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viernes, 26 de julio de 2013

IBARRECHEA EN PIJAMAS

TEXTOS ESCRITOS EN LAS MADRUGADAS











Uno

DISTANCIA

Te regalo mi mejor sonrisa
te platico, como un poeta, quisiera
para decirte, que te quiero
(te lo digo)
y varias veces, como me oyeras.

Y vos solamente sonríes,
para hacerme feliz.

Te regalo ésta y mil flores,
te canto la canción que quieras,
para alegrar todas tus estrellas
(caídas del cielo)
y al arco iris de tu cabello.

Y vos solamente sonríes,
para hacerme feliz.

Me basta tu sonrisa,
me alcanza tu voz la brisa,
de repente me quieres
(según me dices)
y es la distancia la que nos une.

Y vos solamente sonríes
para hacerme feliz.

Me aceptas pero te escondes,
me hablas pero no me oyes,
de repente me acaricias
(sin un roce)
y la vida que va y que vuelve.

Y vos solamente sonríes,
para hacerme feliz.













Dos

EL BRILLO DE TUS OJOS

Quiero que conozcas las cosas que me emocionan.
Por ejemplo:
Recordarte caminando, corriendo, sentada, parada, acostada, trabajando, bailando, descansando, soñando, amando, saltando, riendo, pensando, llorando...

Y cuando mantienes tus largos silencios.
 Tus silencios me emocionan.
 Como el brillo de tus ojos.

 Algunas otras cosas que debieras conocer.
 No vale que nos besemos a escondidas. No.
 A la vista de todos es mucho más emocionante.

Darte el beso de las buenas noches,
Eso es algo que me apasiona.
A ver si lo entiendes, es fascinante.

Y otra cosa, ya tienes alas, volemos juntos.
Por ejemplo:
Aquellos que vuelan tomados de las manos, son los que conforman la larga lista de los predestinados a llegar a ocupar un lugar en el cielo de los libres.

Entonces, no vale volar separados. No.
Para eso y mientras tomas impulso para dar el gran salto, debes estar concentrada.
Verás que es emocionante.

Quiero también, que tengas en cuenta los siguientes detalles.
Antes de apagar la luz, revisa siempre debajo de la cama y hasta adentro de los placares.
Luego reza así:
"Ángel de la Guarda / dulce compañía / no te me separes / ni de noche / ni de día / Si te me separas / que será de mi / Ángel de la Guarda / reza también por mí.

Sino te duermes, ten a mano una canción como esta, que puedes cantar en voz baja o tapada hasta la cabeza.
"La farolera tropezó / y en la calle se cayó / y al pasar por un cuartel / se enamoró de un coronel / levanten la barrera / para que pase la farolera / de la puerta del sol / suba a una escalera / y encienda un farol / A la medianoche  / me puse a contar / y todas las cuentas / me salieron mal / Que dos y dos son cuatro / cuatro y dos son seis / seis y dos son ocho / y ocho dieciséis / y ocho veinticuatro / y ocho treinta y dos./ Mi niña bonita / me arrodillo en Vos./

Bueno, sino da resultado, entonces piensa en mí.
Porque yo, al pensarte aquí conmigo, siento abrazarte, y contenerte.
A ver si lo entiendes, es alucinante.

Indescriptible, diría.
Porque son esos momentos en que mi felicidad, puede verse desde el cielo,
ó desde el lado oscuro de la Luna.
Y hasta un poco más allá, si te atreves.

Piensa en mí.
Que sin ataduras ni remordimientos, miro a mi alrededor procurando algunos resplandores.
Por ejemplo:
En las estrellas Pléyades y en las Antares.
En el fuego del encendedor y en la brasita de mi Marlboro.
En las luces de los semáforos y en la luz de giro de los automóviles.
En la risa escandalosa de los niños y en la defensa vehemente de los inocentes.
En los fuegos artificiales y en la luz alta de los bichitos de luz.
En aquellos abrazos y en otras luces que me emocionan.
Como el brillo de tus ojos.

¡El brillo de tus ojos!
Eso sí que es emocionante, señora.














Tres

Ellas me saludaban con el movimiento alegre de sus manos y una estimulante risa soñadora que me hacía perder el apetito.

Llegaban en fastuosas alfombras voladoras guiadas por duendes perfumados, o lo hacían ellas mismas, porque habían desplegado sus alas para iniciar un vuelo intrépido, sin remordimientos ni horarios pactados de antemano.

