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viernes, 21 de junio de 2013

CÚTER (CAPÍTULO DOS)

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CÚTER (Testimonios)

Elcíades Tapia me dijo que lo vio morir, que pensó en un momento que no se trataba de Cipriano tavares, alias cúter, el muerto, pero antes lo gritos de los matadores y lo desfigurado del rostro, mas aún la carta que evidenciaba que se trataba de él, pareció conformarse, y que con el tiempo, sus dudas se fueron diluyendo en las aguas del olvido.

- Cuando asesinaron a Don Cipriano Tavares, alias "Cúter" yo recuerdo que el día se presentaba esplendoroso, Había un sol tenue escondido entre unas nubes remolonas - decía don Elcíades Tapia, el poeta olvidado del pueblo, mientras se rascaba la espesa barba - el día estaba cálido, pero había una brisa suave que venía desde las sierras y que abanicaba a  las hojas de los árboles. A esa hora había mucha gente en la calle, como a él le gustaba ver en éste pueblo. Dicen que nadie lo había visto llegar. Ni siquiera fue reconocido mientras caminó las catorce cuadras desde la parada del ómnibus hasta llegar al umbral de la casa de Doña Beatriz. Tampoco había cambiado tanto su aspecto en estos años de ausencia, en los que le adjudicaron los crímenes simultáneos y semejantes que conmocionaron a toda la región. El parecía, cómo decirle, un vigilante perspicaz de las pertenencias ajenas. Era muy bondadoso con las suyas y era dueño de una gran imaginación. - parece buscar algo entre papeles desparramados sobre la mesa - Tenía un muy buen talante, era bastante arreglado en sus costumbres, sin inquietudes ni preocupaciones, demostraba que parecía encontrarse en una situación económica arreglada. Bien acomodada. Acá nunca lo vimos en cosas raras, ni metidos en enredos ni en trampas, menos aun, en cambalaches de mal género. Mire señor, él se comportaba sin ceremonias ni formulismos, ¿Entiende? Siempre se mostraba afable y sencillo, dispuesto para cualquier broma, porque créame, él era también un tipo divertido, con un estilo muy peculiar, muy privativo, se hacía apreciar y se distinguía por lo esmerado y elegante. Pernoctaba en el hotel Italia, tenía una habitación al fondo y comía en los otros bares y restaurantes, su preferido era el de Arquimino, acá, a la vuelta. - me señala hacia la calle donde mataron a Cúter - Él andaba sin engañar a nadie, respondía de todo sin emplear evasivas, amigo. Creo que contaba con una honradez y una integridad admirable, casi le diría que tenía por cualidad... La pureza de su alma. Mire, dada su arrogancia, su estirpe y su belleza subliminal, Creo que hizo muy bien en fijarse en Doña Beatriz, que para nosotros, era la menos pensada. 


- El informe dice que no, ¿pero usted cree que ella estaba en la casa?
- No, ella no estaba en la casa, aquel día.

- ¿Usted cree entonces que el asesinado fue realmente Cúter?
- Yo creo que Cúter era de aquellas personas que sabían ponerse a resguardo en las tempestades. Sabía lo que hacía. Acertaba en lo que buscaba. Pero bueno. Lo recuerdo cuando, una vez, me alcanzó una de sus poesías -decía don Elcíades mirando su extensa biblioteca - quizás esté guardada por allí.



Lo que en algún momento se llamó "ARQUIMINO, Proveduría General y despacho de bebidas" Hoy se presentaba como un coqueto mercado de amplias puertas vidriadas bajo el nombre comercial "Dos pesos."


