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viernes, 19 de julio de 2013

PONGAN UN ARMA EN MIS MANOS




Nota del autor:


El narrador de esta historia es un joven periodista (Facundo Arenas) que incursiona en acontecimientos delictivos para un diario en decadencia y se presenta como un cronista especializado para conseguir datos precisos y fieles a los hechos. De allí que utiliza el artificio del: “Dicen que dicen que “ para informar a través de una cadena de transmisores que son casi testigos que conforman el relato de esta novela fantástica, y no muy alejada de la realidad. 

...Hace un tiempo, en algún lugar de Latino América. 



Tal vez ustedes, los lectores que siguen con frecuencia el blog, empiecen a releer todo lo relacionado con "CUTER" (Cipriano Tavares) y atando cabos, puedan ayudar a descifrar el enigma de este crimen.


(Por algún lugar del libro, abierto al azar...)

PONGAN UN ARMA EN MIS MANOS





































































































"Que pongan un arma en mis manos, que la pongan ahora mismo”  habría ordenado el Caudillo de la Sierra del Indio Muerto, Don Teófilo Cabanillas, que era periodista, escritor, historiador y hasta médico no recibido de parturientas que atendía con una dedicación y esmero ejemplar vea usted, señor periodista, y resulta ser que un exaltado que huía despavorido por allí le alcanzó un Marling cuarenta y cuatro y medio. – Decía Santos Poussin, hijo de Europeos que estaba instalado en la mesa del bar de don Escolástico Funes, bebiendo y hablando sin parar, como beben los hombres que alguna vez estuvieron en la región de los Peremerimbinos -  Sepa usted que cuando me hice de los recortes de esta historia que le voy a contar yo tendría entre trece o catorce años y que mi padre era el proveedor de insumos para la edición semanal de un periódico llamado “Crónicas Peremerimbianas” que el Gobierno Conservador de aquellas épocas mando a destruir. Quemaron todo, y hasta a las mismas cenizas les volvieron a prender fuego. Pero antes que la memoria me juegue algunas de las malas y me deje atrás del carro, le voy a relatar, aunque no se muy bien en qué grado de veracidad, usted recibirá este comentario. Pero sin más documento que mi memoria, sin más artilugios que la verdad del recuerdo, y con otra copa de pisco fuerte, le cuento todito, amigo.

Algunos comensales curiosos se arrimaron a la mesa.

- Decía mi padre cuando llegaba a casa y después de lavarse las manos en el lavatorio de la galería, que Cabanillas había sido un buen hombre, que se lo veía tranquilo con su traje de color blanco tiza y un moño austeramente negro en el cuello de la camisa, que se lo veía, caminar de aquí para allá, porque la tecnología avanzaba y que cada vez había más periódicos afines al gobierno y que ninguno relataba las viejas historias de la ciudad de Peremerimbé, que yacía bajo el agua del enorme dique que atrapó sin misericordia al río Imbuté. Ya no había próceres, ni poetas, trataban de borrar todo vestigio de aquel pueblo heroico, quitándolo de la memoria de los últimos sobrevivientes, como si nunca hubiese existido. Hasta que un día, Teófilo Cabanillas explotó en una furia incontenible. Decía mi padre que decían que fue cuando se asomó a ver la espuma de uno de los dos vertederos para las usinas eléctricas y que vieron en el agua flotar un féretro que había emergido y que uno de los allí presentes gritó exasperado ¡Cielo Santo, Cielo Santo es el cajón del abuelo Atanasio! Y que el pobre desgraciado se arrojó y que murió ahogado y destrozado por el caudal por tratar de recuperar el cajón.

- Los diarios que estaban apareciendo, destacaron que se trató de un suicidio de un loco que veía visiones como todo Peremerimbino.

- Ser, o tener los ideales que tenía esa gente, lo señalaba como un  revolucionario, contrabandista, deshonesto, ilegal y hasta hijo de mala madre, señor. - Señaló un tercero, desde otra silla en la mesa cercana a la puerta y levantándose se arrimó a nosotros.

- Mi nombre es Ernesto Serna, pero aquí todos me conocen por “el Chungo” y quiero agregar que dicen que, sencillamente hablaban de que aquella gente sufría el síndrome del desarraigo o algo parecido y que por ello alucinaban, pero mi abuelo nos contaba que efectivamente vieron salir a flote varios féretros, del lago imbuté. No tuvieron piedad ni con los muertos, decía el viejo Serna.

