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viernes, 10 de mayo de 2013

ROSAS ROJAS ESPARCIDAS POR AHÍ

Valdo es Valdo pero sus amigos lo saludan en la mesa del bar donde hemos llegado,  hola Valso, con "ese".
Valdo fue el dueño de cuatro cabarets de Córdoba, los que estaban en el boulevard Guzmán también, a los que la Liga de Moralidad de los años setenta les puso bombas, a ésos también, adónde iban los que tenían el corazón estropeado y el alma hecha pedazos, también. Los muchachos piolas iban allí junto con don Abraham, y los que nunca salieron con vida por incontables rencillas amorosas que quedaron firmadas y selladas con sangre, también.
Con Valdo caminamos hasta que el semáforo se pone en rojo y cruzamos la avenida más transitada de Córdoba, como si aquellas señales luminosas no existiesen, mientras los autos con el freno de mano puesto esperaban. Tomá.
-¿Viste cómo me respetan, negro? Me conocen todos. 

Hablemos de Cecilia.
- Te cuento negro, la noche que dos tipos entraron y se sentaron a tomar algo, uno de ellos había salido de la cárcel, había estado preso por no se qué cosa y se pusieron a discutir porque el otro le había querido levantar la mina, una tal Cecilia, que trabajaba conmigo, entonces yo fui y los separé porque no quería quilombo en mi local, entonces los llevé a la oficina y allí se cagaron a tiros, delante mio, hasta que uno cayó muerto y el otro se rajó a Rosario.
La llamé a Cecilia, le pagué los servicios le di una rosa roja y le dije que se fuera, que se fuera  ahora mismo. 
Nunca más la vi. 

A la peluquería donde voy la atiende un tipo que se llama Rubén.
Rubén te mira la cabeza, te la mide, hace crujir los dedos, toma la tijera y el peine y si entraste hippie, sales como un colimba de la Aerotransportada.
Rubén fuma Marlboro como yo y me cuenta que en el verano se fue de vacaciones a Brasil.
- La música brasileña me gusta para escucharla en la noche, con una negra al lado, negro.
Me dice mientras asesina mi bigote.
En aquel otro sillón atendía mi ex pareja.

Hablemos de Anabel.
- Ella era preciosa, tan dulce al principio y nos llevábamos tan bien que decidimos trabajar juntos, ella en la caja y yo cortando el cabello. Un dia, me dijo que quería estudiar peluquería para ayudarme. Estudió, aprendió  y trabajó conmigo, estuvimos dos años juntos yo llegaba temprano y ella llegaba por la tarde, que es la hora en que vienen las mujeres a cortarse y peinarse,  hasta que un día apareció cerca de las once o doce horas y entró ché, y me dijo que no quería estar más conmigo, fue hasta aquel florero que ves allá, retiró una rosa roja y se fue. Nunca más la ví.

- Ella vivía acá, negro.
Me dice Daniel, el gordo que asaba carne de ternera en el club "El Carola" -ella vivía acá - repite la misma frase varias veces- y yo la amaba. Tenía unas pequitas en la cara que la hacía más bonita, parecía una muñequita. Era frágil, chiquita, menudita, de manitos así. - Y me hace señas señalando el pimpollo de rosa roja que lleva en la mano.-
Se queda en silencio ante una vieja puerta de madera, de una vieja casa deshabitada y acomoda el pimpollo en las cerraduras oxidadas.
-Esta era mi casa, pagate una vuelta, negro.-

Hablemos de la Colorada.
¡Hey, Cara de pollo, traete dos fernet cargados! Pide Daniel, que agrega...
- Se fue con otro. Y contra eso no hay vacuna, negro.
Nunca más la ví.

Carlos, el médico que vive en el edificio, me dice que el también conoce a la doctora Susana, del Hospital Allende, Tránsito Cáceres de.
- Ella tiene el cabello cortito así,- y hace las señas con las manos para indicar el corte "carré"- Le digo que sí y le cuento que una vez fui al viejo hospital de los muñecos abandonados al fondo del patio y que hoy son fumadores y solitarios, y que ella me tomó de la mano, me llevó a su consultorio, me tomó la tensión, me llevó a otros consultorios, me hizo sacar un electrocardiograma, me hizo pasar por una sala llenas de frascos con pulmones destrozados y me radiografiaron. Que siempre, pero siempre, estuvo a mi lado.
Recuerdo que a la luz del sol la placa parecía un árbol con las ramas sin hojas y una luna asomando entre las nubes.
-Pero esa cosa que usted ve ahí, es su corazoncito, caballero.- me dijo. 
Mi corazón se parece a mi primera pelota de trapo. 
Carlos me dijo que ella sigue siendo muy agradable y que si me enfermo alguna vez, que no dude en buscarla, porque todavía está allá.
- Andá sin falta negro.- me decía en el ascensor.

Hablemos de la doctora Susana.
La última vez que la visité, fue allá por el año cuarto del siglo veintiuno, estaba sentada en el borde de su escritorio, en una pose seductora y elegante.
Flaca, con las piernas cruzadas y de pollera corta, esgrimía una lapicera Byc sobre un formulario  R/p, entonces levantó la vista y me vio.
Se puso de pié y me dijo que no fume más.
A ver si les puedo explicar mejor.
Resulta que aquella mañana yo le había llevado una rosa roja del tamaño de mi corazón, con toda la intención de conocer los latidos del suyo. Al recibirla, me dijo sonriente.
- Con una condición, mi querido amigo, que no fumes más, ¿de acuerdo negro?
Recuerdo que me dio un beso inolvidable en la mejilla y la rosa roja quedó deshojándose en un vasito de plástico descartable. 
Nunca más la vi.

diceelwalter@gmail.com




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