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viernes, 31 de mayo de 2013

ELLA ESTABA SENTADA EN UNA VIEJA POLTRONA DE MADERA Y MIMBRE


 Ella estaba sentada en una vieja poltrona de madera y mimbre abarquillado, en un rincón penumbroso de la sala, que tenía sobre sus muebles raros objetos que me parecieron mágicos. 

Ella comenzó su relato con cierto desánimo, como si lo hubiese repetido mil veces a mil personas distintas durante estos últimos veinte años.

Mi nombre es Facundo Arenas y soy periodista –le dije-
- Yo soy Ofelia Olivia Ortigoza, y algo te puedo contar sobre Cúter, puedes sentarte si quieres.

Me senté en la primera silla que encontré, adivinando por el sonido de su voz que estaba a varios metros de mí.

- Cúter era una persona afable – empezó a hablar antes que le pregunte algo – él abemolaba su voz, especialmente cuando nos hablaba a nosotras, las mujeres. Tenía esa inconfundible fragancia que tienen los machos, esa altanería propia de los que se sienten seguros. Buen hombre, era un buen hombre. A mí me gustaba seguirlo con la mirada por todo el hotel, esperaba que saliese, esperaba que volviese, saludaba con una sonrisa encantadora y cerraba la puerta tras de sí. Cuando bajaba a comer, siempre lo atendía yo, le gustaba sopetear el pan en las salsas y el caldo, y comía mucho beicon frito con huevos y café negro en el desayuno, una vez me contó que esa costumbre la había adquirido en un pueblo que ya no está más, que se llamaba Peremerimbé y yo entonces le dije que tenía una foto donde salgo pequeña, muy pequeña, al lado de un cura medio loco que trajeron de no sé dónde sus hermanos, porque decían que se había enfermado picado por los mosquitos tsé tsé, decían. Y que él en su locura  también andaba diciendo que en ese pueblo las mujeres volaban. A mi me asustaba con sus pelos duros y negros y con eso de que se le había dado por tomar la misma agua de los caballos. Entonces él me preguntó si se trataba de Arnulfo Sepúlveda y yo le pregunté a mi madre y mi madre me dijo que le dijera que sí. Entonces Cúter me dijo que el cura no estaba loco, que si hay mujeres que vuelan. Y me pellizcó la cara. Me fui enamorando de él, no sé si de repente, pero tenía un ansia grande de él, de sus cosas, de su cuerpo.

- Cuénteme de la última noche de Cúter en el pueblo.

- Él caminaba entre las mesas dispuestas en la plaza del Pueblo. Parecía despedirse en cada saludo espontáneo y lanzado al azar, entre toda esa gente que apenas lo había visto.
Lucía hermoso. Se había puesto un terno de color tabaco, una camisa blanca que yo misma le había planchado la tarde anterior y una fina corbata de seda marrón.
 Lucía hermoso, de verdad. Eran nuestras fiestas patronales y tocaban  las orquestas de  Los Tico Tico Good Show y la del gran Tito Castañares y los Románticos de la Rumba en el escenario que había. Te cuento que desde temprano había puestos donde se expendían bebidas, fritangas y carne asada, dulces, globos, serpentinas y estampitas. Era un día maravilloso, sin borrachos ni disputas callejeras, y hasta la policía parecía festejar el acontecimiento que el mismo cura don Alfonso Pietri, bendijo desde el campanario, antes de la suelta de las palomas y del estridente sonar del carillón. Yo lo vi. Lo vi siempre, vestido elegantemente, bebiendo hasta más no poder, saludando efusivamente a los paisanos, manteniendo una postura digna, agradable.
Yo ya lo amaba, lo amaba intensamente, lo necesitaba, lo ansiaba. Y él, estaba allí, a solo unos pocos pasos míos, caminando entre las mesas, con su sonrisa encantadora, con sus manos aplaudiendo al final de cada canción, incitando a todos a pedir otra más, y otra más. Vivaba a Tito Castañares y al gordo Bolo Valladares, el timbalero, sacándose el sombrero. Si, Facundo, a él, la música le gustaba. Pero hubo algo que me llamó la atención. En el momento en que no aguanté más y me levanté para buscarlo y decirle que baile conmigo una canción que estaba de moda, y que escuchábamos por la radio, lo vi perderse entre todos y volver al hotel de mi madre, lo vi cruzar la calle y me quedé mirándolo, sin saber qué hacer, me di vuelta hacia el escenario porque el presentador anunciaba que ahora Tito Castañares y su orquesta interpretarían “No sé porqué “ y volví a buscarlo con la vista, hasta que de repente vi su silueta a trasluz por la ventana, vi que apagó la luz de la habitación donde estaba alojado y me hirvió la sangre, me llené de furia y dejé la plaza. Caminé decidida entre la gente, casi a los empujones, me fui abriendo paso, crucé la calle y entré decidida por el zaguán, mi madre no estaba en el mostrador ni en la cocina, entonces subí las escaleras que llevan a las habitaciones y mientras lo hacía, iba apagando las luces y desvistiéndome, arrojando mis prendas a cada paso, hasta llegar a la puerta de su habitación totalmente desnuda, totalmente desquiciada, sin razón. Totalmente loca, puramente enamorada.Y allí estaba él. Desnudo, dormido y quieto, bajo una nube de mosquitos molestos. Cerré los postigos y las cortinas de tul y me acosté a su lado. Entonces pareció reaccionar y sus manos tomaron mi cuello como una áspid, luego sus dedos tocaron suavemente mi cara, mi pelo, mis pechos, recorrieron todo mi cuerpo sin detenerse, hasta llegar a los tobillos. Yo me retorcía de placer, gemía, y con un simple gesto tomo mi cabeza y la condujo hacia donde él quiso.