- Él era de estatura mediana, bien constituido, parecía de esos tipos que nunca acusan cansancio alguno. - Me dijo don Arquimino Milicay, el dueño del almacén de ramos generales -

Su tez era de color trigueño, de cabello oscuro, con ondulaciones pronunciadas, tenía ojos marrones, penetrantes y duros que revelaban su temperamento ardiente, con esas expresiones enérgicas, frías. Pero que asimismo le daban al tipo, un carácter simpático y hasta agradable, si se quiere. Caminaba algo encorvado, con su cabeza inclinada hacia el piso, pero mostraba en sus ademanes, las voluntades que tienen los hombres de acción. Tenía el aplomo de los que saben mandar. - hizo una pausa don Arquimino - En la autopsia, le contaron dieciséis orificios de perdigonadas de escopeta, cuatro de una cuarenta y cinco y once de una ametralladora nueve milímetros. Disparados a corta distancia y todos por la espalda. El tiro de gracia fue benevolente. Se lo dieron con la cuarenta y cinco. La bala le perforó la mano derecha con la que intentó cubrirse el rostro después de ver a su asesino. El tiro final ingresó por la frente, se estrelló en los mosaicos de la vereda y arrastró en su furia, astillas de huesos, masa encefálica y esa mancha espesa se mezcló con la sangre que había en el lugar. Yo estuve allí, viendo todo apenas sentí el tiroteo salí hasta la puerta y pude ver el desenlace y le digo que excepto el tiro final, todos los orificios de entrada de las balas fueron por la espalda, glúteos y piernas. Había uno en el hueco poplíteo que le reventó la rótula y eso fue lo que lo hizo caer de rodillas. Cayó contra la puerta agujereada, totalmente destrozada y ensangrentada de la casa de la Doñita Beatriz. Giró su cuerpo lastimoso vea, y alcanzó a ver quienes lo mataban tan cobardemente. Todo porque afirmaban que él había matado a los cuatro ex guerrilleros, clavándoles un cúter en la garganta, mientras dormían cada uno en su cama y en sus casas y con los fantasmas del pasado puestos por pijama. Venganza, dijeron que fue una venganza.

- Aquí en el informe que tengo, señor Arquimino, habla de la casa destrozada..

- Por supuesto, algunas balas traspasaron la puerta de madera, se incrustaron en algunos muebles y otras en las mamposterías. Las paredes parecían picaduras de viruela. Mire, allá aquella casa ésa era la de Doña Beatriz, que la puso en venta una vez arreglada y a ella no la vimos nunca más. Quizás el cura sepa su dirección. Pero ellos no hablan, no cuentan nada, debe ser por los secretos ésos de confesión que dicen tener y que respetan.

- ¿Es verdad que él no llevaba armas?

- No, no llevaba armas. Ni de fuego ni blancas a la hora de morir. Pero le cuento, entre sus cosas se le encontró una carta para Doña Beatriz, intacta, sin manchas de sangre ni de haber sido rozada en la balacera.

- Si, aunque después algunos la niegan.

- Mire, para nosotros, eso resultaba milagroso, pero un papel blanco intacto como si fuese una carta, los auxiliares la extrajeron del bolsillo derecho del saco y se la entregaron al juez, el mismo que entró a la casa y confirmó que ella no estaba.

- ¿Usted cree que ella y él, de acuerdo a la carta, eran amantes?

- Yo opino, señor escribidor, y después de veinte años de sucedido este episodio, después de vender mi negocio a estos extranjeros, que por sobre todas las cosas, aquel tipo al que ahora llaman Cúter, que él estaba totalmente subordinado a su  misión. La de vengar. La de matar. No la de enamorarse. 
                                                                                                                      


Acompaño esta documentación  gentilmente cedida por un empleado que me pidió absoluta reserva y  anonimato.

Consta en el Juzgado: fojas 18,  Tomo 1.
La carta.

Estimada Beatriz:

                          Aquí estoy, con el consuelo de saber que he descansado en tu cama, entre tus brazos. Con el consuelo de saber que supe ser el dueño de tus momentos emocionantes y fiel  compañero de tus obstinaciones. Con el consuelo de saber que he caminado el camino más largo para amarte como te amé y aún mucho más el día de hoy, para darte aquellos besos de las buenas noches como te los di y para despertarte como tú ya sabes.

                         Aquí estoy, para que resguardemos en nuestra memoria, la historia de nuestra vida, juntos.
                           Hasta que Dios diga, en su reparto de suertes.


                                                                                                 Siempre tuyo, Cipriano.



En la puerta de la sacristía hay un cartel que reza:
                                      
                                              "Bienvenidos a la casa del señor"


(Hasta la próxima entrega)


José Antonio Ibarrechea & Al Ibarguren
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