TRADUCTOR

viernes, 9 de noviembre de 2012

EL JARDIN DE LOS CRISANTEMOS

Me gustaba verla.
Regaba sus flores metiendo la mano en el balde y esparciendo el agua sobre ellas.
El agua caía desde los pétalos, pasaba por el tallo y llegaba a tierra justo a tiempo para humedecerla.

Y quitaba las hojas secas.

Y cantaba, no recuerdo qué canción, ella cantaba.

El jardín era colorido, era alegre.

Había rosas, rosas blancas, rosas rojas, rosas perfumadas.
Riega las plantas así, no utilices manguera ni regadera ni les tires baldazos. - me decía. - Como te alcanzo el agua cuando tienes sed.

Había claveles, claveles blancos.
Deja que algunas hojas que no estén del todo secas, abonen la tierra. - me decía. - A las plantas les hace bien, muy bien.

Había calas. calas bien blancas.
Siempre las calas van al lado del agua. - me decía. - necesitan más agua que las demás.

Había geranios. parecían multicolores.

Como las hortensias.
Cuando seas grande y te cases, no pongas las hortensias cerca de la puerta, pues tus hijas no se casarán. - Me decía.- mientras arrojaba veneno contra las hormigas. A veces tiraba migas de pan y las hormigas cambiaban el menú.

Había más flores, recuerdo los gladiolos, las rosas chinas, las alegrías y flores silvestres que llegaban sin pagar boleto a través del viento. Se quedaban entre las tapia y el alambrado y desde allí volvían a crecer.

Crecían siempre, todo el año.
Bajo el ardiente sol. Bajo la helada.
Sus flores favoritas se llamaban crisantemos. Había crisantemos en toda la casa.

Un día, cuando supe de su enfermedad, volví a verla.
Ella estaba postrada en su cama. Sin poder levantarse.
Yo le dí un beso en la frente.
Abrió los ojos y me miró.
No acerté a ver otra expresión que no sea la del cansancio y la resignación.

Abrí despacito la ventana de la habitación oscura y silenciosa, y miré hacia el jardín.

Fui hasta la canilla de agua solitaria contra la tapia, puse un balde viejo y oxidado bajo el agua, y me acerqué a los moribundos canteros escasos de flores.

Empecé a cantar, no recuerdo qué, empecé a cantar mientras regaba las pocas flores descoloridas que quedaban.
Y el agua caía en la tierra seca.
Como una bendición tardía.

Entré a verla nuevamente, a llevarle un vaso de agua con el remedio de las seis de la tarde, y cuando me acerqué, movió la mano.

Me acerqué más y más, hasta sentir que me balbuceaba al oído palabras apenas audibles. Era un murmullo lejano y triste.

Si, abuela. - Le respondí angustiado -  Pronto llegará la primavera.










Ibarrechea
diceelwalter@gmail.com
Copyright 2012

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

El comentario estará sujeto a la aprobación del equipo y su administrador. Gracias.