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viernes, 5 de julio de 2013

MAGACÍN: deW! número 3

Magacín  deW! N° 3 Julio del 2013


uno: LA INTRUSA (Jorge Luis Borges)

Dicen (lo cual es improbable) que la historia fue referida por Eduardo, el menor de los Nilsen, en el velorio de Cristian, el mayor, que falleció de muerte natural, hacia mil ochocientos noventa y tantos, en el partido de Morón. Lo cierto es que alguien la oyó de alguien, en el decurso de esa larga noche perdida, entre mate y mate, y la repitió a Santiago Dabove, por quien la supe. Años después, volvieron a contármela en Turdera, donde había acontecido. La segunda versión, algo más prolija, confirmaba en suma la de Santiago, con las pequeñas variaciones y divergencias que son del caso. La escribo ahora porque en ella se cifra, si no me engaño, un breve y trágico cristal de la índole de los orilleros antiguos. Lo haré con probidad, pero ya preveo que cederé a la tentación literaria de acentuar o agregar algún pormenor.

En Turdera los llamaban los Nilsen. El párroco me dijo que su predecesor recordaba, no sin sorpresa, haber visto en la casa de esa gente una gastada Biblia de tapas negras, con caracteres góticos; en las últimas páginas entrevió nombres y fechas manuscritas. Era el único libro que había en la casa. La azarosa crónica de los Nilsen, perdida como todo se perderá. El caserón, que ya no existe, era de ladrillo sin revocar; desde el zaguán se divisaban un patio de baldosa colorada y otro de tierra. Pocos, por lo demás, entraron ahí; los Nilsen defendían su soledad.


En las habitaciones desmanteladas durmieron en catres; sus lujos eran el caballo, el apero, la daga de hoja corta, el atuendo rumboso de los sábados y el alcohol pendenciero. Sé que eran altos, de melena rojiza. Dinamarca o Irlanda, de las que nunca oirían hablar, andaban por la sangre de esos dos criollos. El barrio les temía a los Colorados; no es imposible que debieran alguna muerte. Hombro a hombro pelearon una vez a la policía. Se dice que el menor tuvo un altercado con Juan Iberra, en el que no llevó la peor parte, lo cual, según los entendidos, es mucho. Fueron troperos, cuarteadores, cuatreros y alguna vez tahúres. Tenían fama de avaros, salvo cuando la bebida y el juego los volvían generosos. De sus deudos nada se sabe ni de dónde vinieron. Eran dueños de una carreta y una yunta de bueyes. Físicamente diferían del compadraje que dio su apodo forajido a la Costa Brava. Esto, y lo que ignoramos, ayuda a comprender lo unidos que fueron. Mal quistarse con uno era contar con dos enemigos.



Los Nilsen eran calaveras, pero sus episodios amorosos habían sido hasta entonces de zaguán o de casa mala. No faltaron, pues, comentarios cuando Cristian llevó a vivir con él a Juliana Burgos. Es verdad que ganaba así una sirvienta, pero no es menos cierto que la colmó de horrendas baratijas y que la lucia en las fiestas. En las pobres fiestas de conventillo, donde la quebrada y el corte estaban prohibidos y donde se bailaba, todavía, con mucha luz. Juliana era de tez morena y de ojos rasgados, bastaba que alguien la mirara para que se sonriera. En un barrio modesto, donde el trabajo y el descuido gastan a las mujeres, no era mal parecida.

Eduardo los acompañaba al principio. Después emprendió un viaje a Arrecifes por no sé que negocio; a su vuelta llevó a la casa una muchacha, que había levantado por el camino, y a los pocos días la echó. Se hizo más hosco; se emborrachaba solo en el almacén y no se daba con nadie. Estaba enamorado de la mujer de Cristian. El barrio, que tal vez lo supo antes que él, previó con alevosa alegría la rivalidad latente de los hermanos.


