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viernes, 8 de febrero de 2013

LA ULTIMA CARROZA DEL CARNAVAL


Me asustaban.Los Indios del corso de San Vicente, me asustaban.Ellos bajaban bailando y a los gritos por la avenida y azuzaban con sus lanzas a las personas que contemplaban el paso de la comparsa.

A mi me gustaban las mujeres envueltas en plumas multicolores, que desfilaban sonrientes y armónicas.Una de ellas se acercó y me dio un beso.

Siempre perseguí ese beso por todas las esquinas del barrio, por todas las esquinas de la ciudad y hasta en las frías noches de invierno.
Por las esquinas de mi pueblo, por las esquinas de esta ciudad y por las esquinas de todas mi mudanzas.

Quizás los indios no la dejaron salir más, a regalar besos así porque sí.

Algunas  personas arrojaban serpentinas.

Otros hacíamos sonar con fuerza los silbatos, mientras se sentían los tambores y el bullicio de las murgas que iban y venían.
Mientras esperábamos las carrozas apostados en las veredas.

El carnaval me trae luminosos recuerdos de mi niñez.Había que salir a la calle fuertemente armado con bombitas de agua, con pomos, una bolsita con harina y otra con papel picado.

Las chicas que alcanzaba, en el juego del carnaval, realmente la pasaban mal.   
Una vez me tendieron una emboscada aquellas mocosas de mi barrio.

Admito que recuerdo  aquella tarde como mi primera gran derrota ante ellas.
El acontecimiento sucedió porque hubo un traidor.Mi ex amigo "Cachilo" me dijo que las chicas se estaban preparando para mojarme apenas saliera de mi casa.
Me dijo además que estaban en lo de mi vecina, y que entonces me sugería salir ahora y esperarlas en la puerta misma de su casa.

Yo, temerario como era y confiado, fui directamente a tocar el timbre.
En ese preciso instante, y desde el techo descargaron sobre mi humanidad unos tremendos baldazos de agua fría.

A mi me asustaban los Indios del corso.Eran terribles de feos.
Los hombres que parecían osos sufrían el calor del disfraz.Las princesas eran amas de casa que limpiaban pisos y lavaban ropa.Las reinas hacían eso y cocinaban también en su casa.Los gladiadores usaban sandalias de mujer.Los cowboys revólveres de lata.

Yo vestía como Chaplin.
El sombrero bombín  que usaba, se guardaba celosamente arriba del ropero de mi abuelo como una reliquia familiar, junto al paraguas.El moñito era de mi abuelo, el chaleco me lo hizo mamá, el saco era de un primo más flaco y menor que yo, el pantalón era del menor de mis tíos y los zapatos eran de un vecino que alguna vez se vistió de payaso.
Mi mamá quemó un corcho de una botella de vino abocado “ Talacasto” y me pintó el bigote.
Yo le decía a mi mamá que cuando fuese grande, querría usar bigotes como los de mi tío, el que canta tangos y se hace llamar Carlos Garcés.
Ella reía y me sacaba fotos.

Las fotos, con el tiempo toman otro color, algunas se meten entre un cartón y un vidrio y se lucen en forma de cuadros, otras van a los álbumes familiares, las demás a una caja de zapatos. Pero con el tiempo se pierden.

Yo le tenía miedo a los que se disfrazaban de indios.
Quizás  haya sido porque en la última carroza, de una noche de carnaval en Córdoba, iba una mujer atada a un tótem que parecía un pájaro gigante y dormido.
Los Indios  gritaban y se llevaban la mano a la boca y hacían eco con sus gritos, mientras giraban a su alrededor con antorchas encendidas en sus manos.Y ella, ella parecía llorar. Buscaba desatarse.

Vestido de Chaplin, yo salí a liberarla de aquellos males, y me perdí entre la multitud que cantaba y bailaba persiguiendo a la última carroza. 

Ibarrechea
diceelwalter@gmail.com
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