Así eran todas cuando llegaban hasta el pie de mi cama, esa brasa cómplice que nos confundía entre el fervor y el cansancio, el insomnio y las culminaciones del alba.

A cada una de ellas la recuerdo con respeto.
Se que a su manera, me amaron.
Y que nunca podré olvidarlas.

Me miraban con sus enormes ojos encandilantes, que desnudaban mi almita caprichosa, y se iniciaba entre nosotros un largo diálogo en silencio, donde esculpíamos en el aire y piel a piel el movimiento involuntario del goce.

Conscientes de sabernos inocentes de cualquier culpa.
Implacables a la hora de pensar en que nada más debía importarnos, y borrando de nuestras memorias, cualquier obligación que no fuera aquella de… Simplemente amarnos.

Estas paredes fueron consecuentes custodias de nuestros secretos.

Más allá de los nombres de cada una de ellas, yo las reconocía no sólo por las bondades de sus cuerpos, sino por el tono de la voz, el aroma de sus perfumes impregnados en las porosidades de cada piel, por el corte único y personal de sus cabellos que las distinguían y por la destreza del paso de sus dedos por mis partes, como un temblor pasajero.

Todas tenían manos mágicas, con las cuales cortaban el aire de mi habitación.
Aún en la oscuridad de las noches profundas, o en la incipiente luminosidad del alba.

Tenían manos mágicas, que se deslizaban con cierta candidez y fragilidad por las paredes, o por los muebles de la casa y por la piel mojada, bajo la ducha reparadora.

Tenían manos mágicas que se hundían en las almohadas y arrugaban las sábanas con tremulaciones indisimuladas.

Por eso, cuando ellas venían, mi casa se llenaba de amor, y en cada paso que daban, un contínuo trinar de pájaros, parecían acompañarlas.

Entonces yo les escribía poemas.
Uno a cada una, sin nombrarlas.

Los escribía en las paredes, en los vidrios, en los espejos humedecidos, en las maderas, en las telas, en el papel...  A cualquier hora, tropezándome en el desorden de nuestras ropas esparcidas por el piso… Escribía agradecido.

Yo siempre las esperaba, anhelaba sus regresos.
Aún a sabiendas que algunas de ellas, sólo podían visitarme de vez en cuando.
Que otras aparecían de repente, y que otras volvían confundidas.
   
O todas juntas a la vez.

Yo siempre las esperaba.
Y hasta a veces, viajaba a verlas.

Viajaba de noche, bajo el luminoso reguero de estrellas y con la complicidad de la luna acompañándome y señalándome el camino.

Viajaba de día, con miles de mariposas alborotadoras que se arrojaban en mi travesía insistente, llena de un ansia que aturdía mis pensamientos obsecados en desahogar mis infortunios y pasiones escondidas.

Las recuerdo a todas...
Las recuerdo en sus desnudeces.
Las recuerdo mordiéndose los labios con agradable ternura.
Las recuerdo arreglándose con natural delicadeza frente al espejo.
Las recuerdo acomodándose sus vestidos con esmero.
Las recuerdo calzándose en un ritual por demás estupendo.

Pero lentamente.
Todas ellas se fueron despidiendo de mí.
Agradecidas, y yo también.

Lo hicieron con un fuerte apretón de manos.
De esos que se dan las personas que no se quieren olvidar.

Lo hicieron con un fuerte y caluroso abrazo.
De esos que se dan las personas que no se van a olvidar.

Lo hicieron con un beso.
Con un beso enorme.
De esos que se dan los amantes en las promesas de no olvidarse nunca jamás.

Y sin saberlo, me fueron abandonando a mi pertinaz soledad.














Cuatro

SOLEMNE

En las formas de cada una de las flores,
te veo.
En sus aromas, exquisitos y persistentes,
te siento.
En la inmensa variedad de sus colores,
me envuelves.
Y quedo atrapado, sin moverme, admirándote.
Cuando me hablas.
Cuando me besas.
Cuando me tocas.
Cuando te mueves.

En las inquietas formas de cada una de las nubes,
te veo.
En la lluvia que cae alegre y me moja,
te siento.
En el remolino de viento y agua, donde subes,
me envuelves.
Y quedo atrapado, sin moverme, admirándote.
Cuando te bañas.
Cuando te secas.
Cuando te vistes.
Cuando me peinas.