- Mi madre tenía los discos de Tito Castañares y recuerdo que a ella le gustaba esa canción, señora Ofelia.

- Yo también la tengo, ya la vamos a escuchar. Lo recordaremos así.

- ¿Es verdad que la policía la despertó?

- Fue una alcaldada muy grande eso que hizo la policía ciudadana de venir a meter las narices aquí, con las calles y la plaza abarrotadas de gente, buscándolo a él, entonces me rebelé y me asomé por la ventana mostrándome totalmente desnuda, hasta hice un minuto de silencio por la muerte de mi virginidad y algo les grité, no recuerdo qué, pero algo les grité y todos rieron. Después mi madre me abofeteó, me dio de cachetadas por la vergüenza que pasaba y me trataba de desquiciada. Me encerró en mi cuarto, a oscuras, a solas con la foto del cura loco. No sé si vos sabes de casualidades, pero ése cura Arnulfo, murió de viejo meses después que asesinaran a Cúter. Justo cuando andaba un circo por aquí mostrando a una mujer que volaba sobre un burro.

- El circo del pequeño Didú.

- Sí, ese mismo enano pervertido.

- ¿Cómo conoció a la señora Beatriz?

- Ella vino a éste pueblo, con ese aire de grande señora que quería ostentar. Aparentaba no tener ni una pizca de mácula alguna. Pero para mí era una mujer abyecta, qué sabía cómo satisfacer a un hombre, y eso, querido, sólo lo saben las putas expertas, que ponen cara de ovejas que las están esquilando para pasarla bien. Pero yo desobedecí a mi madre al enterarme que ella se había alojado en el hotel, un día después que él se fue. Durante ése tiempo, desde la golpiza por mis calenturas, hasta que salí, me habían tenido a infusiones abortivas. El lunes al mediodía, mi madre entró a mi cuarto y me dijo que habían matado a mi hacedor y que la rubia de su mujer estaba alojada en el mismo cuarto y que la policía ya la vendría a buscar, porque tenían claros indicios para detenerla, dijeron. Fueron unos minutos descabellados y tuve en esos momentos, una serie de pensamientos inapropiados, propios de mi edad. Salí corriendo furiosa, subí los escalones hasta las plantas altas y entré alocadamente a su cuarto, al cuarto de mi amado. – hace una pausa en su relato la señora Ofelia, y se sirve té negro en hebras, lo toma pausadamente, en pequeños sorbos. Yo la aguardo en silencio, tratando de entender los objetos mágicos de los muebles.-

- Recuerdo, Facundo, que al entrar le puse la traba a las fallebas, y que ella estaba sentada en la cama con la misma valija de Cipriano, o sea, Cúter, cómo empezaron a llamarlo, digo que era la misma valija porque estaba llena de cartas, todas dirigidas hacia ella y que la muy zorra estaba contestando una por una, fecha por fecha. "Estoy esperando a mi marido," me dijo con una cara de susto que ahora me dan ganas de reírme. Pero en ése momento pensé en matarla, en asfixiarla con mis manos, en arrojarla a la cama y quitarle toda la ropa hasta dejarla en su mayor desnudez y saber qué carajo tenía ella que yo no tuviese, y arrancarle a mordiscones cualquier vestigio, de Cúter sobre su piel. Quería poseerla, quería hacerla mía, quería que esa mujer de unos veinte años mayor que yo, me muestre el secreto que tenía entre sus piernas para atrapar a un hombre que no le tenía miedo a la muerte por ella. Zorra.- Hizo otra pausa la señora Ofelia y terminó de tomar el té. Entonces acercó su cara a la lámpara tenue y pude ver el rostro de una mujer hermosa, aún en su flaqueza, aún en su debilidad de mujer que es arrastrada por el cáncer de mamas.-

- ¿Quiere, señora Ofelia, que sigamos en otra oportunidad?

