Testimonio de Gervasio Moyano, sobre el asesinato de Cipriano Tavares (alias Cúter.)
Él supo por su madre que estaba condenado a vivir
una vida llena de ingratitudes, decía.
Contaba que cuando apenas tenía seis años y montaba
por primera vez un caballo, tuvo su primer gran golpe.
Decía que con el paso del tiempo se fue
convirtiendo en un buen jinete como su padre.
Pero para sorpresa de muchos de
los conocidos, no había caído en las tentaciones de los juegos viciosos ni en
las locuras del alcohol. Tal es así que se presentó sin mayores inconvenientes
en el Distrito Militar cuando fue citado por Cédula para cumplir el Servicio
Obligatorio en los Cuarteles.
Pero que justo en ese mismo año se le dio a los cabrones
de sus jefes hacer la Revolución que
derrocó al Gobierno Conservador con el que había pactado el Comandante de Peremerimbé y que entonces se hizo desertor y que volvió a su
rancho uniformado. Dijo que no hubo tiempo para andar contándole esas cosas a su
madre, pues ella estaba haciendo todas las tareas del hogar porque su bendito padre
estaba encarcelado por unas cuestiones de límites entre campos.
Gervasio Moyano fue apresado por la Milicia una
mañana que ordeñaba a las vacas con el birrete militar puesto.
Dos años después volvió nuevamente, esta vez con el
rostro cambiado, mostrando fuertes facciones que marcaban claramente la rudeza del
tiempo, y hasta su misma respiración sabía a fuertes aromas de alcoholes
nocturnos, causando una gran aflicción a su madre, pronta a una cierta ceguera.
Dijo que le habló entonces a su madre que sus
anhelos eran no salir nunca más de aquel páramo seco y espinoso por las faltas
de lluvia.
Años más tarde enterró a sus padres, en silencio.
Le asignaron una parcela al fondo del
cementerio.
Primero fue a doña Jacinta, que murió vestida de
mujer triste y luego a su padre Gervasio, que había pasado gran parte de su
vida en distintas prisiones por abigeatos.
Y que supo más adelante, por una aparición calma y sencilla en sus
sueños, que estaba destinado a no conocer mujer casamentera que pudiera
engendrarle un hijo que se llame Gervasio, y así fue pasando su tiempo entre
pequeños trabajos mal remunerados y largas noches de fin de semana con vino y
apariciones asombrosas.
Una vez vio un hombre grande vestido como los sargentos en fiestas patrias, descender de las ramas
del algarrobo, y contaba que este tipo caminaba entre los perros dormidos, mirándolo fijamente y que entonces pensó que se moriría pronto.
Dijo que fue hasta el cementerio al día siguiente y
habló con sus muertos. Les previno que le faltaba poco, y que por eso se compraría
un buen traje porque - les explicó- que hay que morirse con dignidad y
pasearse entre celebridades que en el Cielo debían abundar.
A veces en las noches febriles se levantaba ante el
espantoso estruendo del paso de las caballerizas y carretas que llevaban a los
virreyes por el camino Real y a los hermanos Reyna disparando sus armas de
fuego en un tropel bullicioso.
Todos coincidían que tenía los mismos sueños de su
padre, del abuelo de su padre, y del abuelo del abuelo de su padre.
Nadie le creyó por esa razón, cuando dijo haber
visto la noche del domingo posterior a la parranda del pueblo, que abrió
solemnemente el cura Aparicio desde el campanario, al hombre vestido de traje
marrón que caminaba y saltaba algunos alambrados cerca de su rancho, ni
que sus perros siempre feroces y hambrientos, le ladraron al extraño.
Dijo también, que lo recordaría siempre por
su elegante sombrero y porque llevaba una valija que desprendía un fuerte olor
a rosas, que impregnaba todo su campo, como una brisa del norte, que se metía
entre sus viejos papeles y se depositaron en el retrato de su madre, por varios
días. Afirmaba.
Pero la más asombrosa declaración, la que ya nadie le
creyó, fue cuando le dijo al juez que una noche se le apareció aquel hombre de
sombrero elegante, en harapos malolientes de sangre y pólvora. arrastrando su
pierna derecha doblada al revés y tapándose la cara con las manos cuarteadas de
sangre seca.
- Yo soy Cúter amigo, no me he muerto todavía, dijo que le
decía....
Derechos reservados prohibida su publicación total o parcial sin nombrar la fuente y al autor.
José Antonio Ibarrechea.
Extraído del libro "Cúter"
diceelwalter@gmail.com
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