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domingo, 6 de enero de 2013

JUAN Y EL BOLÚ



Cuando en la Ciudad de Córdoba, el Interventor D.Nores Martínez, decidió cerrar la Compañía Argentina de Tranvías, allá por 1962. Juan se jubiló.

Me lo imagino ahora, al llegar a su casa, arrojar la gorra de Guarda al techo del ropero, la camisa gris a su cama de viudo, salir al patio, sentarse a la sombra del árbol y encender un cigarrillo, hasta que llegue la menor de sus hijas del primer grado superior turno tarde.

    Juan abrió una verdulería en el Barrio San Martín y colgó dos visibles carteles.
En uno se leía claramente "No se fía"
El otro tenía los horarios " de 08 a 12 y de 17 a 21hs."
Nada de ofertas en la verdulería de Juan.

    Cuando cerraba, a la noche, el portón de acero caía estrepitosamente al piso y Juan encajaba en las orejas del mismo, el candado protector de sus bienes.
Luego se sacudía las manos en el pantalón y las guardaba en los bolsillos.
Juan volvía silbando a su casa.

    Guay! de los hijos de Juan si cuando el llegaba no encontraba lista la cena.
Entraba a su casa caminando como un Cowboy, empujaba la puerta como si fuera la de un Saloon y procuraba algo fresco.

    Diez años después de su jubilación, empecé a salir con la hija menor de Juan.
El no me miraba.
Tampoco me hablaba.
La hija menor de Juan me pidió que nunca la busque a la hora de la cena.

    Una noche esperé un tiempo prudencial bajo la luz de la luna, en la vereda y en el silencio que se produce después que la vajilla está lavada y no corre mas el agua de la cocina, llamé a la puerta.
Juan salió a atender, pude ver el brillo de sus ojos y sin decirme nada entró nuevamente.
Mi oído alcanzó a escuchar su aguardentosa voz.
"Te busca el bolú"

    Cuando la hija menor de Juan consideró que debía darme "la prueba de su amor" el cielo estaba algo nublado, hacía calor en aquella siesta y convenimos en pedir permiso para ir a tomar un helado frente a la Iglesia de San Fermín.
Tomamos un taxi en Bv. Los Granaderos y nos zambullimos en uno de los hoteles del camino al aeropuerto.

    Cuando salimos en otro taxi, gentilmente pedido, llovía a cántaros, los pasajes del barrio eran rios, las calles eran mares y las avenidas océanos.
El caos era total, sin luz, los vecinos sacaban el agua de los zaguanes, de los jardines y de los techos.
El taxi paró en la esquina y Juan nos vió llegar.

    Se vino derechito a nosostros.
    Caminando como un cowboy que va a desenfundar su revólver, como un gallo de riña espoloteado, como si llevase una sandía en cada brazo y así se acercó a menos de dos pasos de nosotros.

Me miraba fijamente.
lo miré fijamente.
Nos mirábamos fijamente.

No me decía una palabra.
No le decía una palabra.
No nos hablábamos.

No se movía.
No me movía.
No nos movíamos.

Éramos dos guapos midiéndose parados en la esquina.
Cómo se miden los guapos bajo la puta lluvia.
Sin pestañear.


Ibarrechea
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