- No sé cuánto tiempo me queda. – me dijo desde la languidez de su voz.

- ¿Recuerda algo que ella le haya dicho?

- Me dijo que, estuvo pasando las manos por todo aquel lugar que ella creía que él había tocado, la mesa, las sillas, los grifos del baño, las cortinas. Me dijo que quería dormir y soñar lo que él había soñado en aquel cuarto, y bueno esas cosas. Ahora ayúdame a levantarme.

Caminé en la penumbra de la sala y la tomé de los brazos. Ella era una mujer delgada, elegante, dispuesta, de cabello entrecano.
Sola, sin necesidad de ayuda, fue hasta el tocadiscos y lo encendió. Los objetos adormecidos sobre los muebles, parecieron recobrar la vida y el brillo que alguna vez tuvieron y las luces tenues, ahora iluminaban todo, desde la poltrona hasta los floreros y los cuadros colgados de las paredes. La vi poner un disco y la música me pareció familiar. Y entre las sillas y la mesa de la sala, empezamos a cantar y yo golpeteaba con mis dedos la madera de la mesa como si fuese el Bolo Valladares y luego me tomó de los brazos, solté mis apuntes y mi lapicera timbalera y bailé y canté con ella esta canción.

Si a mí me gusta el ron Cubano.
Y beber vino Argentino.
Si me gusta fumar un buen cigarro.
Y saborear el pisco Peruano.

¡Ay! No se porqué…
No sé porqué
Tú sigues a mi lado.
No se porqué

Si a mi me gusta ir a bailar temprano.
Y de los Argentinos el tango.
Danzar un samba Brasileiro.
Y la cumbia de los Colombianos.

¡Ay! No sé porqué…
No sé porqué
Tú sigues a mi lado
No sé porqué!

Si a mi me gustan todas las mujeres.
Como volver de madrugada.
Si a mi me gusta el café caliente.
Como me gusta verte enojada.

¡Ay! No sé porqué…
No sé porqué
Tú sigues a mi lado
No sé  porqué e é.

Reimos y volvimos a sentarnos. Entonces me di cuenta que había un pequeño mono de alambre que golpeteaba platillos de bronce, que varias muñecas habían recobrado vida a través de las cuerdas, que el reloj, había vuelto a funcionar y que las flores de los floreros renacían en brillo, color y perfume. Y que ella misma parecía rejuvenecer. Hasta que apagó el tocadiscos y todo volvió a la penumbra y al silencio. 

Ella ya estaba nuevamente sentada en la vieja poltrona de madera y mimbre.

Así recuerdo a la señora Ofelia, despidiéndome con el ritmo de aquella canción en mis oídos. 

Yo iba llegando a la puerta cuando me dijo que aún le faltaba algo para decirme. 

Di la vuelta y nuevamente me senté a su lado.
- Cuénteme- le dije.

 J.A. Ibarrechea & Al Ibarguren


Fin de este capítulo.
Extraído del libro "CÚTER" autores Ibarrechea - Ibarguren
Próxima entrega a fines de Junio.
® Todos los derechos reservados. Registro de la Propiedad Intelectual.

EL LADO BUENO




Si me preguntan en qué lugar de Córdoba vivo, señoras y señores les digo que vivo en el lado bueno.

Sepan que el lado bueno tiene dos avenidas que se cruzan y se sacan chispas, como gallos de riña, la mía, donde yo vivo se hace calle justo en esa esquina.

 La mujer más linda del mundo, para llegar al lado bueno, donde yo vivo, se toma un colectivo, se baja, a una cuadra y me llama por teléfono. 
Mejor voy a buscarte nena, aquí una sonrisa puede encandilarte. 

Las sonrisas se dan de vuelto en los quioscos y demás comercios. Las monedas y los caramelos están para otra cosa, aquí, en el lado bueno.
Les paso un dato, al frente de la parada del colectivo que trajo a la mujer más linda del mundo a mi departamento, hay una panadería, al lado de la panadería sobre la vereda que lleva al río, hay un almacén, del otro lado, otro almacén y otro quiosco.

La señora de la panadería me dijo que si yo le volvía a sonreir así, me pagaba un café, en el lugar que yo eligiese dentro del ejido urbano de Córdoba capital, claro está, y me agradeció por el cambio, llamándome guapo.

