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viernes, 3 de junio de 2011

IBARRECHEA: EL CAROLA

Oh, mortales de Córdoba.
Si ustedes caminaban el primer viernes de cada mes por el Barrio Carola  en horas de la noche y les daba por pasar cerca del club del mismo nombre, seguramente quedarían atrapados por el aroma de la carne asada a la parrilla y sumergidos en la espesa niebla del humo embriagador.

Seguramente, mortales de Córdoba, perderían el rumbo y probablemente, alucinados, equivocarían las llaves de las puertas de sus casas.

Ir a comer un asado en "El Carola" era tocar el cielo con las manos, era sentirse por esas horas uno de los dioses que viven en las constelaciones y que desparraman los meteoritos en el extenso universo con un simple tincazo.

No todos los mortales de Córdoba, tenían la puerta abierta en ese local predestinado a extraños aconteceres, fortuitos o planeados. Había que ganarse el status de habitué, en diferentes lugares de la ciudad, mediante el juego de naipes.

Cada uno debía llevar un mazo de cartas, abrirlo en presencia de los demás, contarlas, sonarse los dedos, arremangarse la camisa, contar los porotos blancos, mezclar y repartir empezando por la derecha, en las mesas de madera.

Quizás mas allá, sobre un paño verde, se desparramaban los huesos llamados dados, que luego de una ruidosa orgía en el cubilete, galopaban para mostrar el número de la suerte, Nunca el grupo selecto superadba la docena de jugadores / comensales.

Los cubiertos con mango de madera se venden en juegos de media ó de una docena en los bazares, nos decía el rey de los asadores, que a la vez contaba medio kilo de carne por persona, doscientos gramos de ensalada por persona, ciento ochenta gramos de postre por persona, pan para famélicos y dos litros de vino por persona.

En la efervescencia del juego, el rey de los asadores ponía la carne en la parrilla, con una mano, porque en la otra sostenía el vaso con vino tinto, que vaciaba antes de dar vuelta las delicias humeantes sobre las brasas.

Oh, mortales de Córdoba,pasaron por nuestras vidas épocas de bonanza y épocas de angustiantes malarias, pero nosotros, los dioses de los dedos mágicos y trasnochadores, que sabíamos cuántas estrellas tiene la Constelación de Escorpio, teníamos guardado en algún lugar secreto, el dinero para la reunión del primer viernes de cada mes.

Nos congregábamos en silencio, expectantes al juego, aturdidos por el aroma, con un cigarrillo en la oreja y llevando la cuenta de los porotos blancos con la precisión de los contadores del Banco Provincia.

Hasta que, (no se pierdan esta parte, mortales de Córdoba) el rey de los asadores nos llamaba a comer.

Entonces, como si fuese un ritual oriental, nos poníamos lentamente de pié, nos saludábamos y nos deseábamos suerte para la próxima vez, luego pasábamos al estrecho baño a lavarnos las manos viciosas y en fila india ocupábamos el lugar correspondiente a cada uno en el largo tablón y en este órden.
a) En la cabecera, el rey de los asadores.
b) Luego nosostros, los dioses.
c) Los reyes y las sotas de cada palo, sudorosos y estropeados.
Todos juntos y codo a codo.

Nunca en mi vida de sibarita buceador de las profundidades abismales y secretas de las parrillas de Córdoba, comí asados tan exquisitos como allí.

Oh, mortales de Córdoba, familiares y amigos, no desesperéis ante tal dictámen y no dejéis de invitarme a comer cuando me veais!

Les cuento que el rey de los asadores, preparaba de tal forma el asado que éste se podia comer aún con cucharita de plástico, tipo de las que dan en el catering de los aviones.

El rey de los asadores llevaba siempre el ritmo de la conversación, hablábamos de fútbol, porque el habalba solamente de fútbol, vos les preguntabas como formaba Talleres en el `76 y te lo decía con precisión de un reloj suizo, le preguntabas del Belgrano del `69 y no fallaba ni en las comas, le preguntabas de Instituto y te contaba tantas pero tantas cosas , que te daban ganas de llorar y además de cómo se forma una barrera y de como se hacía para embolsar un centro y que era ser back y que era ser half y que era ser un inside, un forward. Córner, cabezazo, golazo.

Oh, mortales de mi querida Córdoba, el rey de los asadores era la enciclopedia del fútbol con olor a chorizo y vino en damajuana y sabedores de eso, no se hablaba de otra cosa mientras comíamos aquel manjar, destinado para nosostros, los dioses de los dedos mágicos y trasnochadores.

A los postres y con otras bebidas mas espirituosas, el rey de los asadores, limpiaba sus oídos con los dedos meñiques, encendía un cigarrillo, nos estudiaba a todos con su mirada vidriosa y nos decía que ya era hora de hablar de mujeres.

Entonces, mortales de Córdoba, nosotros, empezábamos a confesar nuestros pecados.

Comenzaba el que estaba a la derecha y repartíamos nuestras palabras entre conquistas irrepetibles y desamores estremecedores, que nos obligaba a vaciar las botellas con inusitada ligereza.

Hasta que el rey de los asadores cerraba lentamente los pàrpados, apoyaba su cabeza en el tablón y el corcho que jugaba entre sus dedos, rodaba por la mesa hasta caer
y rebotar en el suelo
y caer nuevamente para esperar por la escoba homicida que lo arrojara finalmente,
al olvido del tacho de la basura.

Allí nos dábamos cuenta, que el rey de los asadores nos había bendecido.

Finalmente, como si fuese un ritual oriental, nos poníamos lentamente de pié, nos despedíamos y salíamos silenciosamente, en fila india, por el portón del Carola.

Libres de toda culpa.

Ibarrechea



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