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lunes, 21 de noviembre de 2011

IBARRECHEA: POLA

El acontecimiento extraordinario que me sucedió en aquel verano de mediados de los años sesenta, por la Ciudad de Santa Fe, fué que conocí a Pola.

Sucedió entonces que al verla, sentí que cincuenta mil mosquitos paralizaron mi cuerpo.
Me quedé sin habla.
Se me caían las babas por mi boca abierta y apenas pude balbucear un imperceptible y simple, hola.
No podía moverme, cada paso que intentaba dar era como arrastrar descalzo un riel de las vias del tren.
Señoras y señores, con ustedes, el famoso pibe de gelatina.

Pero la estrella indiscutida de esta melancólica nota.
El astro rutilante que iluminó aquel verano.
La princesa que después de las doce no se convertiría en calabaza.
La dueña por derecho propio de mis afiebrados sueños por mucho tiempo.
Era prima de mis primas.

Les voy a contar un secreto estimados amigos lectores, en mi escritorio, tengo esta máquina, una lámpara para iluminarme de noche, una serie de fotografías de mujeres desabrigadas y hermosas, como las que llevan los marineros en sus camarotes, catorce libros, la foto de Gardel, dos diccionarios, dos ceniceros, útiles de oficina y una palabra de cuatro letras escrita con tinta roja, que me recuerda la contraseña para entrar al Pasen y Vean, escondida abajo del abrochador.
Adivinen cuál.

Pola merodeaba la casa de sus primas que también eran las mías, desde la mañana temprano hasta altas horas de las calurosas noches, allá, en la calle Candiotti.
Una vez, levanté la vista de mi plato de sopa para verla, sentada delante de mí, en la mesa familiar.
Ella sonreía, hablaba, hacía gestos, movía la cabeza y a esos momentos maravillosos, de los almuerzos y las cenas compartidas, yo, el pibe de gelatina, los guardaría bajo el rótulo de momentos inolvidables.

Aún retengo en mi memoria, su flequillo largo y negro que se encargaba de acomodar con un soplido.
De sus inmensos ojos negros, que aparecían pestañeando sin pedir permiso.
De sus graciosos hoyuelos, cerquita de la fábrica de sonrisas que eran sus labios.
Del movimiento de sus manos, llevándose la fruta del postre a su boca.
Y de que no había mas nadie ni nada en nuestro alrededor, mientras conversábamos, después que rompí el delgado cascarón de la timidez.

Una tardecita, caminamos desde el puente colgante a lo largo de la costanera de la laguna Setúbal, tomados de la mano, sin soltarnos, con la complicidad cargada de sonrisitas y cuchicheos del resto de nuestra barra.

Oh Dios, nunca unas vacaciones de verano se me pasaron tan rápido.

Sorpresa.
Cuarenta y tres años después y en uno de mis tantos viajes, paré a comprar algo een el supermercado que está en el puerto de Santa Fe.
Si álguien hubiese vendido los números de una rifa cuyo primer premio era "Para mi que es ella". Le hubiese comprado todo el talonario y me llevaba el premio con la absoluta certeza de que acertaba.

Sucedió que entre las góndolas, un nene le pedía a su abuela que le compre nosequécosa.
La abuela "Para mi que es ella" entonces, se le acerca, lo levanta entre sus brazos, se corre el flequillo largo y negro con un soplido hacia arriba, se coloca los anteojos de lectura, se le forman dos enormes y graciosos hoyuelos, toma nosequécosa, se lo entrega al nieto y los dos se alejan.
Los sigo de cerca.

El nene le dice a un tipo, algo parecido a mi, que mire lo que la abuela le acaba de comprar.
Luego se toman de la mano y entre los tres, empujan el carrito de las compras, pasan por la caja, suben la mercadería al baúl de un auto y salen de la playa de estacionamiento.

"Para mi que es ella" desde el auto en movimiento, gira la cabeza y me observa a través de las ventanillas, con sus inmensos ojos negros.
Nos miramos el tiempo suficiente, hasta que el semáforo se puso verde y la vorágine del tráfico, hizo que se perdieran entre tantos autos.

Estoy seguro que si ella hubiese comprado tan sólo un número, de la rifa cuyo primer premio era "Para mi que aquel es el Pibe Ibarrechea"...
Acertaba y los dos ganábamos.

Algunos nenes llaman a las abuelas por su nombre.
Otros mocositos, no.
Que los parió.

Ibarrechea

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