Si me preguntan de nuevo que lugar es ése exactamente, les responderé que se trata del lado bueno de Córdoba, ni más ni menos.

Y si me preguntan que deseo antes de morir, responderé que deseo ser yo, quién  da las órdenes a los matadores de turno. ¡Fuego!

Vivir en el lado bueno, hace que de vez en cuando me den algunas morriñas escandalosas, unas estremecedoras nostalgias y hasta a veces unas conmovedoras saudades.
Sucede, señoras y señores, que algunas personas que juraron acompañarme hasta que sea viejito, figuran en la planilla como ausentes con aviso, sin aviso algunas más,  y otras están sin causa justificada.

Posiblemente, y luego de tomar  el debido conocimiento en el libro de quejas adjunto, argumentarán en sus descargos que “Por sus ínclitos menesteres, recurrentemente, se les pasó por alto, llamarme y preguntarme afligidos y casi compungidos por cómo es que me siento, que cómo es que estoy y otras menudencias agradables por el estilo" Al citado dicho   lo encontré en el libro de doña Soledad.”

Aún viviendo en el lado bueno, estas desatenciones manifestadas, hacen que recurra presuroso a rozarme con las confrontaciones, a mostrarme polémico y porqué no, a protestar por simples morondangas.

Salvo una excepción, aquella personita que desde su barrio, observa las oscuras manchas en la luna,  lee las señales de humo que salen desde este octavo piso, comprende su desatino, y se baña, se cambia, se perfuma con Lancöme, sube al colectivo y se baja al frente de la panadería que está al lado de los almacenes, carga la tarjeta, para la vuelta, por las dudas y me llama por teléfono.

Si ustedes me preguntan cuántas mujeres pasaron por mi vida, bajo pena de cárcel perpetua si miento, llévenme marlboros a la celda. No cuento nada.

Si ustedes me preguntan a quién de todas amé más, bajo pena de morir fusilado si miento, dejen que yo ordene al pelotón que abran fuego. Pues no hablo.

Si ustedes me preguntan a quién le hice el regalo más lindo de todos mis regalos, señoras y señores, voy a tararearles una canción. Ella la bailaba llorando con la cabeza rubia apoyada en mi pecho. Ella sabía que la compuse para ella. Ella sabía que esa música era ella misma.
Lean con atención y no se olviden la letra:
Lalaaa ra, lalaaa ra. Lalara lalara, lai lai ra rá.
Y nada más, porque como ustedes sabrán, yo vivo en el lado bueno.
Y en una de ésas, por las dudas. Quién sabe, su nombre se me escapa dormido.

Si ustedes me preguntan  a quién me hubiese gustado parecerme.
Ahí sí, basta de balaceras. Yo hubiese querido ser más negro y más famoso, como mi ídolo, un actor Norteamericano llamado Arthur “Dooley” Wilson.
¿Cómo que quién es Dooley Wilson?
A ver señoras y señores, hagan memoria.
Dooley es el negro que toca el piano en el bar de Rick, mientras se escucha este diálogo:
Yvonne: ¿Dónde estuviste anoche?
Rick: Fue hace tanto tiempo que no me acuerdo.
Yvonne: ¿Y Te veré esta noche?
Rick: Nunca hago planes con tanta anticipación.
¿Siguen sin acertar? Bueno carapálidas, les mando otra ayuda. Dooley interpreta a un pianista que se llama Sam y toca en el piano la mejor canción de Herman Hupfeld… “Según pasan los años.”

Bueno, una última ayuda, estimados socios del Club de los corazones destrozados.
Humprey Bogart se le acerca y le dice “Tócala de nuevo, Sam” (según parece muy mal traducida)
Yo quería parecerme a Dooley Wilson, que  en un ratito pasó a la gloria del cine y se hizo inolvidable.

Oye muñeca, tu sabes que yo seré un ser inolvidable.

Por eso, la mujer más linda del mundo me dice que jamás me podrá olvidar, lo hace después de cenar y envuelta en un aura blanquísima, se va. 

Para salir del lado bueno, ella besa y aprisiona la rosa roja que le regalé, así sube al colectivo, sonriente, así se baja y me llama para decirme que está bien, y que la rosa, en un florero, descansa alegre. Eso es ser una dama!

Y entonces, después de eso, yo me asomo por el balcón, y miro hacia allá abajo. En las esquinas, las luces rojas están encendidas y los autos se paran. Se prenden las luces verdes y los autos arrancan.


Acaso. ¿No es maravilloso vivir en el lado bueno?

Ibarrechea
diceelwalter@gmail.com

viernes, 24 de mayo de 2013

5229

Dibuja su serpenteante figura, el rayo,
que del impetuoso cúmulo cae.
Voy en busca de calor y abrigo,
necesitado encuentro con mis seres queridos.

