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miércoles, 26 de octubre de 2011

IBARRECHEA: LEVANTA CADÁVERES

Eran unos pobres diablos temerosos, señalados ante  toda adversidad, que al final, aceptaron aquel trabajo.

A los tipos los enfundaron en mamelucos color naranja que los cubrían de los cuellos hasta los tobillos y los subieron a la parte trasera de una camioneta blanca.

El sol les daba de lleno en la ruta y cada tanto, tenían que bajar, inspeccionaban el animal, juntaban sus partes, lo embolsaban en oscuros sacos de plástico y lo depositaban en el mismo lugar donde viajaban.

Así, por cuatro horas de mañana y por cuatro horas en la siesta.

Al final, en una zanja, arrojaban todas las bolsas del día, las rociaban con gasolina y les prendían fuego.

Los encontré a eso de las siete de la tarde, me acerqué hacia ellos, observé sus ojos rojos de desencantos y miserias y cuando sintieron mi presencia, sin decirme una palabra, me alcanzaron un trago de cachaça a cambio de algunos cigarrillos.

El aroma del tabaco, mitigaba el tufo mortuorio de sus ropas.

Al otro día, los turistas recorrerían la ruta limpia y luego de pocas horas, llegarían al mar, sin contratiempos.

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