En cada uno de nuestros desordenados movimientos,
me ves.
En la íntima solemnidad de cada acto,
me sientes.
En los alocados pensamientos del momento,
te envuelvo.
Y quedas atrapada, sin moverte, extasiada.
Cuando quedas extenuada.
Cuando apagas tus ojos verdes.
Cuando te duermes.
Cuando amanece.















Cinco

EL CUCO QUE TE ASUSTABA A VOS TAMBIÉN
Crees que todavía eres un bebé, Pibe.
Pero dejas de gatear, apoyándote en una silla, haces fuerza y te pones de pie, apuntas a la bolsa de residuos que está al lado de la mesada de la cocina y de un escupitajo lanzas el chupete que se mezcla con los residuos.

Ya diste el primer paso para convertirte en un hombre.

Crees que todavía eres un niño, Pibe.
Pero tu compañerita de asiento en el aula de la escuela, te convida un chupetín con sabor a naranja, la miras y le sonríes, pides dos bolsas de tela arpillera a la celadora y juegan a la carrera de embolsados, hasta que tropiezan y caen, bajo el cielo azul de los recreos.

Diste otro paso para convertirte en un hombre.

Crees que eres un adolescente rebelde, Pibe.
Pero te convidan un cigarrillo, de los Particulares verdes, aspiras el humo, intentas arrojarlo por la nariz roja por el frío del invierno y toses ahogado, entonces lo intentas nuevamente hasta que te sale bien y haces circulitos en el aire. Lo lograste,  ya nadie se burlará por tus intentos fallidos.

Diste otro paso más, para convertirte en un hombre.

Dicen las amigas de tu mejor amiga que ustedes son novios. Pibe.
Pero te tiritan los pies cuando la ayudas a desvestirse y ella a vos también, y se miran,  y se tocan, entonces se acuestan, le hablas, te habla, bates records, se vuelven a vestir, cada uno por su lado, así dos veces, tres veces, varias veces, en muchas tardes y en muchas noches en que las balas no te rozan y te ves grande y responsable. Y ella a vos también.

Sigues avanzando en la dirección correcta, hombre.

Te has casado, Pibe.
Pero no sabes el porqué y tu niño te estira los brazos, lo levantas y giras sobre tus pies, y él se ríe a carcajadas mientras ve que todo gira a su alrededor y cuando lo pones en el piso, él camina como un gaucho resero, y va hinchiendo el pecho, se acerca a la bolsa de residuos y allí emboca el chupete para siempre. Eres feliz.

Parece que sigues avanzando en la dirección correcta, hombre.

Por sorteo, los regalos de Navidad serán entregados en la casa de tus padres, Pibe.
Pero los festejos de año nuevo serán en la casa de tus suegros, tus niños saltan de la alegría y vos también, y llegas en la Nochebuena con un disco de cumbias de los Wawancó para tu mamá, un libro de Jean Paul Sartre, premio Nobel de literatura en mil novecientos sesenta y cuatro, y una pipa de raíz de rosa marca Crisol para tu papá.

Crees que eres todo un hombre.

Tus hijos te hacen abuelo, Pibe.
Pero vos, vos ya vives solo, contando las estrellas por las noches, empapándote bajo la lluvia, secando tus arrugas bajo el sol, transpirando sudor en el gimnasio, almorzando al paso, y cenando en restaurantes de tu ciudad. Acudiendo al llamado de las damas que no quieren dormir sola, porque dicen que el cuco de la soledad solitaria las asusta así.

Entonces eres el enmascarado que no se rinde.

Aprendiste como son ellas, Pibe.
Pero ellas te llaman o te vienen a visitar y les demuestras que el cuco que te asustaba a vos también,  abajo de la cama ya no está,  adentro de los placares tampoco, y les hablas que vos ya tienes por sabido eso de que la razón no se lleva bien con el corazón, y que es mejor razonar que corazonar y que es mejor escribir los recuerdos en un blanco papel, para luego hacerlos un bollito bien redondito y arrojarlo en la bolsa de los residuos o en la hoguera de San Juan.

Eres un hombre maduro en el camino que elegiste.

Cocinado a fuego lento, Pibe.
Pero en el horno de la calle, que es la cocina de la vida misma.
Hasta que te sacan "crocante y sabroso" como una de tus amigas te dijo.
Entonces vos sonríes y ríes, y tus carcajadas se escuchan en todo el edificio.