Es de noche y acelero el paso.
Las gotas de lluvia se hacen torrente.
Y la suave caricia que refresca tierra y cemento,
de pronto se convierte en un frío, espantoso y violento.

Llego y la observo, erguida y gris,
casona antigua de aberturas color verde.
Iluminada a veces,
por la luz que la tormenta enciende.

Me apoyo en su alféizar, exhausto y agitado.
Reclamo entre sus formas cierto amparo.
Y entonces golpeo, vehementemente,
la gruesa aldaba, todas las veces.

Penetra el sonido del bronce
por la triste puerta.
Se expande en sus goznes,
recorre escaleras y trepa por las paredes.

Resisten los balaustres del balcón,
como guerreros valientes.
Los alocados embates del ventarrón,
en su alborotadora furia, estoicamente.

El agua que sobre ella se ensaña,
filtrándose por las pequeñas hendiduras de la azotea herida, 
que aún conserva en su cimero, orgullosa,
el cornisamiento estiloToscana.

Sé que allá arriba, el belvedere domina.
Desde el cornijal y el adarve,
hasta abajo, en la vieja vereda de baldosas acanaladas.
donde hay una vieja columna, hecha de árbol Acacia.

Tiene este por capitel sus ramas.
Y su tronco de base astragalada.
Pero nadie desde adentro contesta.
No atienden mi llamada.

Busco nuevamente la vieja aldaba de bronce.
Golpeo muchas veces y cada vez más fuerte.
Bajo la placa blanca, 5229
El gastado picaporte no se mueve...

El cielo se ilumina, mostrándome la figura
de las embravecidas nubes de nimbus.
Al final, ya rendido, apoyo mi espalda en la puerta,
las charnelas se mantienen quietas.

Me dejo caer, hasta quedar sentado,
sobre el mármol del umbral, agotado.
Pero a tiempo para ver asombrado,
el oscuro fondo del cielo encapotado.

Atraviesa el aire otro rayo,
en busca de algún punto de impacto.
Y estalla el rugido del trueno anunciando
que aquí ya no están, mis hijos se han marchado.















Jose Antonio Ibarrechea
Copyright 2004
diceelwalter@gmail.com 

GALLITOS DEL AIRE

Zamba Argentina
"Gallitos del aire"
Autores: Argentino Luna y Quique Ponce




viernes, 17 de mayo de 2013

JUEVES

En un prolijo bar de la avenida Santa Fé, conversamos con algunos amigos sobre la posibilidad cierta de que regrese al Transporte de pasajeros, teniendo en cuenta las estadísticas de cortes de boletos durante mi gestión. 
Les respondí que aún mi decisión no estaba clara al respecto.
Pero tomé nota de algunas sugerencias que me hicieron llegar para desatar este nudo que hoy representa este servicio.
Como por ejemplo el color de las distintas líneas, ya que argumentaban que, el corredor azul viene pintado de celeste y el amarillo lo hace de color anaranjado.

Y que hay un trolebús A y un colectivo A, apenas diferenciado porque uno es conducido por una mujer y otro por un hombre. Del mismo modo, me hablaban de que solo va identificado adelante y no en los costados ni atrás. Así sucesivamente se fueron incrementando algunas apreciaciones, a las que, con calma asombrosa fui contestando, o mejor dicho tratando de explicar lo inexplicable. 

Creo que todos los actores representantes no fueron invitados, ni siquiera el ya famoso plan director, en esta licitación. - Les dije.- No se trata solo de licitar por licitar. No hemos tenido en cuenta que primero hay que solucionar un tema fundamental. La cantidad de unidades en la calle y tejer como una telaraña nuevos recorridos. No puedo ver a doña Rosa caminar siete cuadras para tomar un colectivo que la lleve al centro. Ni puedo dejar a las empresas con recorrido interurbanos, afuera del sistema. 

Los cordobeses somos graciosos.
Sostenía uno de mis amigos, que el problema está en el tránsito, en las señaléticas, en el tráfico infernal de autos y motos, a lo que sugería tener una solución impecable. Los dias lunes, miércoles y viernes, entran los coches con patentes pares, el resto las patentes impar.
O sino, los conductores nacidos bajo el signo de Aries, Capricornio y cáncer tal día, y así sucesivamente, no descarta que los zurdos lo hagan los viernes y los diestros de lunes a jueves. Y para tapar los baches, utilizar la mano de obra de los presos, porque los municipales estarán seguramente de asamblea informativa por los dichos del blog Pasen y Vean.
Eso somos los cordobeses cuando caemos en desgracia, nos reímos de nosotros.