Una noche, al volver tarde de la esquina, Eduardo vio el oscuro de Cristian atado al palenque. En el patio, el mayor estaba esperándolo con sus mejores pilchas. La mujer iba y venia con el mate en la mano. Cristian le dijo a Eduardo: -Yo me voy a una farra en lo de Farias. Ahí la tenés a la Juliana; si la querés, úsala. El tono era entre mandón y cordial. Eduardo se quedó un tiempo mirándolo; no sabía qué hacer, Cristian se levantó, se despidió de Eduardo, no de Juliana, que era una cosa, montó a caballo y se fue al trote, sin apuro.



Desde aquella noche la compartieron. Nadie sabrá los pormenores de esa sórdida unión, que ultrajaba las decencias del arrabal. El arreglo anduvo bien por unas semanas, pero no podía durar. Entre ellos, los hermanos no pronunciaban el nombre de Juliana, ni siquiera para llamarla, pero buscaban, y encontraban, razones para no estar de acuerdo. Discutían la venta de unos cueros, pero lo que discutían era otra cosa. Cristian solía alzar la voz y Eduardo callaba. Sin saberlo, estaban celándose. En el duro suburbio, un hombre no decía, ni se decía, que una mujer pudiera importarle, mas allá del deseo y la posesión, pero los dos estaban enamorados. Esto, de algún modo, los humillaba.



Una tarde, en la plaza de Lomas, Eduardo se cruzó con Juan Iberra, que lo felicitó por ese primor que se había agenciado. Fue entonces, creo, que Eduardo lo injirió. Nadie, delante de él, iba a hacer burla de Cristian. La mujer atendía a los dos con sumisión bestial; pero no podía ocultar alguna preferencia por el menor, que no había rechazado la participación, pero que no la había dispuesto.



Un día, le mandaron a la Juliana que sacara dos sillas al primer patio y que no apareciera por ahí, porque tenían que hablar. Ella esperaba un dialogo largo y se acostó a dormir la siesta, pero al rato la recordaron. Le hicieron llenar una bolsa con todo lo que tenia, sin olvidar el rosario de vidrio y la crucecita que le había dejado su madre. Sin explicarle nada la subieron a la carreta y emprendieron un silencioso y tedioso viaje. Había llovido; los caminos estaban muy pesados y serian las cinco de la mañana cuando llegaron a Morón. Ahí la vendieron a la patrona del prostíbulo. El trato ya estaba hecho; Cristian cobró la suma y la dividió después con el otro.



En Turdera, los Nilsen, perdidos hasta entonces en la maraña (que también era una rutina) de aquel monstruoso amor, quisieron reanudar su antigua vida de hombres entre hombres. Volvieron a las trucadas, al reñidero, a las juergas casuales. Acaso, alguna vez, se creyeron salvados, pero solían incurrir, cada cual por su lado, en injustificadas o harto justificadas ausencias. Poco antes de fin de año el menor dijo que tenia que hacer en la Capital. Cristian se fue a Morón; en el palenque de la casa que sabemos reconoció al overo de Eduardo. Entró; adentro estaba el otro, esperando turno. Parece que Cristian le dijo: - De seguir así, los vamos a cansar a los pingos. Más vale que la tengamos a mano.

Habló con la patrona, sacó unas monedas del tirador y se la llevaron. La Juliana iba con Cristian; Eduardo espoleó al overo para no verlos.



Volvieron a lo que ya se ha dicho. La infame solución había fracasado; los dos habían cedido a la tentación de hacer trampa. Caín andaba por ahí, pero el cariño entre los Nilsen era muy grande - ¡Quién sabe que rigores y qué peligros habían compartido!- y prefirieron desahogar su exasperación con ajenos. Con un desconocido, con los perros, con la Juliana, que había traído la discordia.