Porque te hiciste amigo de vos, porque te sabes el centro del universo.

Y todo, todo ahora, gira a tu alrededor.
Adiós soledad.
Dices, mientras vives solo.















Seis

DE ESO SE TRATA
Si no sabés lo que hay / en una cartera de mujer /
cuando la abras, quedarás sorprendido.

Si no sabés el sabor de sus lágrimas / cuando caen por sus mejillas /
y dejas que se hagan llanto y el llanto se haga un rio.

Si no sentís el ruido del roce contínuo / del nylon de sus medias /
cuando va en tu mismo camino.

Si no sentís el latir intenso / de su corazón herido /
por un abandono repentino.

Si no creés lo que te dice / entre murmullos apagados /
y suavemente, al oído.

Si no creés lo que ves / cuando se desviste lentamente /
llamándote, cariño.

Si no podés transformar / tanto pasado incierto /
en un futuro de alivio.

Si no podés llenar ése vaso roto / por sus tremendos labios rojos /
con besos suaves y tibios.

Si no advertís el peligro / que implica mirarla a sus ojos /
y no guardas el equilibrio.

Si no advertís que has perdido / por mirar sus curvas, enloquecido /
el control de tus sentidos.

Si no caés herido por el estallido / que produce al desprenderse /
el bretel de su corpiño.

Si no caés en la cuenta / que por un momento a su lado /
has perdido el dominio de la situación.

Es que no sabes nada, te digo / de proceder como se debe, ante una dama /
De eso se trata, amigo mío, ésta conversación.










Siete

EL EMBOTELLADOR DE SUEÑOS

A veces sueño.
Y a cada sueño lo embotello en un frasquito. 
Por la mañana, tapo los frasquitos con un corchito.
A los frasquitos los guardo en la biblioteca.
La biblioteca está encima y a los costados de la mesa del escritorio.
Sobre el escritorio una compu.
Abajo al costado, derrotada, exhausta y en trámites de jubilación, descansa una Olivetti.
Sin destapar ningún frasquito que me cuente nada, miro por la ventana hacia el cielo.

El que no ve nada en el cielo, es porque no tiene alma de escritor.

Algunas nubes tienen formas de dragones.
Otra, de una princesa asustada que mira desconcertada a los dragones.
Y más allá, otra nube se parece a un castillo.Entonces desenfundo mi lapicera y concurro en defensa de la desprotegida princesa.
Los dragones, sorprendidos por mi arrogancia, huyen entre rayos y centellas.
La princesa, agradecida, me dice que no la deje sola. 
No esta noche, Caballero.  

El que no ve nada en el mar, es porque no tiene alma de escritor.

Algunas olas tienen forma de piratas.
Otra, de una sirena asustada que mira desconcertada a los piratas.
Y más allá, otra ola se parece a un barco.

Entonces desenfundo mi lapicera y concurro en defensa de la desprotegida sirena.
Los piratas, sorprendidos por mi valentía, huyen entre los oleajes espumosos.
La sirena, agradecida, me dice que no la deje sola. 
No esta noche, Bucanero.

Por eso escribo nena, para que me pidas que no te suelte la mano, no esta noche.

En algunos frasquitos tengo sueñitos locos.

"Todos mis hijos me llaman para preguntarme en qué lugar del mundo estoy escribiendo.
El celular pierde la señal en el medio del mar.
Entonces me siento en la balsa, les escribo una carta.
Y arrojo la botella en el océano."

"El señor que arregla máquinas de escribir, se pone los anteojos.
Examina la Olivetti.
Me mira con sus ojos tiernos y cansados.
Yo entiendo y cubro mi máquina con una sábana. Adiós y gracias."

En algunos frasquitos tengo sueñitos relocos.

"Algunos de mis personajes me reclaman más protagonismo, me paran en la calle y me lo dicen.
Otros esperan para salir a escena.
Los lugares que recorro me hablan al oído."

Pero el mejor de todos y que se repite en todos los frasquitos de este embotellador de sueños.
Es aquel en el que tú me dices. Después de la ducha juntos. Después de volver a acostarnos.
"Que no te suelte las manos. 
No esta noche, amor.
No esta noche."

Por eso escribo.
Gracias.








“IBARRECHEA EN PIJAMAS, TEXTOS ESCRITOS EN LAS MADRUGADAS”
El autor de estos textos seleccionados para PASEN Y VEAN es:
José Antonio Ibarrechea

Copyright 2001/2002/2004/2012

SUPONGAMOS QUE UNA NOCHE, CENANDO.