Pero hoy es jueves.
Normalmente los jueves escribo lo que aparece el viernes en este blog.
Quería escribir sobre una pequeña reunión en una escuela a la que fui invitado para contarles  uno de mis cuentos, a un pequeño grupo de veintisiete alumnos de ocho a diez años, que permanecían mirándome, con una hoja en blanco y un lápiz en las manos. Ellos debían interpretar con un dibujo, lo que yo les contase. Les explicaba la señorita maestra.
Entonces les hablé del pequeño Dags, el marinerito que subió al barco que impulsado por los vientos empezó a alejarse del puerto y que empezó a despegarse del agua y a levantar vuelo y que todos desde tierra miraban como se convertía en un punto oscuro y lejano que surcaba el cielo y que nunca más vieron. Oye niño, vuela, imagina, piensa, no te detengas.
Al finalizar, algunos granujas miraban hacia el cielo buscando el barco del pequeño Dags.
¿Porqué se llamaba Dags?¿Cómo se escribe, Dags?¡Era de otro planeta!¡Aquí los barcos no vuelan!¿No ves que es solo un cuento?
Otros, dibujaban y uno, uno solo, me dijo que cuando sea grande, el también quiere contar cuentos, eso me dijo, y me abrazó ante la atenta mirada de su maestra.
El Jueves que viene les cuento sobre un muñeco de nieve feliz, muy feliz.


Pero hoy es Jueves.
Los Jueves me gusta escuchar música, mientras preparo la cena.
Voy a poner un tema de Consuelo Velázques. 
"Franqueza"
Perdona mi franqueza que tal vez suene a descaro / yo se que voy a herirte por decirte lo que pienso / Espero que comprendas que es mejor / que hablemos claro / debemos separarnos porque amor ya no te tengo / Tu puedes encontrar lejos de mi quien te comprenda / yo se que no te puedo hacer feliz aunque pretenda / Tu siempre me pediste la verdad fuera cual fuera / Hoy debes admirar la realidad aunque te hiera / no quiero darte más desilusiones es preferible así, el tiempo lo dirá / Te ruego nuevamente me perdones y no quieras hacer aclaraciones / Tu puedes encontrar lejos de mí quién te comprenda / Y yo se que no te puedo hacer feliz, aunque pretenda.

El viejo Ibarrechea que llevo adentro de mi almita, abre una botella de vino malbec.
El niño Ibarrechea que llevo adentro de mi almita, mete las manos en los bolsillos, saca cinco piedritas encontradas en las veredas, y se pone a jugar a la payana.


diceelwalter@gmail.com



CONDENADO A VIVIR UNA VIDA LLENA DE INGRATITUDES



Testimonio de Gervasio Moyano, sobre el asesinato de Cipriano Tavares (alias Cúter.)

Él supo por su madre que estaba condenado a vivir una vida llena de ingratitudes, decía. 

Contaba que cuando apenas tenía seis años y montaba por primera vez un caballo, tuvo su primer gran golpe.

Decía que con el paso del tiempo se fue convirtiendo en un buen jinete como su padre. 

Pero para sorpresa de muchos de los conocidos, no había caído en las tentaciones de los juegos viciosos ni en las locuras del alcohol. Tal es así que se presentó sin mayores inconvenientes en el Distrito Militar cuando fue citado por Cédula para cumplir el Servicio Obligatorio en los Cuarteles.

Pero que justo en ese mismo año se le dio a los cabrones de sus jefes hacer  la Revolución que derrocó al Gobierno Conservador con el que había pactado el Comandante de Peremerimbé y que  entonces se hizo desertor y que volvió a su rancho uniformado. Dijo que no hubo tiempo para andar contándole esas cosas a su madre, pues ella estaba haciendo todas las tareas del hogar porque su bendito padre estaba encarcelado por unas cuestiones de límites entre campos.

Gervasio Moyano fue apresado por la Milicia una mañana que ordeñaba a las vacas con el birrete militar puesto.
Dos años después volvió nuevamente, esta vez con el rostro cambiado, mostrando fuertes facciones que marcaban claramente la rudeza del tiempo, y hasta su misma respiración sabía  a fuertes aromas de alcoholes nocturnos, causando una gran aflicción a su madre, pronta a una cierta ceguera.

Dijo que le habló entonces a su madre que sus anhelos eran no salir nunca más de aquel páramo seco y espinoso por las faltas de lluvia.
Años más tarde enterró a sus padres, en silencio.
Le asignaron una parcela al fondo del cementerio. 
Primero fue a doña Jacinta, que murió vestida de mujer triste y luego a su padre Gervasio, que había pasado gran parte de su vida en distintas prisiones por abigeatos.

