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martes, 13 de diciembre de 2011

IBARRECHEA: EL PEQUEÑO DIDU

Fué así  qué  todo comenzó, señor escribidor, el circo entró por allá, por la calle del fondo.
De allí mismo y de mañana temprano se podía ver como entraban al pueblo, primero el señor Scanattini con su saco rojo y sus botas de montar golpeando el látigo contra el suelo, levantando la tierra, atrás de el,  toda una banda tocando marchas,  después los acróbatas, el mago, los payasos, las jaulas, los elefantes, un burro y los coloridos camarines.

Entraron por allá y con semejante barullo nos tuvimos que levantar. Yo tenía que trabajar, pero le dije a ella que se quedara en la cama, que solo era un circo más que llegaba  al pueblo, no me hizo caso y salió como todo el mundo a la vereda, incluso con el pequeño Didú, descalzo.
Al final todos se alborotaron, nadie sabía nada que venía un circo y menos a esa hora en que recién sale el sol. Lo armaron en el baldío al lado del río.

La primera noche ella no aguantó y fué a ver la función, dicen que estaba lleno, me contó el pequeño Didú, que a ella la hicieron participar y se tenía que parar de espaldas a una tabla y que un tipo le tiraba cuchillos y que por suerte no le acertó ninguno, pero cree Didú que después se hizo la que se desmayaba y el tipo la llevó a su camarín.

A mi ella no me contó nada de eso porque yo estaba dormido cuando volvieron y ellos estaban dormidos cuando me fui a trabajar de nuevo al otro día.
Solo por la tarde, hablaba con Didú, porque ella a la tarde se iba al circo como empleada de limpieza.
Eso si me dijo, que limpiaría los camarines de los artistas y que por eso le pagarían bien, y que después se quedaría a la función como voluntaria.

Durante tres días más hizo de ayudante del lanzador de cuchillos, pero, me dijo Didú, que se conchabó con el mago, parece ser, siempre según Didú, que el tipo hacía que la serruchaba y la partía al medio, entonces después de los aplausos, se desmayaba de nuevo para que el mago la llevara a su camarín.

Yo hablé con ella, señor escribidor, le dije que no vaya más al circo, que se quede a cuidar a Didú y que la gente hablaba demasiado de sus desmayos seguidos como ayudante, ahora,  del domador el señor Scanattini que la tuvo toda la noche reanimándola porque vestida de india africana, dicen que la metió en la jaula con los tigres, fíjese usted, señor escribidor.

Mis compañeros de trabajo se burlaban de mi gracias al comportamiento de ella.

Pero dicen que fué el trapecista el que le enseñó a volar, practicó una noche entera con la piola entre las piernas y al final después de girar varias veces se soltaba y giraba en el aire sin caer.
La gente pagaba el doble para verla a ella haciendo ese espectáculo.

Entonces no aguanté más, me enojé y fuí a hablar con ella, porque por culpa del circo había abandonado a nuestro pequeño Didú. que se acostaba solito y se levantaba solito.
Que por culpa del circo la gente inventaba habladurías y se me reían en la cara, que si bien yo sabía que aquí hablan porque si y de más, que quedaba feo escuchar eso y le pedí que no le diera motivos a nadie, además yo me levanto temprano a trabajar y vuelvo cansado a la noche y no encuentro nada listo para comer.
Didú seguramente tampoco la pasaría bien asi es que yo le preparaba todo al pequeño para que comiera, se bañara  y se cambiara de ropa.

Ella se me reía, señor escribidor, mientras yo enojado le decía de todo, se me reía y bailaba como las gitanas porque había aprendido eso también y los hombres del pueblo pagaban tres veces más para mirar sus carnes mientras bailaba. Bailaba y levantaba vuelo.

Pensé en llevarme a Didú conmigo al trabajo, pero el me hizo saber que había visto llorar un payaso y que se hicieron amigos asi es que se quedaría dos horas en el circo y que luego hablaría con su madre para que volviesen juntos.

Esa noche fue la atracción máxima, inolvidable, el circo estaba totalmente lleno, no entraba un alfiler en la carpa, me contaron después y que aún así había una fila de tres cuadras por esta calle para una tercera función, dijeron que ella volaría entre las gentes y haría un jueguito especial con el mono. Qué me dice.

Entonces ocurrió la desgracia, el fuego se inició cerca de los camarines y el viento lo fue llevando a las jaulas primero y a la gran carpa después, la gente se pisaba por salir, gritaban desesperados, hubo muchísimos heridos, pero no muertos porque la lona incendiada no cayó sobre la gente, fueron los animales sueltos que antes de escapar al rio, lastimaron a algunos.

No quedó nada.

Hubiese visto usted, señor escribidor, cuando al día siguiente se fué lo que quedaba del circo de Scanattini.
Yo ví que el iba al frente, con sus ropas llenas de hollín y todas mojadas.
La banda silbando, sin instrumentos.
Todos los artistas, con sus ropas destruídas, avanzando lentamente ante nuestros ojos.
Las jaulas vacías y quemadas.
La chatarra que antes eran camarines, humeaban arrastadas por los tractores.

Ella también se fué.
Cerraba ese triste desfile.
Iba volando alrededor del burro, cuando empezó a llover.

Me dijeron que por la madrugada, antes de irse, una gitana puso la mano sobre la cabeza de mi pequeño Didú, señor escribidor, y que le dijo que a ésta,  a ésta se la iba a pagar.

Ibarrechea.

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