Florinda, muy pequeña.
La mujer que a mi gustaba mucho, quizás demasiado. Nació un 15 de Febrero de 1941, bajo el signo de Acuario. 

Sus padres la llamaron Florinda Soares Bulcão Este acontecimiento  fue en Uruburetama en el Estado de Ceará, noreste de Brasil. 

Su padre, José Pedro, era mayor de sesenta años en el momento de su nacimiento era un hombre viudo que se casó con una chica de 18 años de sangre india, Hosanna Maria, que apenas sabía escribir, pero que le dio tres hijos maravillosos; Alina, José María y Florinda que era muy joven cuando su padre murió, pero la vida y la muerte de él, influyeron fuertemente en la vida Florinda. 

Con nuevo padrastro, se fueron a vivir a Rio de Janeiro. Florinda, de tan sólo 14 años de edad, comenzó a trabajar como secretaria. 

A los 18 obtuvo el título de idiomas, de hecho, habló con fluidez Inglés y francés, Florinda se crió con un sentido de la libertad innata, y su curiosidad y deseo de conocer el mundo, la llevó a elegir una vida más aventurera y menos segura que la que vivió en Brasil. 

En 1963, en compañía de unos amigos, se fue a Londres y luego a París, que había estado en su corazón, en un anterior viaje a Europa, París, en particular, se convirtió en su destino favorito, que de hecho es el lugar donde se mantuvo viviendo durante dos años. 

En varias ocasiones se había propuesto trabajar como modelo, pero debido a su carácter introvertido, no era apta para este trabajo. Decidió entonces regresar a Brasil.

Pero en 1967, viaja a Italia invitada por unos amigos, y en Roma, conoce a Luchino Visconti, quién le toma unas pruebas y la convence de ser actriz. 

Cambia su nombre por el de Florinda Bolkan.

Florinda Bolkan como Elsabetta Catalano en "Metti una sera a cena"
En 1969, filma "Supongamos que una noche, cenando" con Jean Louis Trintignant, Adriana Asti, Helmut Berger, Lino Capolicchio, Silvia Monti, Titina Maselli, Tony Musante y Annie Girardot. Fue dirigida por Giuseppe Griffi y la música,  por supuesto, del genial Ennio Morricone. 

Con ese filme, obtiene su primer "Donatello" algo así como el "Oscar" Italiano.
La mujer que a mi me gustaba demasiado, se convierte en estrella de cine.

Señoras y señores, en realidad, yo estaba saliendo con una chica que trabajaba en las tiendas Etam, con ella fuimos a ver esta película en el viejo cine Ocean. El tema central trata de cinco amigos que, en una cena hablan sobre relaciones amorosas y su vida sexual.

Ella, mi amiga encantadora de aquellos años, la que vestía diferente todos los días, fue la que me regaló el simple con la música de Morricone. Lo hizo una noche, mientras cenábamos en un restaurante céntrico. Mientras me hablaba, y yo pensaba en... 

Yo pensaba en Florinda.
La mujer que me gustaba demasiado.





diceelwalter@gmail.com
Vídeo gentileza de You Tube.
Ennio Morricone: "Metti una sera a cena"
Fotos: sitio florindabolkan.com




viernes, 19 de julio de 2013

PONGAN UN ARMA EN MIS MANOS




Nota del autor:


El narrador de esta historia es un joven periodista (Facundo Arenas) que incursiona en acontecimientos delictivos para un diario en decadencia y se presenta como un cronista especializado para conseguir datos precisos y fieles a los hechos. De allí que utiliza el artificio del: “Dicen que dicen que “ para informar a través de una cadena de transmisores que son casi testigos que conforman el relato de esta novela fantástica, y no muy alejada de la realidad. 

...Hace un tiempo, en algún lugar de Latino América. 



Tal vez ustedes, los lectores que siguen con frecuencia el blog, empiecen a releer todo lo relacionado con "CUTER" (Cipriano Tavares) y atando cabos, puedan ayudar a descifrar el enigma de este crimen.


(Por algún lugar del libro, abierto al azar...)