Y que supo más adelante,  por una aparición calma y sencilla en sus sueños, que estaba destinado a no conocer mujer casamentera que pudiera engendrarle un hijo que se llame Gervasio, y así fue pasando su tiempo entre pequeños trabajos mal remunerados y largas noches de fin de semana con vino y apariciones asombrosas.

Una vez vio un hombre grande vestido como los sargentos en fiestas patrias, descender de las ramas del algarrobo, y contaba que este tipo caminaba entre los perros dormidos, mirándolo fijamente y que entonces pensó que se moriría pronto.

Dijo que fue hasta el cementerio al día siguiente y habló con sus muertos. Les previno que le faltaba poco, y que por eso se compraría un buen traje porque - les explicó- que  hay que morirse con dignidad y pasearse entre celebridades que en el Cielo debían abundar.
A veces en las noches febriles se levantaba ante el espantoso estruendo del paso de las caballerizas y carretas que llevaban a los virreyes por el camino Real y a los hermanos Reyna disparando sus armas de fuego en un tropel bullicioso. 

Todos coincidían que tenía los mismos sueños de su padre, del abuelo de su padre, y del abuelo del abuelo de su padre.

Nadie le creyó por esa razón, cuando dijo haber visto la noche del domingo posterior a la parranda del pueblo, que abrió solemnemente el cura Aparicio desde el campanario, al hombre vestido de traje marrón que caminaba y saltaba algunos alambrados cerca de su rancho,  ni que sus perros siempre feroces y hambrientos, le ladraron al extraño.

Dijo también,  que lo recordaría siempre por su elegante sombrero y porque llevaba una valija que desprendía un fuerte olor a rosas, que impregnaba todo su campo, como una brisa del norte, que se metía entre sus viejos papeles y se depositaron en el retrato de su madre, por varios días. Afirmaba.

Pero la más asombrosa declaración, la que ya nadie le creyó, fue cuando le dijo al juez que una noche se le apareció aquel hombre de sombrero elegante, en harapos malolientes de sangre y pólvora. arrastrando su pierna derecha doblada al revés y tapándose la cara con las manos cuarteadas de sangre seca. 
 - Yo soy Cúter amigo, no me he muerto todavía, dijo que le decía....

Derechos reservados prohibida su publicación total o parcial sin nombrar la fuente y al autor.
José Antonio Ibarrechea.
Extraído del libro "Cúter"
diceelwalter@gmail.com

SOLEMNE

En las formas de cada una de las flores,
te veo.
En sus aromas, exquisitos y persistentes,
te siento.
En la inmensa variedad de sus colores,
me envuelves.
Y quedo atrapado, sin moverme, admirándote.
Cuando me hablas.
Cuando me besas.
Cuando me tocas.
Cuando te mueves.

En las inquietas formas de cada una de las nubes,
te veo.
En la lluvia que cae alegre y me moja,
te siento.
En el remolino de viento y agua, donde subes,
me envuelves.
Y quedo atrapado, sin moverme, admirándote.
Cuando te bañas.
Cuando te secas.
Cuando te vistes.
Cuando me peinas.

En cada uno de nuestros desordenados movimientos,
me ves.
En la íntima solemnidad de cada acto,
me sientes.
En los alocados pensamientos del momento,
te envuelvo.
Y quedas atrapada, sin moverte, extasiada.
Cuando quedas extenuada.
Cuando apagas tus ojos verdes.
Cuando te duermes.
Cuando amanece.














 Jose Antonio Ibarrechea
diceelwalter@gmail.com

viernes, 10 de mayo de 2013

ROSAS ROJAS ESPARCIDAS POR AHÍ

Valdo es Valdo pero sus amigos lo saludan en la mesa del bar donde hemos llegado,  hola Valso, con "ese".
Valdo fue el dueño de cuatro cabarets de Córdoba, los que estaban en el boulevard Guzmán también, a los que la Liga de Moralidad de los años setenta les puso bombas, a ésos también, adónde iban los que tenían el corazón estropeado y el alma hecha pedazos, también. Los muchachos piolas iban allí junto con don Abraham, y los que nunca salieron con vida por incontables rencillas amorosas que quedaron firmadas y selladas con sangre, también.
Con Valdo caminamos hasta que el semáforo se pone en rojo y cruzamos la avenida más transitada de Córdoba, como si aquellas señales luminosas no existiesen, mientras los autos con el freno de mano puesto esperaban. Tomá.
-¿Viste cómo me respetan, negro? Me conocen todos. 

