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viernes, 26 de abril de 2013

UNA CICATRIZ DEL TAMAÑO DE UNA MONEDA JAPONESA


Íntimamente convencido de que tenés el cuerpo tan sano como el alma, te tumbás sobre una camilla de una plaza, estirás el antebrazo con el puño bien cerrado y dejás que una enfermera con olor a Listerine te inyecte cinco centímetros cúbicos de un líquido que te recuerda al anís de Los Ocho Hermanos.
Todo va bien, te dice rítmicamente la mujer, al tiempo que conecta tu esternón a un aparato cuya misión es escupir retratos invisibles. La máquina cuenta en su extremidad con una cola de escorpión que, sin tocarte, te peina desde el pupo a la cabeza. Se nota que la máquina ha estudiado anatomía.
Íntimamente convencido de que tenés el cuerpo tan sano como el alma, volvés 48 horas después a buscar el resultado y te enterás de que al sur de tu corazón existe una cicatriz del tamaño de una moneda japonesa. Lo más probable es que se trate de un infarto de cuya existencia no estabas enterado.
En una vieja película de Godard en blanco y negro, un vendedor de enciclopedias le explicaba a Anna Karina que entre el cuerpo y el alma existe un espacio misterioso al que llaman corazón. Un espacio que puede ocuparse con las cosas más inesperadas.
Hay hombres con el corazón lleno de lágrimas. O con la famosa mermelada del amor. O con clavos
oxidados. Depende. El corazón se la pasa todo el tiempo caminando por arriba y por abajo y es el que te da las órdenes; a ver, te dice, doblá por Deán Funes y pará en Sucre. O mirá la Luna. Lo que nunca hubieras imaginado es que iba a intentar darse a la fuga practicando un boquete del tamaño de una moneda japonesa.
¿Qué pasó? ¿Estabas más solo que un caballo? ¿Querías salir de viaje? ¿Te morías por charlar? Voy a decirte una cosa, corazón: no sólo sos todo lo que tengo, sino que sos todo lo que soy.









Daniel Salzano
Escritor, Periodista,  

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