PONGAN UN ARMA EN MIS MANOS





































































































"Que pongan un arma en mis manos, que la pongan ahora mismo”  habría ordenado el Caudillo de la Sierra del Indio Muerto, Don Teófilo Cabanillas, que era periodista, escritor, historiador y hasta médico no recibido de parturientas que atendía con una dedicación y esmero ejemplar vea usted, señor periodista, y resulta ser que un exaltado que huía despavorido por allí le alcanzó un Marling cuarenta y cuatro y medio. – Decía Santos Poussin, hijo de Europeos que estaba instalado en la mesa del bar de don Escolástico Funes, bebiendo y hablando sin parar, como beben los hombres que alguna vez estuvieron en la región de los Peremerimbinos -  Sepa usted que cuando me hice de los recortes de esta historia que le voy a contar yo tendría entre trece o catorce años y que mi padre era el proveedor de insumos para la edición semanal de un periódico llamado “Crónicas Peremerimbianas” que el Gobierno Conservador de aquellas épocas mando a destruir. Quemaron todo, y hasta a las mismas cenizas les volvieron a prender fuego. Pero antes que la memoria me juegue algunas de las malas y me deje atrás del carro, le voy a relatar, aunque no se muy bien en qué grado de veracidad, usted recibirá este comentario. Pero sin más documento que mi memoria, sin más artilugios que la verdad del recuerdo, y con otra copa de pisco fuerte, le cuento todito, amigo.

Algunos comensales curiosos se arrimaron a la mesa.

- Decía mi padre cuando llegaba a casa y después de lavarse las manos en el lavatorio de la galería, que Cabanillas había sido un buen hombre, que se lo veía tranquilo con su traje de color blanco tiza y un moño austeramente negro en el cuello de la camisa, que se lo veía, caminar de aquí para allá, porque la tecnología avanzaba y que cada vez había más periódicos afines al gobierno y que ninguno relataba las viejas historias de la ciudad de Peremerimbé, que yacía bajo el agua del enorme dique que atrapó sin misericordia al río Imbuté. Ya no había próceres, ni poetas, trataban de borrar todo vestigio de aquel pueblo heroico, quitándolo de la memoria de los últimos sobrevivientes, como si nunca hubiese existido. Hasta que un día, Teófilo Cabanillas explotó en una furia incontenible. Decía mi padre que decían que fue cuando se asomó a ver la espuma de uno de los dos vertederos para las usinas eléctricas y que vieron en el agua flotar un féretro que había emergido y que uno de los allí presentes gritó exasperado ¡Cielo Santo, Cielo Santo es el cajón del abuelo Atanasio! Y que el pobre desgraciado se arrojó y que murió ahogado y destrozado por el caudal por tratar de recuperar el cajón.

- Los diarios que estaban apareciendo, destacaron que se trató de un suicidio de un loco que veía visiones como todo Peremerimbino.

- Ser, o tener los ideales que tenía esa gente, lo señalaba como un  revolucionario, contrabandista, deshonesto, ilegal y hasta hijo de mala madre, señor. - Señaló un tercero, desde otra silla en la mesa cercana a la puerta y levantándose se arrimó a nosotros.

- Mi nombre es Ernesto Serna, pero aquí todos me conocen por “el Chungo” y quiero agregar que dicen que, sencillamente hablaban de que aquella gente sufría el síndrome del desarraigo o algo parecido y que por ello alucinaban, pero mi abuelo nos contaba que efectivamente vieron salir a flote varios féretros, del lago imbuté. No tuvieron piedad ni con los muertos, decía el viejo Serna.

- Eso también contaba, mi padre. – Agregaba Poussin - Eso hizo que Teófilo Cabanillas, alzara primero su voz en algunas plazas, pidiendo la reivindicación del pensamiento y los derechos de los descendientes Peremerimbinos. Luego intentó abrir nuevamente algo parecido al “Crónicas”  y que finalmente, con el odio metido en la sangre, se le acercaron varios idealistas, delincuentes, gente que no tenía nada qué hacer y se fueron sumando a lo que se llamó “A Turma sem bandeiras.” Un  nombre que les puso Marcela da Silva, una de las mujeres de los Fontana, que era de piel bien oscura y que finalmente se volvió a su tierra porque quería aprender a pilotear aviones para repartir periódicos desde el aire, cosas que se les ocurrían a algunas mujeres, que querían volar.

- Contaban que los tipos se fueron armando lentamente y como en lo que dura un bostezo, aparecieron los delitos. Muy pero muy lejos del pensamiento de Don Teófilo.