Hablemos de Cecilia.
- Te cuento negro, la noche que dos tipos entraron y se sentaron a tomar algo, uno de ellos había salido de la cárcel, había estado preso por no se qué cosa y se pusieron a discutir porque el otro le había querido levantar la mina, una tal Cecilia, que trabajaba conmigo, entonces yo fui y los separé porque no quería quilombo en mi local, entonces los llevé a la oficina y allí se cagaron a tiros, delante mio, hasta que uno cayó muerto y el otro se rajó a Rosario.
La llamé a Cecilia, le pagué los servicios le di una rosa roja y le dije que se fuera, que se fuera  ahora mismo. 
Nunca más la vi. 

A la peluquería donde voy la atiende un tipo que se llama Rubén.
Rubén te mira la cabeza, te la mide, hace crujir los dedos, toma la tijera y el peine y si entraste hippie, sales como un colimba de la Aerotransportada.
Rubén fuma Marlboro como yo y me cuenta que en el verano se fue de vacaciones a Brasil.
- La música brasileña me gusta para escucharla en la noche, con una negra al lado, negro.
Me dice mientras asesina mi bigote.
En aquel otro sillón atendía mi ex pareja.

Hablemos de Anabel.
- Ella era preciosa, tan dulce al principio y nos llevábamos tan bien que decidimos trabajar juntos, ella en la caja y yo cortando el cabello. Un dia, me dijo que quería estudiar peluquería para ayudarme. Estudió, aprendió  y trabajó conmigo, estuvimos dos años juntos yo llegaba temprano y ella llegaba por la tarde, que es la hora en que vienen las mujeres a cortarse y peinarse,  hasta que un día apareció cerca de las once o doce horas y entró ché, y me dijo que no quería estar más conmigo, fue hasta aquel florero que ves allá, retiró una rosa roja y se fue. Nunca más la ví.

- Ella vivía acá, negro.
Me dice Daniel, el gordo que asaba carne de ternera en el club "El Carola" -ella vivía acá - repite la misma frase varias veces- y yo la amaba. Tenía unas pequitas en la cara que la hacía más bonita, parecía una muñequita. Era frágil, chiquita, menudita, de manitos así. - Y me hace señas señalando el pimpollo de rosa roja que lleva en la mano.-
Se queda en silencio ante una vieja puerta de madera, de una vieja casa deshabitada y acomoda el pimpollo en las cerraduras oxidadas.
-Esta era mi casa, pagate una vuelta, negro.-

Hablemos de la Colorada.
¡Hey, Cara de pollo, traete dos fernet cargados! Pide Daniel, que agrega...
- Se fue con otro. Y contra eso no hay vacuna, negro.
Nunca más la ví.

Carlos, el médico que vive en el edificio, me dice que el también conoce a la doctora Susana, del Hospital Allende, Tránsito Cáceres de.
- Ella tiene el cabello cortito así,- y hace las señas con las manos para indicar el corte "carré"- Le digo que sí y le cuento que una vez fui al viejo hospital de los muñecos abandonados al fondo del patio y que hoy son fumadores y solitarios, y que ella me tomó de la mano, me llevó a su consultorio, me tomó la tensión, me llevó a otros consultorios, me hizo sacar un electrocardiograma, me hizo pasar por una sala llenas de frascos con pulmones destrozados y me radiografiaron. Que siempre, pero siempre, estuvo a mi lado.
Recuerdo que a la luz del sol la placa parecía un árbol con las ramas sin hojas y una luna asomando entre las nubes.
-Pero esa cosa que usted ve ahí, es su corazoncito, caballero.- me dijo. 
Mi corazón se parece a mi primera pelota de trapo. 
Carlos me dijo que ella sigue siendo muy agradable y que si me enfermo alguna vez, que no dude en buscarla, porque todavía está allá.
- Andá sin falta negro.- me decía en el ascensor.

Hablemos de la doctora Susana.
La última vez que la visité, fue allá por el año cuarto del siglo veintiuno, estaba sentada en el borde de su escritorio, en una pose seductora y elegante.
Flaca, con las piernas cruzadas y de pollera corta, esgrimía una lapicera Byc sobre un formulario  R/p, entonces levantó la vista y me vio.
Se puso de pié y me dijo que no fume más.
A ver si les puedo explicar mejor.
Resulta que aquella mañana yo le había llevado una rosa roja del tamaño de mi corazón, con toda la intención de conocer los latidos del suyo. Al recibirla, me dijo sonriente.
- Con una condición, mi querido amigo, que no fumes más, ¿de acuerdo negro?
Recuerdo que me dio un beso inolvidable en la mejilla y la rosa roja quedó deshojándose en un vasito de plástico descartable. 
Nunca más la vi.

diceelwalter@gmail.com