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viernes, 12 de julio de 2013

INSTRUCCIONES PARA VER FOTOS VIEJAS.

Tengo guardado el mapa con las coordenadas correctas que me llevan de regreso a mi infancia feliz.

Está perfectamente dibujado por las manos de mis padres, atrás de la foto del pibe, que tiene una guitarrita en las manos, y que está sentado en una sillita de madera y mimbre.

Para hacer ese viaje de aventuras, queridos amigos. 

Voy a cerrar los ojos. 
Voy a permanecer en silencio. 
Voy a apagar las luces.

Voy a caminar por la Avenida General paz en contramano.  
Y desde el centro pasaré por el barrio Cofico, y al llegar a Alta Córdoba, adivinen. 

Voy a quedar extasiado mirando la puerta de entrada y salida de los sueños. 

La Vieja Estación de Trenes del Ferrocarril General Belgrano.

Si hay algo que deben hacer, queridos amigos, cuando se les ocurra mirar esas viejas fotos que tienen guardadas por ahí, es cerrar los ojos. 

Yo, primero, voy a recordar de qué color era el caballo del mateo que me dejó en la puerta del cine Cervantes, para ver a William Boyd en las últimas escenas de Hopalong Cassidy, la primera vez que mi padre me trajo a esta ciudad. 

Los canallas de siempre, taparon los adoquines con asfalto varias veces, desde entonces.

Pero volvamos al mapa. Siguiendo la línea de puntos, se supone que como en una búsqueda frenética del tesoro escondido, no debo perder detalles, para no tener que volver al punto de partida, cerca de la cañada.

O sea, queridos amigos, las indicaciones dicen claramente que debo sacar el pasaje y subir al coche motor de Ferrocarriles Argentinos.

El señor de la boletería estira su mano y me alcanza un boleto de cartón pintado naranja y crema. 

Cierren los ojos para ver las fotos viejas, porque ellas así, recobran vida.
Repasen con la yema de sus dedos, su textura, los bordes que son el límite de un espacio en el tiempo, y entren. Entren al paisaje que les brinda la memoria. Vivan aquel momento mágico.

Por ejemplo, al pibe de la foto que tengo en mis manos, le llama la atención la visera y los cubremangas que usa el señor de la ventanilla  y me mira mientras cuento las moneditas de vuelto. 

Yo y él nos paramos en el andén a observar con curiosidad, el enorme reloj colgado y comparamos la hora con mi Omega. 

Acabamos de entrar al cielo, pibe.

Subimos, y nos sentamos del lado de la ventanilla, para ver pasar las casas, la gente, los autos y las mujeres más lindas del mundo.

Hasta que aparece el campo verde. Me dan ganas de abrir el paquete que llevo en el bolso y desenvolverlo para cortar el sandwich de milanesa en dos, mientras el aire que entra por la ventanilla nos despeina el jopo.

Esos detalles están indicados en el mapa que me lleva de regreso a mi infancia feliz. 

Ustedes, queridos amigos, no abran los ojos para ver esas viejas fotos.

Porque siguiendo el trazado correcto, yo llego a la ciudad de Deán Funes. 

Descendemos y el changarín portamaletas se nos acerca para cargar el bolso y aquella vieja valija de cuero marrón.

Para hacer este viaje, queridos amigos, traje por todo equipaje, una revista Billiken, una Intervalo, una D'Artagnan, la colección Robin Hood, y mis botines de lona y goma marca Sacachispas que mi padre me compraba, por la calle Jerónimo Luis de Cabrera.

Ustedes saben, acabo de llegar al punto del mapa que marca mi infancia feliz.

La calle Belgrano, en Deán Funes, sabe de nostalgias y yo, queridos amigos, soy aquel que se ve allá, sentado en la verja, con pantalón corto, remera, medias tres cuartos y zapatos negros y gozando de un momento esplendoroso, saludando con la mano... a mi vieja, la mejor fotógrafa. 

Sepan, queridos amigos, que las fotos de antes pasaban por una puerta que hace, clic. 
Y te mandaban a la eternidad, pibe.

José Antonio Ibarrechea
Copyright 2013 PASEN Y VEAN
diceelwalter@gmail.com



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