El mes de marzo estaba por concluir y el calor no cejaba. Un domingo (los domingos la gente suele recogerse temprano) Eduardo, que volvía del almacén, vio que Cristian uncía los bueyes. Cristian le dijo: - Vení; tenemos que dejar unos cueros en lo del Pardo; ya los cargue, aprovechemos la fresca. El comercio del Pardo quedaba, creo, más al Sur; tomaron por el Camino de las Tropas; después, por un desvío. El campo iba agrandándose con la noche. Orillaron un pajonal; Cristian tiró el cigarro que había encendido y dijo sin apuro: - A trabajar, hermano. Después nos ayudaran los caranchos. Hoy la maté. Que se quede aquí con sus pilchas. Ya no hará más perjuicios. Se abrazaron, casi llorando. Ahora los ataba otro vínculo: la mujer tristemente sacrificada y la obligación de olvidarla.

Jorge Luis Borges



dos:PUBLICIDAD DE LOS AÑOS CINCUENTA








tres: CRUCIGRAMA (Fernando Parra)

Se cumplen 100 años desde que el británico Arthur Wynne diseñara el primer crucigrama de la historia en las páginas delNew York World. El periódico neoyorquino (1860-1931) fue comprado por Joseph Pulitzer en 1883 y desde 1890 tuvo su sede en el New York World Building, el rascacielos más alto del mundo por aquel entonces, también conocido como Edificio Pulitzer y demolido luego en 1955.  Arthur Wynne (1862-1945), editor y constructor de puzles, ideó el crucigrama inspirándose en el juego matemático de “los cuadrados mágicos”.

Desde luego, el crucigrama es mucho mejor que la sopa de letras. Hay dos motivos por los que no soy muy amigo de estas últimas. El primero de ellos es la asociación inmediata e inevitable que se establece entre las sopas de letras y la camilla de un hospital; o entre la sopa de letras y el tedio. En ambos casos, la sopa de letras es la constatación de una ociosidad no deseada, impuesta por puro abandono de la voluntad. Esta sería, digamos, la razón más personal. La otra razón es, si se quiere, más romántica. Semejante montería donde todas aquellas letras silenciosas, agazapadas entre sus congéneres, están destinadas a ser descubiertas y luego apresadas en el morral de tinta de los cazadores de palabras, tiene algo de trágico expolio alfabético. Yo quiero a las palabras libres, retozando a su albedrío entre los sintagmas de nuestro idioma, mezclándose para la idea, combinándose para la sorpresa, componiéndose para la belleza. Nada de reducirlas al escarnio del bolígrafo carcelero.

Los crucigramas y los autodefinidos, en cambio, son muy preferibles. También aquí tengo una razón personal y otra romántica. La primera responde a la reciente afición que han tomado mis padres por este pasatiempo. Hay que verlos, sus cabezas juntas, a la luz de la lamparilla del salón, afanándose en eliminar el horror vacui de esos cuadrados, que son las metáforas de nuestras vidas. A la postre, toda nuestra búsqueda existencial se reduce a eso: a llenar de palabras los vacíos y el mundo, nuestro gran autodefinido, para explicarlo y para explicarnos. “En el principio existía la palabra”, decía el evangelio de San Juan. Qué bien lo entendieron después Blas de Otero o José María Valverde. Por otro lado, el autodefinido tiene la virtud de la solidaridad léxica. Las letras colonizan orgullosas sus parcelas vírgenes pero sirven a otras letras para formar otras palabras. Y así, sucesivamente, la gran meiosis alfabética se multiplica infinitamente por mor de su propia naturaleza. Y entonces, puede darse el caso de que desde la “I” de Ulises, se divise Ítaca; o que de la última letra del apellido de Juan Ramón, aparezca Zenobia; o que la “D” lunar de Federico se derrita al alumbrar a Dalí; o que la inicial del nombre de Menéndez Pidal descubra al Romancero; o que el símbolo químico del fósforo encienda la mecha de la Pardo Bazán y que la “B” lozana de ésta enamore a don Benito; o que la “G” de Garcilaso quede helada por el desdén de la “G” de Galatea.