- Hubo un brazo armado, donde andaban metidos los hermanos Fontana, que desvirtuó aquella lucha ejemplar del uso de la palabra como fundamento que exponía Cabanillas. Aferrado a la historia.

- Y fue allí, en Naranjillos donde se hicieron fuertes. Naranjillos era un caserío que albergó a los Peremerimbinos caídos en desgracia.

- Ya no figura ni en los mapas escolares.

- Dicen que la gente los quería, porque algunos repartían algo de lo que robaban por aquí y por la capital.

- Y que el gobierno mandó al Ejército porque ya era insostenible esa avalancha de secuestradores, asesinos y delincuentes escondidos bajo los ideales justos y muy bien fundamentados del reconocimiento al pueblo originario Peremerimbino. De sus logros como comunidad, de su enseñanza, de sus labores. Los tipos se fueron volviendo locos.

- Yo diría, que algunos se fueron enriqueciendo aprovechando la flaqueza intelectual de sus “camaradas”.

- Dicen que había de todo. Fíjese el caso de la Cachita, este es un hecho que muy pocos saben pues sistemáticamente se fue eliminando todo vestigio documental. Pero La Cachita, era una mujer que tenía dos o tres hijos y que estaba instalada en la casa de citas de las mujeres solidarias de Naranjillos, llamada la Rosa Blanca.

- Que dicen que dicen, permiso amigo, no se trataba únicamente de putas. Cualquier dama que precisaba de dinero, se instalaba en un cuarto por un módico alquiler, decían eso.

- Teófilo conoció a La Cachita en ése lugar, la sacó de esa casa a ella y a sus hijos, la ubicó en su casa y dicen que un día volvió de la Sierra, y la encontró de nuevo en la Rosa Blanca, y con una fila de hombres olorosos esperándola, con el boleto del “Pase” en la mano.

- Así es, él había viajado a la Sierra donde había llevado manuales explicativos de lo que fue el Imperio Peremerimbino para ser repartido entre alumnos, y decían que en algunos establecimientos tuvieron que entregarlo por la fuerza, porque los docentes no querían saber nada con ellos, por orden del gobierno.

- La cuestión es que agarró sus cosas, y se instaló en la parte de atrás del “Crónicas”, Y largó a la Cachita al mundo desde donde ella venía.

- La tal Cachita se quedó finalmente con todos los bienes del finado Cabanillas, y posiblemente haya estado juramentando amor a cada cliente que entraba.

- Dicen que murió con un cuchillo atravesado en la garganta, desnuda, en el invierno siguiente. Y dicen que dos de los matadores de Cúter, hace veinte años, eran hijos de ella. Los pobres diablos murieron de muerte natural en prisión. ¿Usted cree?

- Recuerdo que contaban con asombro que era un hermoso cuarto con cocina y baño y amplio ventanal desde donde se divisaba el puente angosto, que volaron los milicos, donde se fue a vivir Teófilo. Justo atrás de la Imprenta y “oficina” de los rebeldes.

- Me contaban unos tíos, entre ellos mi padrino, señor periodista, que entre la furia de palabras que él usaba en sus arengas, metió su “Oda a las putas.” Algo así como la letra de un tango, no sé si me entiende… Oda a las putas, todo un cabrón don Teófilo Cabanillas, me lo imagino…

¡Oh glorioso pueblo Peremerimbino!
Dignos dueños de la tierra,
que va desde el inmenso mar,
hasta las montañas nevadas del Indio Muerto.
Bravo Cacique Mapuyo,
soberano aliado en las lides
de nuestro Comandante,
Coronel Don Juan Penerguido.
Ante ustedes pido.
¡La gloria en las batallas!
¡Y el coraje de las putas
En que he nacido!

Algunos hombres presentes alrededor de la mesa parecían elaborar una sonrisa.
Otros, bajaban la cabeza, como en señal de respeto.

- Hasta que de repente, un día fueron avisados que andaban unos tipos del Ejército dando vueltas por el monte, y salieron a enfrentarlos, sin el conocimiento de Cabanillas, que de eso tampoco entendía nada.

- Y dicen que fue uno de los Fontana el que mandó a liquidarlos. Gran error, se metieron con el brazo armado del Gobierno.

- Allí nace el mito del tal sargento Tavares, “el llamado Cúter” que era un tipo más loco que estos locos y que a los tiros entró y liquidó unos veinte, junto a su compañero, que era un tipo rubio que se llevó a la Teresa de los cabellos arrastrándola hasta el río, dijeron.

