Si
me preguntan en qué lugar de Córdoba vivo, señoras y señores les digo que vivo
en el lado bueno.
Sepan que el lado bueno tiene dos avenidas que se cruzan
y se sacan chispas, como gallos de riña, la mía, donde yo vivo se hace calle justo
en esa esquina.
La mujer más linda del mundo, para llegar al
lado bueno, donde yo vivo, se toma un colectivo, se baja, a una cuadra y me
llama por teléfono.
Mejor voy a buscarte nena, aquí una sonrisa puede
encandilarte.
Las
sonrisas se dan de vuelto en los quioscos y demás comercios. Las monedas y los
caramelos están para otra cosa, aquí, en el lado bueno.
Les
paso un dato, al frente de la parada del colectivo que trajo a la mujer más
linda del mundo a mi departamento, hay una panadería, al lado de la panadería
sobre la vereda que lleva al río, hay un almacén, del otro lado, otro almacén y
otro quiosco.
La
señora de la panadería me dijo que si yo le volvía a sonreir así, me pagaba un
café, en el lugar que yo eligiese dentro del ejido urbano de Córdoba capital,
claro está, y me agradeció por el cambio, llamándome guapo.
Si
me preguntan de nuevo que lugar es ése exactamente, les responderé que se trata
del lado bueno de Córdoba, ni más ni menos.
Y
si me preguntan que deseo antes de morir, responderé que deseo ser yo, quién da las órdenes a los matadores de turno.
¡Fuego!
Vivir
en el lado bueno, hace que de vez en cuando me den algunas morriñas
escandalosas, unas estremecedoras nostalgias y hasta a veces unas conmovedoras
saudades.
Sucede,
señoras y señores, que algunas personas que juraron acompañarme hasta que sea
viejito, figuran en la planilla como ausentes con aviso, sin aviso algunas más,
y otras están sin causa justificada.
Posiblemente,
y luego de tomar el debido conocimiento
en el libro de quejas adjunto, argumentarán en sus descargos que “Por sus
ínclitos menesteres, recurrentemente, se les pasó por alto, llamarme y
preguntarme afligidos y casi compungidos por cómo es que me siento, que cómo es
que estoy y otras menudencias agradables por el estilo" Al citado dicho lo encontré en el libro de doña Soledad.”
Aún
viviendo en el lado bueno, estas desatenciones manifestadas, hacen que recurra
presuroso a rozarme con las confrontaciones, a mostrarme polémico y porqué no,
a protestar por simples morondangas.
Salvo
una excepción, aquella personita que desde su barrio, observa las oscuras
manchas en la luna, lee las señales de
humo que salen desde este octavo piso, comprende su desatino, y se baña, se
cambia, se perfuma con Lancöme, sube al colectivo y se baja al frente de la
panadería que está al lado de los almacenes, carga la tarjeta, para la vuelta,
por las dudas y me llama por teléfono.
Si
ustedes me preguntan cuántas mujeres pasaron por mi vida, bajo pena de cárcel
perpetua si miento, llévenme marlboros a la celda. No cuento nada.
Si
ustedes me preguntan a quién de todas amé más, bajo pena de morir fusilado si
miento, dejen que yo ordene al pelotón que abran fuego. Pues no hablo.
Si
ustedes me preguntan a quién le hice el regalo más lindo de todos mis regalos,
señoras y señores, voy a tararearles una canción. Ella
la bailaba llorando con la cabeza rubia apoyada en mi pecho. Ella sabía que la
compuse para ella. Ella sabía que esa música era ella misma.
Lean
con atención y no se olviden la letra:
Lalaaa
ra, lalaaa ra. Lalara lalara, lai lai ra rá.
Y
nada más, porque como ustedes sabrán, yo vivo en el lado bueno.
Y
en una de ésas, por las dudas. Quién sabe, su nombre se me escapa dormido.
Si ustedes me preguntan a quién me
hubiese gustado parecerme.
Ahí
sí, basta de balaceras. Yo hubiese querido ser más negro y más famoso, como mi
ídolo, un actor Norteamericano llamado Arthur “Dooley” Wilson.
¿Cómo
que quién es Dooley Wilson?
A
ver señoras y señores, hagan memoria.
Dooley
es el negro que toca el piano en el bar de Rick, mientras se escucha este
diálogo:
Yvonne:
¿Dónde estuviste anoche?
Rick:
Fue hace tanto tiempo que no me acuerdo.
Yvonne:
¿Y Te veré esta noche?
Rick:
Nunca hago planes con tanta anticipación.
¿Siguen
sin acertar? Bueno carapálidas, les mando otra ayuda. Dooley interpreta a un
pianista que se llama Sam y toca en el piano la mejor canción de Herman Hupfeld… “Según pasan los años.”
Bueno, una última ayuda, estimados socios del Club de los corazones destrozados.
Humprey
Bogart se le acerca y le dice “Tócala de nuevo, Sam” (según parece muy mal
traducida)
Yo
quería parecerme a Dooley Wilson, que en
un ratito pasó a la gloria del cine y se hizo inolvidable.
Oye
muñeca, tu sabes que yo seré un ser inolvidable.
Por
eso, la mujer más linda del mundo me dice que jamás me podrá olvidar, lo hace
después de cenar y envuelta en un aura blanquísima, se va.
Para salir del lado
bueno, ella besa y aprisiona la rosa roja que le regalé, así sube al colectivo,
sonriente, así se baja y me llama para decirme que está bien, y que la rosa, en
un florero, descansa alegre. Eso es ser una dama!
Y
entonces, después de eso, yo me asomo por el balcón, y miro hacia allá abajo.
En las esquinas, las luces rojas están encendidas y los autos se paran. Se
prenden las luces verdes y los autos arrancan.
Acaso.
¿No es maravilloso vivir en el lado bueno?
Ibarrechea
diceelwalter@gmail.com
ResponderBorrarAdore Casablanka.Adore this melody. Eleonora Skomorovskaya.