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viernes, 10 de junio de 2011

IBARRECHEA: TODO SOBRE LOS TRENES

Cuando entré a preguntar si había un tren que llevara las cenizas de mi padre a su última morada, los sospechosos de siempre se mostraron sorprendidos.
Con ruidosa parafernalia politiquera, ensayaban torpes respuestas.
Algunos canallas me tiraron pistas falsas.
Tal es así, que quisieron hacerme creer que aquellos trenes que engrandecieron mi Patria, desaparecieron como si fuesen enormes dinosaurios de hierro.
Lo hicieron de un día para otro y sin aviso previo, se fueron de las vías sin dar explicaciones, me argumentaban sin culpas.
Pero que algún día, cuando encuentren las llaves de los portones de los depósitos, les harán sacar la tierra y el óxido acumulado y los expondrán en museos ó plazas de los pueblos, como un medio de transporte de otras épocas.
Lo afirmaban con una sonrisa irónica, ceremoniosa y gentil, bien estudiada para la ocasión y hasta me palmearon la espalda señalándome la salida, mientras sus dedos y lenguas se manchaban con el color del dinero que contaban afanosamente, obtenido por la siniestra venta de los "improductivos Ferrocarriles" a una oscura empresa multinacional.

Creo tener algunas certezas cuando mi padre fue limpiando su escritorio por última vez.
Cuando fue apagando las luces de su oficina.
Cuando dio las dos vueltas de llave en la cerradura.
Y finalmente, cuando cerró el candado de uso obligatorio.
Creo, que tenía la vista nublada y un nudo en la garganta.
Apuesto lo que quieran, a que ése día, el primero de su jubilación, no volvió a su casa en taxi, ni en omnibus.
Para mi, aquel ferroviario ilustrado, puso las manos en los bolsillos, las cerró con fuerzas y se volvió caminando por las vías, haciendo un inventario de los durmientes deteriorados, de los tramos de rieles a renovar y quizás por ahí, frente a una cruz de San Andrés que señala el Pare, Mire, Escuche, Cuidado con los Trenes, se aflojó la corbata.
Mi padre era eso.
Un ferroviario de los de antes.
Una enciclopedia ilustrada tras cuarenta años de servicio, dividida en varios tomos y titulada "Todo Sobre Los Trenes"

Cuando empecé a tener un poco de razón en mi pequeño mundo, aprendí que él era el Capataz de Vía y Obras.
Que tenía una cuadrilla de Peones a su cargo, una "zorra" a tracción humana, primero y una con motor después.
Pero que antes de eso, él había empezado como uno de esos Peones.
En una oportunidad, descubrí traviesamente, sus mamelucos con tufo a fuell oil, guardados por ahí y con estopa en los bolsillos, para que no se olvide de sus orígenes.
Pero lo recuerdo con saco, corbata y gorra.
Siempre con sus puños cerrados y el pequeño diccionario habitando el bolsillo trasero del pantalón.
Supe, mientras crecía, que además fue Revisor, Jefe de Revisores, Que trabajó en Tráfico, que fué Supervisor y finalmente Instructor.
Hasta ése día en que entregó las llaves, bajó por las escaleras, cruzó el andén y empezó a caminar por las vías desiertas.
Tengo plena certeza, que lo hizo con un nudo en a garganta, los ojos llorosos y los puños cerrados.
Apuesto lo que quieran a que, en algún bolsillo del sobretodo, llevaba el pequeño diccionario de hojas viejas, gastadas y sucias, como libreta de almacén y los distintivos clavados en la solapa.
Uno de "La Fraternidad"
Otro, que lo distinguía como "Personal Superior de los Ferrocarriles Argentinos"
Seguramente, ése dolor en el pecho, que debe haber sentido y que no le avisó a nadie, fue el comienzo de una fisura en su corazón.