- Eso también contaba, mi padre. – Agregaba Poussin - Eso hizo que Teófilo Cabanillas, alzara primero su voz en algunas plazas, pidiendo la reivindicación del pensamiento y los derechos de los descendientes Peremerimbinos. Luego intentó abrir nuevamente algo parecido al “Crónicas”  y que finalmente, con el odio metido en la sangre, se le acercaron varios idealistas, delincuentes, gente que no tenía nada qué hacer y se fueron sumando a lo que se llamó “A Turma sem bandeiras.” Un  nombre que les puso Marcela da Silva, una de las mujeres de los Fontana, que era de piel bien oscura y que finalmente se volvió a su tierra porque quería aprender a pilotear aviones para repartir periódicos desde el aire, cosas que se les ocurrían a algunas mujeres, que querían volar.

- Contaban que los tipos se fueron armando lentamente y como en lo que dura un bostezo, aparecieron los delitos. Muy pero muy lejos del pensamiento de Don Teófilo.

- Hubo un brazo armado, donde andaban metidos los hermanos Fontana, que desvirtuó aquella lucha ejemplar del uso de la palabra como fundamento que exponía Cabanillas. Aferrado a la historia.

- Y fue allí, en Naranjillos donde se hicieron fuertes. Naranjillos era un caserío que albergó a los Peremerimbinos caídos en desgracia.

- Ya no figura ni en los mapas escolares.

- Dicen que la gente los quería, porque algunos repartían algo de lo que robaban por aquí y por la capital.

- Y que el gobierno mandó al Ejército porque ya era insostenible esa avalancha de secuestradores, asesinos y delincuentes escondidos bajo los ideales justos y muy bien fundamentados del reconocimiento al pueblo originario Peremerimbino. De sus logros como comunidad, de su enseñanza, de sus labores. Los tipos se fueron volviendo locos.

- Yo diría, que algunos se fueron enriqueciendo aprovechando la flaqueza intelectual de sus “camaradas”.

- Dicen que había de todo. Fíjese el caso de la Cachita, este es un hecho que muy pocos saben pues sistemáticamente se fue eliminando todo vestigio documental. Pero La Cachita, era una mujer que tenía dos o tres hijos y que estaba instalada en la casa de citas de las mujeres solidarias de Naranjillos, llamada la Rosa Blanca.

- Que dicen que dicen, permiso amigo, no se trataba únicamente de putas. Cualquier dama que precisaba de dinero, se instalaba en un cuarto por un módico alquiler, decían eso.

- Teófilo conoció a La Cachita en ése lugar, la sacó de esa casa a ella y a sus hijos, la ubicó en su casa y dicen que un día volvió de la Sierra, y la encontró de nuevo en la Rosa Blanca, y con una fila de hombres olorosos esperándola, con el boleto del “Pase” en la mano.

- Así es, él había viajado a la Sierra donde había llevado manuales explicativos de lo que fue el Imperio Peremerimbino para ser repartido entre alumnos, y decían que en algunos establecimientos tuvieron que entregarlo por la fuerza, porque los docentes no querían saber nada con ellos, por orden del gobierno.

- La cuestión es que agarró sus cosas, y se instaló en la parte de atrás del “Crónicas”, Y largó a la Cachita al mundo desde donde ella venía.

- La tal Cachita se quedó finalmente con todos los bienes del finado Cabanillas, y posiblemente haya estado juramentando amor a cada cliente que entraba.

- Dicen que murió con un cuchillo atravesado en la garganta, desnuda, en el invierno siguiente. Y dicen que dos de los matadores de Cúter, hace veinte años, eran hijos de ella. Los pobres diablos murieron de muerte natural en prisión. ¿Usted cree?

- Recuerdo que contaban con asombro que era un hermoso cuarto con cocina y baño y amplio ventanal desde donde se divisaba el puente angosto, que volaron los milicos, donde se fue a vivir Teófilo. Justo atrás de la Imprenta y “oficina” de los rebeldes.

- Me contaban unos tíos, entre ellos mi padrino, señor periodista, que entre la furia de palabras que él usaba en sus arengas, metió su “Oda a las putas.” Algo así como la letra de un tango, no sé si me entiende… Oda a las putas, todo un cabrón don Teófilo Cabanillas, me lo imagino…

¡Oh glorioso pueblo Peremerimbino!
Dignos dueños de la tierra,
que va desde el inmenso mar,
hasta las montañas nevadas del Indio Muerto.
Bravo Cacique Mapuyo,
soberano aliado en las lides
de nuestro Comandante,
Coronel Don Juan Penerguido.
Ante ustedes pido.
¡La gloria en las batallas!
¡Y el coraje de las putas
En que he nacido!

Algunos hombres presentes alrededor de la mesa parecían elaborar una sonrisa.
Otros, bajaban la cabeza, como en señal de respeto.

- Hasta que de repente, un día fueron avisados que andaban unos tipos del Ejército dando vueltas por el monte, y salieron a enfrentarlos, sin el conocimiento de Cabanillas, que de eso tampoco entendía nada.

- Y dicen que fue uno de los Fontana el que mandó a liquidarlos. Gran error, se metieron con el brazo armado del Gobierno.