O puede ocurrir que mis padres se queden dormidos, todavía con las cabezas muy juntas, con el crucigrama en su regazo, aún a medio resolver. Y que al acercarme yo para curiosear el estado del pasatiempo, note que les falta por completar sólo una palabra de 4 letras. Dice la definición: «¿Qué probó Lope de Vega al escribir: “quien lo probó lo sabe”?». Viéndolos así, juntos en su reposo, por esta vez no va a hacer falta escribir la palabra. Porque, a veces, ocurre también que las palabras sobran.

Beatriz Pastor y Fernando Parra



HUMOR


cuatro: DESPEDIDA (Miguel A. Morra)

Estimados Familiares , Compañeros  y Amigos:

Probablemente este será mi último correo en mucho tiempo. Esta noticia va a sorprender a muchos de ustedes, pero he tomado la difícil decisión de cambiar mi destino, por lo que a partir del próximo lunes ya no estaré físicamente con ustedes.
Son varios los motivos que me llevaron a tomar esta decisión, pero el más fuerte fue mi acercamiento a un nuevo proyecto de vida que se está desarrollando en la selva misionera, junto a quienes pelean por libertad y justicia en contra de fuerzas opresoras y grandes injusticias.
He estado en contacto con este grupo revolucionario desde hace poco más de un año y ahora, por fin me les uniré.
Yo sé que todos pensarán que debo estar completamente loco, pero no he tomado esta decisión a la ligera, sino con toda la seriedad posible y con conocimiento de sus consecuencias. Puede ser que este sea el momento menos indicado en mi vida y que mi familia sufrirá mucho, pero así es la vida. Espero verlos a todos muy pronto y en mejores condiciones.
Los extrañaré.
SaludosMiguel
(adjunto foto del frente guerrillero al que me uno)









Miguel A. Morra



cinco: FOTOGRAFÍA (Ibarrechea)

Miremos esta fotografía.
Pero la miremos de atrás hacia adelante, dejemos el primer plano para el final.
Como acostumbramos a recordar.
Como si estuviésemos memorizando, con un dejo de nostalgias rumorosas.


Esta fotografía es de color sepia y les pido que presten atención a los detalles que podamos observar.

La pared del fondo, por ejemplo.
Es de color crema claro y el cielorraso se ve más claro aún pues es de color blanco.
Hay un cuadro grande colgado en la pared. Ese cuadro tenía un marco de madera, que contenía una lámina imitación con un hermoso dibujo de un florero con girasoles, creo. A pesar de la mala calidad, el colorido que tenía, ambientaba muy bien la pared y le daba algo así como un toque de buen gusto.
Luego se ve una puerta, por ella se podía salir hacia otras dependencias de la casa y más hacia la izquierda, hay una ventana sin cortinas.


Ahora venimos nosotros, las personas que estábamos allí. y que no dejamos ver los otros muebles.

Pero de nosotros hablaremos después.


Prestemos atención a la mesa.

En la mesa que rodeamos entre todos, hay un montón de cosas, como verán la misma es ovalada. Está cubierta con un grueso mantel bordado con hilos, a la usanza, que yo no sé bien como describirlos.
Probablemente, si le preguntasen a ella, sabría contarles mejor, pues a eso, ella le daba más atención que a otras cosas.
Pero miren, hay varias botellas de vino fino y de champán, copas y algunos platos con resto de comida.
El menú fue variado en esa cena.
Comprendía desde fiambres, quesos, pizzetas, pollo, carne, helados y masas finas.
Todo abundante para una simple reunión de amigos.


A alguien se le ocurrió lo de esta fotografía.



Ahora, pensándolo bien, creo que no era el momento para tomarla, pues como verán, todos estaban absortos mirándola a ella, que se había puesto de pié para hablarnos y que al final, lanzara aquella frase inesperada, cargada de una relevante insensatez, que nos fue llevando a un desconcierto casi inocente de la situación planteada.



No habíamos puesto música.

Nos parecía que era mejor así y conseguimos con eso, prestarnos una mayor atención, sin incurrir en suficientes distracciones.


Ahora, como pueden ver, los que estamos alrededor de la mesa, somos siete.

Para presentarlos, voy a iniciar un recorrido anti horario, de derecha hacia la izquierda.


