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viernes, 26 de abril de 2013

COMO EN AQUELLOS MOMENTOS TRISTES EN QUE TE SIENTES SOLO.

Como en aquellos momentos tristes en que te sientes solo y decides esperar.

Así, amigo, mirábamos aquel cortejo fúnebre.

Eran los cuatro hermanos varones de Arnulfo Sepúlveda , los que iban cargando el féretro de quien fuera el cura de Peremerimbé. El pueblo que murió bajo el agua.

Dicen que el cura Arnulfo murió con un gesto de asombro en su rostro, como si hubiese descubierto cuán largo y extraño era el camino que recorrería su alma, o como si hubiese recuperado un racimo de sus nociones, de sus recuerdos, o quizás el segundo final de su vida, fue un dictamen sobre sus atropellados pecados. Me decían convencidos.

Indudablemente algo debió haber visto o soñado, porque su dedo índice se irguió amenazante, señalando hacia la única ventana por donde penetraba la luz del sol. Sostenían.

Sus hermanos debieron quebrarselo para poder cerrar el cajón. 
Antes que las moscas atraídas por el olor invadieran la habitación, antes que vistiesen de luto, antes que crucen por las calles del pueblo bajo el cruel sol de Diciembre y antes que nosotros, los parroquianos del bar, caminemos acompañando el rezo de los cuatro sexagenarios hermanos Sepúlveda, levantando la tierra liviana de las calles por la falta de lluvias.

Después que cubrieron con tierra el féretro un poco estropeado por algunas caídas y nosotros nos despojáramos de los sombreros para rezar en el cementerio, volvimos a sentarnos y a conversar del tema, mientras los demás miraban con extrema curiosidad mi grabador.

Y también me dijeron que la gente decía que mucho tiempo antes que Pueblo Naranjillos, tuviese sus calles definidas y de que por aquí fundaran la primera escuela, y que aún antes mismo que nacieran sus otros hermanos, Arnulfo fue enviado a la Congregación de la gran ciudad. Sus padres lo hicieron porque decían que bebía la misma agua que los animales, y que un grupo de mercaderes de baratijas lo entregó allá con una carta dirigida al obispo Eleazar Bustamante, y que entre otras cosas esta familia le pedía que "Quitara por bondad, el señor representante de nuestro Dios por estos pagos, el mismísimo diablo que tiene esta criatura dentro."

A veces, cuando el empleado de correos llegaba al pueblo, dicen que decían, se dirigía a la casa de los Sepúlveda con noticias escritas que el mismo les leía, y agregaba noticias de las gran ciudad, para aliviar la aflicción de Doña Inés Encarnación Flores, su madre y madre a la vez de cuatro varones más, que dicen que ella decía que eran todos igualitos a Sepúlveda padre, señalando  el cabello oscuro y duro de cada uno y dando muestras de una indefinida resignación por no haber parido una hembra para que la ayude en los menesteres de la casa y enseñarle el oficio de mujer para resolver con altura los problemas de la casa, dicen que decía, mientras apaleaba a los otros que iban creciendo sin la presencia del padre.

Y que mucho antes que Peremerimbé fuese ahogada por los hombres grises que levantaron un dique para contener las aguas para hacer un lago que tenga los canales de riego y una usina para la electricidad de los gringos, y que trasladaran el pueblo allá en el alto, Sepúlveda padre se resistió al avance de esa cosa llamada progreso y de esas otras cosas llamadas democracia capitalista y progresista y se alistó en las filas del Comandante y fue uno de los Sargentos que trasladaron el cuerpo, desde el gallinero donde cayó muerto su jefe, una  húmeda madrugada. 

Que fue uno de los que le limpiaron el cuerpo lleno de bosta de gallinas y  uno de los que lo vistieron de gala para que le rindan homenaje con todos los honores  hasta su tumba. Y que en los posteriores combates con las fuerzas oficialistas,  recibió un tiro por la espalda que le hizo decir que su hijo el cura iba a ser santo hasta morir desangrado.

Todo eso y muchas cosas más me dijeron los que habían escuchado aquellas historias. Y que dicen ellos mismos que dijeron que nadie deje de contarlas porque el que no tiene historias para contar es un carajo que no ha nacido.

Y se tomaban un frasco de ginebra.

Y dicen que Arnulfo dejó de ser cura el día que se volvió loco porque cuando subió al campanario de su iglesia encontró a una mujer desnuda que lo invitaba a volar, como aquella del circo del pequeño Didú, que aún merodeaba por el pueblo. y que tuvieron que cortar las sogas de las campanas para que deje de tañirlas y agarrarlo de sus pelos oscuros y duros y llevarlo para el hospicio de los locos antes que el obispo se entere que había vuelto a beber la misma agua de los animales.

Y me dijeron que sus hermanos lo retiraron una madrugada, a punta de pistolas de uso militar y que se lo llevaron semidesnudo arrastrándolo por el barro de la lluvia de tres días sin parar y que se lo trajeron para aquí, para Naranjillos. Setenta años después que se lo llevaran los mercanchifles y y veinte años después que el sargento Cúter iniciara la gran matanza de los insurgentes, patoteros y mantenidos.
En este mismo pueblo de mierda. 
Aqui mismo, que nos trajeron este circo para que todos veamos que hay una mujer que vuela. 
Como la de esta foto.
Vea usted.
Salud.

Jose Antonio Ibarrechea
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diceelwalter@gmail.com

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