- Allí nace el mito del tal sargento Tavares, “el llamado Cúter” que era un tipo más loco que estos locos y que a los tiros entró y liquidó unos veinte, junto a su compañero, que era un tipo rubio que se llevó a la Teresa de los cabellos arrastrándola hasta el río, dijeron.

- La Teresa Paniagua era la enfermera que estaba de turno en la Unidad Auxiliadora Primaria, pues en el caserío no había ni hospital, ni curas ni policías adscriptos, según argumentaban los regionalistas.

- Se la llevaron para el río, después volaron el puente y nunca más nadie los vio. A ninguno. Si hubiesen dejado que vuelen el puente, no pasaba más nada, aseguraban. Pero parece que los emboscaron y ellos reaccionaron así.

- Se le entendía poco a la Teresa, porque solo hablaba en Guaraní. Pero que escribía muy bien en Castellano, decían eso los testigos  ¿verdad, señores?

- Después se supo que el gringo rubio era un cabo primero llamado Guillermo Jensen. De acuerdo a las noticias, que decían que el Ejército los había dado por desaparecidos y muertos a los dos suboficiales y hasta negaban aquel enfrentamiento.

- Quedan muy pocas personas que hayan estado en esa parte de Naranjillos a la hora del tiroteo y de la masacre, ya son muy viejos, y de eso no prefieren hablar.

- Pero casi con certeza, todos recuerdan la mañana en que el poeta Cabanillas salió corriendo y se paró en medio de la calle escandalosa por el tiroteo y con el aire caliente por el tufo a pólvora y sangre, y que gritaba en pleno descontrol que le pongan un arma en sus manos, un arma que no sabía usar y que en el medio del fuego cruzado por el milico gringo y los llamados guerrilleros Peremerimbianos que estaban sorprendidos por la fiereza de esos dos militares malucos, que entraron a los tiros.

-  Sucedió que en pocos segundos, según me contaron,  vieron que de repente los dos quedaron frente a frente, midiéndose, Tavares, que iba derechito a buscarlo y Cabanillas que parecía no entender, que estaba frente a la muerte misma. Sorprendido, como si hubiese visto un fantasma errante. A eso lo contaba mi padre. Que leyó las “Crónicas de los que quedamos.” Antes de la requisa y quema.

- Hay un relato de uno de los Fontana que lo debe tener doña Irene de De León, la viuda de Epifanio De León, que murió con un cúter en la garganta, seis años después, y que dice algo así como que Cabanillas levantó las manos y que el sargento, mesmo assim, le disparó, sin piedad, ennobleciendo la actitud de uno y tirando a la mierda la del sargento del Ejército Nacional.

- Pero hay otro relato, el común que contaron quienes huyeron a salvar sus vidas y que, efectivamente, se ponen de acuerdo en que Cabanillas pedía un arma a los gritos, que decía que pongan un arma en sus manos, ¡ahora mismo carajo! dicen que gritaba y que le alcanzaron un rifle Marling, no sabemos quién fue,  y que cuando cargó un cartucho en la recámara se dio cuenta que tenía al sargento de frente, que el tipo tenía la cara pintada con barro y una pistola de uso reglamentario en su mano derecha y que le apuntaba pero que le dio tiempo al loco Cabanillas a que le apunte y le tire, y que Cabanillas, que estaba nervioso, erró el disparo y que lo último que entonces vio, seguramente, parece que fueron los dientes sonrientes del sargento, a través del barro en la cara, y que debe haber sentido el tufo maloliente de ese uniforme transpirado, orinado y manchado en sangre. Porque la bala le entró por el pecho y dicen los que estaban escondidos, que el balazo lo tiró tres metros para atrás, lejos de su blanco sombrero que rodaba por la tierra de la calle.

- Hay quienes contaban que antes de morir, después de fallar su disparo contra el después famoso sargento Cúter, que don Teófilo Cabanillas de más o menos unos sesenta y pico de años, le pidió un segundo y definitivo tiro. Y que el sargento Cúter, se agachó, sacó de su bota embarrada y llena de estiércol de las vacas, un cuchillo fino y puntudo y se lo clavó en la garganta.

- Todo eso en medio de un tiroteo, dicen que dijeron los que allí estuvieron y que ya nadie se     acuerda quién dijo. Pero todos nosotros, señor periodista, éramos muy chicos cuando todo      ocurrió.

    - Disculpe usted, que no seamos tan precisos, pasaron cincuenta años de aquello.

    - En un pueblo que no era el nuestro.


José Antonio Ibarrechea
Extraído del libro "CÚTER"
tiene derechos de autor.
Copyright 2013
diceelwalter@gmail.com
PASEN Y VEAN
Foto: Dámaso Perez Prado  www.thecubanhistory.com
Vídeo "Cachita" intérprete Perez Prado Gentileza You Tube


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