- La Teresa Paniagua era la enfermera que estaba de turno en la Unidad Auxiliadora Primaria, pues en el caserío no había ni hospital, ni curas ni policías adscriptos, según argumentaban los regionalistas.

- Se la llevaron para el río, después volaron el puente y nunca más nadie los vio. A ninguno. Si hubiesen dejado que vuelen el puente, no pasaba más nada, aseguraban. Pero parece que los emboscaron y ellos reaccionaron así.

- Se le entendía poco a la Teresa, porque solo hablaba en Guaraní. Pero que escribía muy bien en Castellano, decían eso los testigos  ¿verdad, señores?

- Después se supo que el gringo rubio era un cabo primero llamado Guillermo Jensen. De acuerdo a las noticias, que decían que el Ejército los había dado por desaparecidos y muertos a los dos suboficiales y hasta negaban aquel enfrentamiento.

- Quedan muy pocas personas que hayan estado en esa parte de Naranjillos a la hora del tiroteo y de la masacre, ya son muy viejos, y de eso no prefieren hablar.

- Pero casi con certeza, todos recuerdan la mañana en que el poeta Cabanillas salió corriendo y se paró en medio de la calle escandalosa por el tiroteo y con el aire caliente por el tufo a pólvora y sangre, y que gritaba en pleno descontrol que le pongan un arma en sus manos, un arma que no sabía usar y que en el medio del fuego cruzado por el milico gringo y los llamados guerrilleros Peremerimbianos que estaban sorprendidos por la fiereza de esos dos militares malucos, que entraron a los tiros.

-  Sucedió que en pocos segundos, según me contaron,  vieron que de repente los dos quedaron frente a frente, midiéndose, Tavares, que iba derechito a buscarlo y Cabanillas que parecía no entender, que estaba frente a la muerte misma. Sorprendido, como si hubiese visto un fantasma errante. A eso lo contaba mi padre. Que leyó las “Crónicas de los que quedamos.” Antes de la requisa y quema.

- Hay un relato de uno de los Fontana que lo debe tener doña Irene de De León, la viuda de Epifanio De León, que murió con un cúter en la garganta, seis años después, y que dice algo así como que Cabanillas levantó las manos y que el sargento, mesmo assim, le disparó, sin piedad, ennobleciendo la actitud de uno y tirando a la mierda la del sargento del Ejército Nacional.

- Pero hay otro relato, el común que contaron quienes huyeron a salvar sus vidas y que, efectivamente, se ponen de acuerdo en que Cabanillas pedía un arma a los gritos, que decía que pongan un arma en sus manos, ¡ahora mismo carajo! dicen que gritaba y que le alcanzaron un rifle Marling, no sabemos quién fue,  y que cuando cargó un cartucho en la recámara se dio cuenta que tenía al sargento de frente, que el tipo tenía la cara pintada con barro y una pistola de uso reglamentario en su mano derecha y que le apuntaba pero que le dio tiempo al loco Cabanillas a que le apunte y le tire, y que Cabanillas, que estaba nervioso, erró el disparo y que lo último que entonces vio, seguramente, parece que fueron los dientes sonrientes del sargento, a través del barro en la cara, y que debe haber sentido el tufo maloliente de ese uniforme transpirado, orinado y manchado en sangre. Porque la bala le entró por el pecho y dicen los que estaban escondidos, que el balazo lo tiró tres metros para atrás, lejos de su blanco sombrero que rodaba por la tierra de la calle.

- Hay quienes contaban que antes de morir, después de fallar su disparo contra el después famoso sargento Cúter, que don Teófilo Cabanillas de más o menos unos sesenta y pico de años, le pidió un segundo y definitivo tiro. Y que el sargento Cúter, se agachó, sacó de su bota embarrada y llena de estiércol de las vacas, un cuchillo fino y puntudo y se lo clavó en la garganta.

- Todo eso en medio de un tiroteo, dicen que dijeron los que allí estuvieron y que ya nadie se     acuerda quién dijo. Pero todos nosotros, señor periodista, éramos muy chicos cuando todo      ocurrió.

    - Disculpe usted, que no seamos tan precisos, pasaron cincuenta años de aquello.

    - En un pueblo que no era el nuestro.


José Antonio Ibarrechea
Extraído del libro "CÚTER"
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Foto: Dámaso Perez Prado  www.thecubanhistory.com
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