la garganta, desnuda, en el invierno siguiente. Y dicen que dos de los matadores de Cúter, hace veinte años, eran hijos de ella. Los pobres diablos murieron de muerte natural en prisión. ¿Usted cree?
- Recuerdo que
contaban con asombro que era un hermoso cuarto con cocina y baño y amplio
ventanal desde donde se divisaba el puente angosto, que volaron los milicos,
donde se fue a vivir Teófilo. Justo atrás de la Imprenta y “oficina” de los
rebeldes.
- Me contaban
unos tíos, entre ellos mi padrino, señor periodista, que entre la furia de
palabras que él usaba en sus arengas, metió su “Oda a las putas.” Algo así como
la letra de un tango, no sé si me entiende… Oda a las putas, todo un cabrón don
Teófilo Cabanillas, me lo imagino…
¡Oh glorioso
pueblo Peremerimbino!
Dignos dueños de
la tierra,
que va desde el inmenso
mar,
hasta las
montañas nevadas del Indio Muerto.
Bravo Cacique
Mapuyo,
soberano aliado en
las lides
de nuestro
Comandante,
Coronel Don Juan
Penerguido.
Ante ustedes pido.
¡La gloria en las
batallas!
¡Y el coraje de
las putas
En que he nacido!
Algunos hombres
presentes alrededor de la mesa parecían elaborar una sonrisa.
Otros, bajaban la cabeza, como en señal de respeto.
Otros, bajaban la cabeza, como en señal de respeto.
- Hasta que de
repente, un día fueron avisados que andaban unos tipos del Ejército dando
vueltas por el monte, y salieron a enfrentarlos, sin el conocimiento de
Cabanillas, que de eso tampoco entendía nada.
- Y dicen que fue
uno de los Fontana el que mandó a liquidarlos. Gran error, se metieron con el
brazo armado del Gobierno.
- Allí nace el
mito del tal sargento Tavares, “el llamado Cúter” que era un tipo más loco que
estos locos y que a los tiros entró y liquidó unos veinte, junto a su compañero, que era un tipo rubio
que se llevó a la Teresa de los cabellos arrastrándola hasta el río, dijeron.
- La Teresa Paniagua
era la enfermera que estaba de turno en la Unidad Auxiliadora Primaria, pues en
el caserío no había ni hospital, ni curas ni policías adscriptos, según
argumentaban los regionalistas.
- Se la llevaron
para el río, después volaron el puente y nunca más nadie los vio. A ninguno. Si hubiesen dejado que vuelen el puente, no pasaba más nada, aseguraban. Pero parece que los emboscaron y ellos reaccionaron así.
- Se le entendía poco
a la Teresa, porque solo hablaba en Guaraní. Pero que escribía muy bien en
Castellano, decían eso los testigos ¿verdad, señores?
- Después se supo
que el gringo rubio era un cabo primero llamado Guillermo Jensen. De acuerdo a
las noticias, que decían que el Ejército los había dado por desaparecidos y
muertos a los dos suboficiales y hasta negaban aquel enfrentamiento.
- Quedan muy
pocas personas que hayan estado en esa parte de Naranjillos a la hora del
tiroteo y de la masacre, ya son muy viejos, y de eso no prefieren hablar.
- Pero casi con
certeza, todos recuerdan la mañana en que el poeta Cabanillas salió corriendo y
se paró en medio de la calle escandalosa por el tiroteo y con el aire caliente
por el tufo a pólvora y sangre, y que gritaba en pleno descontrol que le pongan
un arma en sus manos, un arma que no sabía usar y que en el medio del fuego
cruzado por el milico gringo y los llamados guerrilleros Peremerimbianos que
estaban sorprendidos por la fiereza de esos dos militares malucos, que entraron
a los tiros.
- Sucedió que en pocos segundos, según me
contaron, vieron que de repente los dos
quedaron frente a frente, midiéndose, Tavares, que iba derechito a buscarlo y
Cabanillas que parecía no entender, que estaba frente a la muerte misma. Sorprendido, como si hubiese visto un fantasma errante. A eso
lo contaba mi padre. Que leyó las “Crónicas de los que quedamos.” Antes de la
requisa y quema.
- Hay un relato
de uno de los Fontana que lo debe tener doña Irene de De León, la viuda de
Epifanio De León, que murió con un cúter en la garganta, seis años después, y que
dice algo así como que Cabanillas levantó las manos y que el sargento, mesmo
assim, le disparó, sin piedad, ennobleciendo la actitud de uno y tirando a la
mierda la del sargento del Ejército Nacional.
- Pero hay otro
relato, el común que contaron quienes huyeron a salvar sus vidas y que,
efectivamente, se ponen de acuerdo en que Cabanillas pedía un arma a los
gritos, que decía que pongan un arma en sus manos, ¡ahora mismo carajo! dicen
que gritaba y que le alcanzaron un rifle Marling, no sabemos quién fue, y que cuando cargó un cartucho en la recámara
se dio cuenta que tenía al sargento de frente, que el tipo tenía la cara pintada
con barro y una pistola de uso reglamentario en su mano derecha y que le
apuntaba pero que le dio tiempo al loco Cabanillas a que le apunte y le tire, y
que Cabanillas, que estaba nervioso, erró el disparo y que lo último que
entonces vio, seguramente, parece que fueron los dientes sonrientes del
sargento, a través del barro en la cara, y que debe haber sentido el tufo
maloliente de ese uniforme transpirado, orinado y manchado en sangre. Porque la
bala le entró por el pecho y dicen los que estaban escondidos, que el balazo lo
tiró tres metros para atrás, lejos de su blanco sombrero que rodaba por la
tierra de la calle.
- Hay quienes
contaban que antes de morir, después de fallar su disparo contra el después
famoso sargento Cúter, que don Teófilo Cabanillas de más o menos unos sesenta y
pico de años, le pidió un segundo y definitivo tiro. Y que el sargento Cúter,
se agachó, sacó de su bota embarrada y llena de estiércol de las vacas, un
cuchillo fino y puntudo y se lo clavó en la garganta.
- Todo eso en
medio de un tiroteo, dicen que dijeron los que allí estuvieron y que ya nadie
se acuerda quién dijo. Pero todos nosotros, señor periodista, éramos muy chicos
cuando todo ocurrió.
- Disculpe usted,
que no seamos tan precisos, pasaron cincuenta años de aquello.
- En un pueblo
que no era el nuestro.
José Antonio Ibarrechea
Extraído del libro "CÚTER"
tiene derechos de autor.
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PASEN Y VEAN
Foto: Dámaso Perez Prado www.thecubanhistory.com
Vídeo "Cachita" intérprete Perez Prado Gentileza You Tube
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