Alguien me contó algo sobre mi padre, creo que me dijo que cuando entraba al aula a dar instrucción sobre mantenimiento de máquinas y vagones varios, en el pizarrón y con claramente legible, escribía la frase ·"Yo también fui uno de ustedes"
Después repartía los manuales, resúmenes y apuntes que se encargaba de corregir en su casa, por la noche, mientras ecuchaba sus discos de música clásica.
No sabía yo, de aquella obsesión que tenía, de marcar con una "X" con tiza de color amarillo, los vagones que él consideraba que debían ser revisados.
De la asistencia diaria del personal.
De los atrasos de las formaciones, tanto de pasajeros como de carga.
Los pedidios del almacén de repuestos.
Los inventarios del pañol.
Los pedidos de provisiones.
La señalética.
Los cursos a dictar.
Y a esta no la sabía nadie. Era motivo de abandono de hogar, si faltaba un plato de sopa en la mesa de un ferroviario.

Ahora entiendo porqué a mi padre no le gustaban las despedidas.
Una tarde de un día domingo, él viajaba a Buenos Aires y yo lo acompañé hasta la estación, él subió al furgón de cola, cuando el tren ya estaba en marcha.
Lo hizo de un salto.
Abrió la puerta trasera y dejó su valija.
Se asomó nuevamente.
Y levantó las manos para saludarme.
Yo corría por el andén, hasta el final de la plataforma, moqueando.

Al final, cansado, me quedé mirándolo hasta que el tren se hizo chiquitito así.
Como si juntásemos los dedos índice y pulgar, chiquitito así.
La tristeza me invadió tanto, que terminé cerrando las manos con fuerza y después me las guardé en los bolsillos.
Volví a casa silbando bajito y como quién va pateando tarritos.

Creo, con absoluta certeza, que al creador indomable de "Todo Sobre Los Trenes" le debo muchas cosas.
Si me prestan varias manos, no me alcanzarían los dedos para enumerarlas.
Pero voy a nombrar las que considero son mas importantes.
A mi viejo le debo: un abrazo, un beso, un fuerte apretón de manos, un te quiero, un gol.
Si, un gol.
En el lugar donde guardo mis insobornables fantasmitas del recuerdo, hay dos fotos en blanco y negro del equipò de fútbol llamado "Estrella Roja" donde yo jugaba.
Una foto, parados de izquierda a derecha, el técnico y seis pibes como yo, abajo en cuclillas, cinco pibes como yo, que soy el último a la derecha y con las manos sobre la pelota.
Otra foto, de izquierda a derecha, el técnico de brazos cruzados, yo al medio con la pelota bajo el brazo y mi viejo con la copa del campeonato obtenido, casi sobre mi cabeza.
Aquel día le ganamos al "Oncecorazones" y en una oportunidad quité la pelota en la mitad de la cancha, cargué mi almita de adrenalina y empecé a correr hasta el arco contrario, cuando salió a marcarme el arquero, saqué mi mejor puntapié, la pelota de cuero se elevó.
Por encima del arquero, por encima del travesaño, por encima del alambrado, por encima de la tapia y se fue... afuera.
Mi padre se comía la gorra.
-Eh! Doña, Doñita, eh señora! Me alcanza la pelota?

Ibarrechea
diceelwalter@gmail.com, www.diceelwalter.blogspot.com

5 comentarios:

  1. Tu historia me emociona...¡Es un homenaje bellísimo!

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  2. Estoy mirando hacia las vías pero no te veo...
    Que tren tomaste para transitar más recuerdos?
    Ahora, sigo mi viaje de este día
    voy en busca de presentes luminosos
    desde el aquí y ahora
    desde la necesidad de descubrir
    caminos diferentes.
    Anama

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  3. Muy bueno...Lo publicaremos en el próximo basta ya!!!Saludos y gracias. Eduardo Planas
    PD: No se si viste la película FERROVIARIOS, que trata sobre los talleres de Cruz del Eje...? Esta muy buena...Yo tengo una copia por si las moscas

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