Este es Gabriel.

Antes de la foto habló pormenorizadamente de la situación política del país, dando su particular punto de vista del gobierno nacional y populista, como se hacía llamar.
Cuando ella acertó a pararse para hablar, Gabriel dejó la copa de champán en la mesa, como pueden ver. La mira fijamente, como buscando en las frases que ella pronuncia, algún indicio.


Mateo es el que sigue.

Apreciamos que acaba de dejar, por la posición de las manos, una botella en la mesa.
Casi toda la cena, Mateo habló de fútbol y se mostró muy interesado en la política y en mis cuentos de "Peremerimbé", insistiéndome también en que quería  saber algo más sobre "Cúter" mi personaje que obraba de asesino serial.
Igual que los demás, sale en la fotografía mirándola atentamente, como procurando en las palabras de ella, alguna señal.


Ahora vemos una silla vacía.

Allí estaba Magdalena, que se levantó a tomar la foto, lo hizo segundos antes que ella se pusiese de pié, y me siguió con la mirada, como toda la noche, quizás Magdalena recordaba nuestro pasado.
Habló poco, se reía nerviosa y afirmaba siempre con la cabeza, las otras conversaciones.


La que sigue es Mónica.

La dueña de la casa, vemos que tiene una taza de te entre sus manos y parece mirarla de reojo a ella, en una actitud examinadora, como buscando en cada manifestación, interponer su opinión. Pero permaneció callada, sin esgrimir conceptos y con una clara candidez en su rostro, registrando el discurso, buscando algún signo.


A su lado está Perla.

Perla y ella fueron las más locuaces de la noche, ayudaron siempre a Mónica con la comida, cambiaron los platos, intercambiaron comentarios de sus vidas y de la actualidad, rozando temas alegres y riéndose por todo. Perla algo sabía del asunto.
Y aparece en la foto adoptando una posición expectante, como para precisar sus sospechas. Con los brazos cruzados.


Semi tapada está Berenice.

Berenice se había alegrado al verme. No sabía que ella estaba conmigo y su presencia esa noche debió sorprenderla, quizás porque pensaba que la visita perturbadora de Magadalena y mi inscontancia en esos asuntos, marcaría algún reinicio en la relación antigua, frustrada tantas veces.
Berenice había permanecido esa noche registrando cada detalle y ahora, mientras ella hablaba, aparece en la foto como exasperada, escudriñándola.


Segundos antes que Magdalena se ofreciera a tomar la fotografía, ella se puso de pié. Estaba vestida con esmero y prolijidad.



Ella es la que sigue ahora.

Cuando comenzó a hablar, todos hicimos silencio para escucharla.
Ensayó un gesto tierno y conmovedor que aún hoy recuerdo.
Apoyó su mano derecha en mi hombro.
Como puede verse, y con la izquierda entrelazó los dedos de mi mano derecha, que yo cruzo como bandolera sobre mi pecho.
¿Lo ven?
Y ella habló con claridad, aún con algunos momentos de tartamudez nerviosa, sin gesticular.


Un segundo antes del disparo, yo bajo la cabeza buscando los dibujos de las baldosas.



Entonces, éste soy yo.

En primer plano.
Tengo un traje de saco cruzado y pantalón de corte italiano color tabaco, medias claras y zapatos de cuero color marrón. Mi mano izquierda está apoyada en la mesa, mi mano derecha toma una de las suyas, mis ojos están cerrados, había cruzado mis piernas, y si se fijan bien, si observan con detenimiento en mi cara, que está algo inclinada hacia abajo, notarán que hay un detalle.


Que la mismísima Magdalena toma al apretar el disparador.

¡Clic!


El flash impertinente muestra un punto luminoso en mi mejilla.

¿Ven?
Observen con atención.
¡Aquí, miren!
Es una lágrima.
¿Vieron?
Es una lágrima. Solitaria y triste.
Apenas eso.
Apenas eso.

Copyright 2012 Ibarrechea
diceelwalter@gmail.com

Hasta la próxima entrega.

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